Lady Hattie y la Bestia. Sarah MacLeanЧитать онлайн книгу.
a cualquiera con un cuerpo capaz y un gancho fuerte, sin importar el nombre, el lugar de procedencia o la fortuna.
Los Bastardos nunca habían tenido motivos para hacer negocios con Sedley, ya que él se dedicaba en exclusiva al traslado de mercancías, pagaba sus impuestos y mantenía su negocio saneado, lejos de toda sospecha. Sin armas. Sin drogas. Sin personas. Las mismas reglas con las que jugaban ellos, aunque los Bastardos jugaban en la mugre: su contrabando se especializaba en el alcohol y el papel, el cristal y las pelucas y cualquier otra cosa gravada más allá de la razón por la Corona. Y no tenían miedo de defenderse con la fuerza.
La idea de que Cheadle pudiera haberlos atacado era incomprensible. Pero Cheadle y su atrevida hija no estaban solos.
—Es cosa del hijo —dijo Whit. August Sedley era, según todos los indicios, un imbécil indolente, privado de la ética y el respeto que su padre sentía por el trabajo.
—Podría ser —dijo Felicity—. Nadie sabe mucho de él. Es encantador pero no muy inteligente.
Lo que significaba que el joven Sedley carecía del sentido común necesario para entender que enfrentarse a los criminales más conocidos y queridos de Covent Garden no era algo que se pudiera hacer a la ligera. Si el hermano de Hattie estaba detrás de los asaltos, solo podía significar una cosa.
—Ewan tiene al hermano haciendo su trabajo y la hermana protege a su familia. —Diablo también lo entendió así.
Whit conocía el precio de eso. Gruñó expresando su acuerdo.
—Ella se equivoca —dijo Diablo, golpeando su bastón contra el suelo otra vez y mirando a Jamie—. Esto se acabó. Nos encargaremos del hijo, del padre y de toda la maldita familia si es necesario. Nos conducirán hasta Ewan, y pondremos fin a eso. —Llevaban dos décadas luchando contra Ewan. Escondiéndose de él. Protegiendo a Grace de él.
—A Grace no le gustará —dijo Felicity en voz baja. Hacía una vida, Diablo y Whit habían hecho una promesa singular a su hermana: no harían daño a Ewan. No importaba que fuera el cuarto de su banda y que los hubiera traicionado más allá de la razón. Grace lo había amado. Y les había hecho prometer que nunca lo tocarían.
—Grace tendrá que pasar por esto. Ahora viene a por algo más que a por nosotros. A por algo más que su pasado. Ahora viene a por nuestros hombres. —Grace no formaba parte de eso. Whit negó con la cabeza.
Iba a por el mundo que los Bastardos protegerían a toda costa. Era hora de terminar con ello.
—Yo lo haré. —Whit miró a su hermano.
Un golpe en la puerta del edificio acompañó estas últimas palabras; el sonido se escuchó amortiguado en la distancia. Otro cuerpo, sin duda. Siempre había alguien que necesitaba cuidados en el Garden y se condenaría si dejaba que un aristócrata con título sumara más muertos a su cuenta.
—¿Todo? —Los hermanos se miraron fijamente.
—El negocio, el nombre, todo lo que tenga valor. Lo derribaré. —El joven Sedley se había cruzado en el camino de los Bastardos y, con ello, había cavado su propia tumba.
—¿Y lady Henrietta? —dijo Felicity, llevando a Whit al límite con la mención del tratamiento honorífico. No le gustaba como aristócrata; la prefería como Hattie—. ¿Crees que ella forma parte de esto? ¿Crees que trabaja con Ewan?
—No. —Esa respuesta lo recorrió de arriba abajo.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Diablo mientras lo observaba detenidamente.
—Lo sé.
No era suficiente.
—Ella nos entregará a su hermano.
—¿Acaso tú renunciarías a los tuyos? —Diablo lo miró en silencio.
Whit apretó los dientes.
—¿Y si no lo hace? —preguntó Felicity—. ¿Qué pasará con ella, entonces?
—Entonces será un daño colateral —dijo Diablo. Whit ignoró el disgusto que le provocaron aquellas palabras.
—¿No es eso lo que yo fui una vez? —Felicity miró a su marido.
—Por un instante, amor. Y fue suficiente como para que recuperase el sentido común. —Diablo tuvo el detalle de parecer disgustado.
—Si ella es el enemigo, también me encargaré —dijo Whit.
—¿Sí? —Diablo arqueó una ceja.
«Eres muy inconveniente». «Es el Año de Hattie».
Recordó fragmentos de la conversación en el carruaje.
—Aunque no sea el enemigo —señaló Diablo—, protege al hombre que lo es. —Cruzó los brazos sobre el pecho y tanteó a su hermano con una mirada firme—. Lo que la convierte en valiosa.
«Le daba ventaja».
—No tendrás más remedio que mostrarle la verdad sobre nosotros, hermano —dijo Diablo en voz baja—. No importa cuánto te guste su aspecto.
«La verdad sobre ellos», los Bastardos Bareknuckle no dejaban a sus enemigos con vida.
—Soluciónalo antes de que tengamos que mover más producto —dijo Diablo. Un nuevo cargamento llegaría a puerto la próxima semana.
Whit asintió con la cabeza cuando se abrió la puerta de la habitación y apareció el doctor.
—Tiene un mensaje. —Abrió totalmente la puerta y apareció uno de los mejores vigías de los bastardos.
—Brixton —le dijo Felicity al chico, que inmediatamente se acicaló bajo la atención de Felicity. Todos los chicos del Garden adoraban su maestría abriendo cualquier cerradura y su instinto materno—. Pensaba que te ibas a casa.
—Espero que para aprender a mantener la boca cerrada —dijo Whit asegurándose de que Brixton supiera que se había enterado de todo lo que el muchacho había dicho a Diablo sobre Hattie.
—Ignóralo —dijo Felicity—. ¿Qué ha ocurrido?
—Hay informes de que hay una chica en el mercado. Buscando a Bestia. —Brixton levantó su barbilla hacia Whit e hizo una pausa—. No es una chica, en realidad, sino una mujer. —Bajó la voz—. Los chicos dicen que es una dama.
Un estruendo resonó en el pecho de Whit.
Hattie.
—Está