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Lady Hattie y la Bestia. Sarah MacLeanЧитать онлайн книгу.

Lady Hattie y la Bestia - Sarah MacLean


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a él y obli­gán­do­lo a mi­rar­la—. ¿Casi lo tenías?

      —Al­g­u­ien me noqueó antes de que pu­d­ie­ra ter­mi­nar la tarea. —La ver­güen­za lo re­co­rrió e hizo que se son­ro­ja­ra.

      Nik su­su­rró una mal­di­ción mien­tras Fe­li­city tomaba las manos de Whit en las suyas, apre­tán­do­las con fuerza.

      —¿Estás bien? —Luego se di­ri­gió al médico—. ¿Está bien?

      —A mí me parece que sí.

      —Su gran in­te­rés en la Me­di­ci­na nunca deja de im­pre­s­io­nar­me, doctor. —Fe­li­city miró al médico en­tre­ce­rran­do los ojos.

      —Está de pie ante usted, ¿no es así? —El doctor se quitó las gafas y las limpió.

      —Su­pon­go que sí —sus­pi­ró ella.

      —Pues en­ton­ces… —con­clu­yó, sa­l­ien­do de la ha­bi­ta­ción.

      —Es un hombre re­al­men­te ex­tra­ño. —Fe­li­city se volvió hacia Whit—. ¿Qué ha pasado?

      —¿Y Dinuka? —Whit ignoró la pre­gun­ta y, en su lugar, miró a Nik, que estaba al otro lado de la ha­bi­ta­ción. Whit había en­v­ia­do al joven a por la ca­ba­lle­ría—. ¿Está a salvo?

      —Se libró de un balazo, pero no creo que le dis­pa­ra­ran a dar. Hizo lo que le di­je­ron. Vino co­rr­ien­do a por la ca­ba­lle­ría —con­tes­tó Nik mien­tras asen­tía.

      —Buen chico —dijo Whit—. ¿La carga?

      —Per­di­da antes de que pu­dié­ra­mos ras­tre­ar­la. —Nik sa­cu­dió la cabeza.

      —Junto con mis cu­chi­llos. —Whit se pasó una mano por el pecho, donde echaba de menos la funda de que los acogía.

      —¿Quién fue? —Diablo se volvió hacia él.

      —No puedo estar seguro. —Whit se en­con­tró con los ojos de su her­ma­no.

      —Pero tienes una sos­pe­cha… —co­men­tó Diablo sin dudar.

      —Mis tripas me dicen que es Ewan.

      No usaba su nombre actual, Ewan era ahora Robert, duque de Mar­wick, su medio her­ma­no y el que fuera pro­me­ti­do de Fe­li­city. Había dejado a Diablo al borde de la muerte tres meses antes y luego había de­sa­pa­re­ci­do; lo que había obli­ga­do a Grace a es­con­der­se hasta que lo en­con­tra­ran. Los robos se de­tu­v­ie­ron des­pués de que Ewan de­sa­pa­re­c­ie­ra, pero Whit no podía ig­no­rar la sen­sa­ción de que había re­gre­sa­do. Y quería res­pon­sa­bi­li­zar­lo por lo de Jamie.

      Pero…

      —Ewan no te habría dejado in­cons­c­ien­te —dijo Diablo—. Habría hecho cosas mucho peores.

      —Tiene a dos tipos tra­ba­jan­do para él. Al menos son dos. —Bestia sa­cu­dió la cabeza.

      —¿Quié­nes?

      —Estoy a punto de sa­ber­lo —dijo. Ella se lo diría muy pronto.

      ¿Tiene algo que ver con la joven de Shel­ton Street?

      Whit clavó los ojos en Nik tan pronto como pro­nun­ció aq­ue­llas pa­la­bras.

      —¿Qué?

      —¡Ah, sí! La mujer. Tam­bién no­so­tros nos en­te­ra­mos de eso —dijo Diablo—. Apa­ren­te­men­te te ti­ra­ron de un ca­rr­ua­je ante un grupo de bo­rra­chos y luego si­g­u­ie­ron a lo que Brix­ton ca­li­fi­có como… —Sonrió a su esposa—. ¿Cómo era, amor?

      —Una se­ño­ri­tin­ga. —La boca de Fe­li­city se re­tor­ció en una iró­ni­ca son­ri­sa.

      —¡Ah, sí! Es­cu­ché que se­g­uis­te a una dama al burdel de Grace.

      Whit no res­pon­dió.

      —Y que en­tras­te —añadió Nik.

      «¡Joder!».

      —¿No tienes nada qué hacer? To­da­vía ges­t­io­na­mos un ne­go­c­io o dos, ¿no? —dijo Whit mi­ran­do a la no­r­ue­ga.

      —Con­se­g­ui­ré la in­for­ma­ción de los mu­cha­chos —re­pli­có Nik, en­co­gién­do­se de hom­bros.

      Whit frun­ció el ceño, fin­g­ien­do no darse cuenta de que ella pasaba la mano por la frente de Jamie y su­su­rra­ba unas pa­la­bras de ánimo al chico antes de des­pe­dir­se.

      —¿Y no­so­tros vamos a tener que con­se­g­uir tam­bién la in­for­ma­ción por medio de los mu­cha­chos? —in­ter­vi­no Fe­li­city tras un largo si­len­c­io.

      —Ya tengo una her­ma­na pre­gun­to­na.

      —Sí, pero como ella no está aquí, debo re­pre­sen­tar­nos a las dos. —Fe­li­city sonrió.

      —Me des­per­té en un ca­rr­ua­je, con una mujer —dijo él, frun­c­ien­do el ceño.

      —Y asumo que no ocu­rrió de la ex­ce­len­te manera que tal es­ce­na­r­io indica. —Diablo arqueó las cejas.

      Había sido el beso más ar­d­ien­te que Whit había re­ci­bi­do, pero eso no lo sabía su her­ma­no.

      —Cuando salí del ca­rr­ua­je…

      —Oímos que te em­pu­ja­ron —pun­t­ua­li­zó Fe­li­city.

      —Fue mutuo —mur­mu­ró en un pe­q­ue­ño gru­ñi­do.

      —Mutuo… —re­pi­tió Fe­li­city—, pero a ti te lan­za­ron desde el ca­rr­ua­je.

      Dios lo li­bra­ra de her­ma­nas en­tro­me­ti­das.

      —Cuando salí del ca­rr­ua­je —in­sis­tió—, se di­ri­gía hacia lo más pro­fun­do del Garden. La seguí.

      —¿Quién es? —pre­gun­tó Diablo.

      Whit se quedó ca­lla­do.

      —¡Dios, Whit!, sabes el nombre de la se­ño­ri­tin­ga, ¿no?

      —Hattie. —Se volvió hacia Fe­li­city.

      Tener una cuñada que una vez fue miem­bro de la aris­to­cra­c­ia estaba muy bien a veces, en par­ti­cu­lar cuando ne­ce­si­ta­ban ave­ri­g­uar el nombre de una noble.

      —¿Sol­te­ro­na?

      No era el primer ad­je­ti­vo que le venía a la mente para des­cri­bir­la.

      —¿Muy alta? ¿Rubia? —Fe­li­city con­ti­nuó pre­s­io­nán­do­lo.

      Asin­tió con la cabeza.

      —¿Vo­lup­t­uo­sa?

      La pre­gun­ta trajo de vuelta el re­c­uer­do de los de­cli­ves y valles de sus curvas. Lanzó un gru­ñi­do de asen­ti­m­ien­to.

      —Vaya. —Fe­li­city se volvió hacia Diablo.

      —Mmm… —dijo Diablo—. Ya vol­ve­re­mos a eso. ¿Sabes quién es la mujer?

      —Hattie es un nombre bas­tan­te común.

      —¿Pero…?

      —Hen­r­iet­ta Sedley es la hija del conde de Che­ad­le. —Miró a Whit y luego a su marido.

      La verdad golpeó a Whit junto con el tr­iun­fan­te placer de la re­ve­la­ción


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