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Hermanas de sangre. Тесс ГерритсенЧитать онлайн книгу.

Hermanas de sangre - Тесс Герритсен


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lo depositó en la mesita auxiliar. Una copa era todo cuanto podía aguantar esa noche. Ya notaba las piernas adormecidas y tenía dificultades para concentrarse. La sala se había difuminado hasta convertirse en un trazo confuso, las lámparas lo envolvían todo con un cálido resplandor.

      «Esto no es real —pensó—. Estoy dormida en un avión que sobrevuela algún lugar del Atlántico. Al despertar descubriré que acabo de aterrizar, que nada de esto ha sucedido.»

      —Todavía no hemos averiguado nada sobre Anna Jessop —comentó Rizzoli—. Todo cuanto sabemos es lo que hemos visto con nuestros propios ojos: sea quien sea ella, es idéntica a ti, Doc. Tal vez su pelo sea un poco más largo. Tal vez haya algunas diferencias aquí o allá. Pero lo esencial es que nos engañó. A todos. Y eso que nosotros te conocemos. —Hizo una pausa—. Entiendes adonde quiero ir a parar con eso, ¿verdad?

      Sí, Maura lo entendía, pero no quería admitirlo. Se limitó a permanecer sentada con la vista fija en el vaso que había sobre la mesita, en los cubitos de hielo que se derretían.

      —Si nos engañó a nosotros, también pudo engañar a cualquier otro —dijo Rizzoli—. Incluso a quien le disparó esa bala a la cabeza. Eran justo antes de las ocho cuando tu vecino oyó la detonación. Ya había oscurecido y allí estaba ella, sentada en el interior de un coche aparcado a sólo unos metros de tu entrada. Cualquiera que la viera habría dado por sentado que eras tú.

      —¿Piensas que el objetivo era yo? —preguntó Maura.

      —Parece lógico, ¿no crees?

      Maura negó con la cabeza.

      —Nada de esto es lógico.

      —Tienes un trabajo muy expuesto a la curiosidad del público. Testificas en procesos de homicidio. Apareces en los periódicos. Eres la reina de los muertos.

      —No me llames así.

      —Es como te llaman todos los polis, y también la prensa. Lo sabes, ¿no?

      —Pero eso no significa que me guste el apodo. No lo soporto.

      —Sin embargo, significa que no pasas inadvertida. No sólo por lo que haces sino también por tu aspecto. Sabes que los tíos reparan en ti, ¿verdad? Tendrías que ser ciega para no verlo. Una mujer atractiva siempre atrae la atención. ¿No es así, Frost?

      Frost dio un respingo; era indudable que no esperaba que le pusieran en semejante compromiso, y las mejillas se le tiñeron de rojo. Pobre Frost, ¡era tan fácil hacer que se ruborizara!

      —Está en la naturaleza humana —reconoció.

      Maura miró al padre Brophy, pero éste no le devolvió la mirada. Se preguntó si también él estaría sujeto a las mismas leyes de la atracción. Quería pensar que sí, quería creer que Daniel no era inmune a las mismas ideas que se le pasaban a ella por la cabeza.

      —Una mujer bonita que está en el foco de la atención general —dijo Rizzoli—

      La acechan y la atacan frente a su residencia. Ha ocurrido otras veces. ¿Cómo se llamaba aquella actriz de Los Ángeles? La que asesinaron.

      —Rebecca Schaeffer —dijo Frost.

      —Exacto. Y luego tenemos el caso de Lori Hwang aquí. ¿La recuerdas, Doc?

      Sí, Maura la recordaba porque había hecho la autopsia de la presentadora del Canal Seis. Lori Hwang llevaba sólo un año en el puesto cuando la mataron de un disparo frente al estudio. Nunca se había dado cuenta de que la seguían. El asesino la había visto en la televisión y le había escrito algunas cartas como cualquier admirador. Y luego, un día, la esperó en la puerta del estudio. Cuando Lori salió y se dirigió hacia su coche, él le disparó un tiro en la cabeza.

      —Son los riesgos de trabajar de cara al público —comentó Rizzoli—. Nunca sabes quién te vigila al otro lado de las pantallas del televisor. Nunca sabes quién va en el coche de atrás cuando te diriges a casa por la noche, después del trabajo. Es algo en lo que ni siquiera pensamos, en que alguien nos sigue y fantasea sobre nosotras.

      —Rizzoli hizo una pausa, luego prosiguió en voz baja—. Yo misma lo he experimentado. Sé lo que significa ser el objeto de la obsesión de alguien. No es que yo sea atractiva hasta ese punto, pero me ocurrió.

      Levantó ambas manos, dejando ver las cicatrices que tenía en las palmas. El recuerdo permanente de su pelea con el hombre que en dos ocasiones había intentado quitarle la vida. Un hombre que aún vivía, si bien atrapado en un cuerpo de tetrapléjico.

      —Por eso te he preguntado si habías recibido alguna carta extraña —explicó

      Rizzoli—. Pensaba en ella, en Lori Hwang.

      —¿Detuvieron al asesino? —preguntó el padre Brophy.

      —Sí.

      —¿Entonces no insinúa que se trata del mismo hombre?

      —No. Sólo señalo los paralelismos: un único tiro en la cabeza; mujeres con un trabajo público. Eso da que pensar.

      Rizzoli forcejeó para incorporarse. Le costó bastante esfuerzo salir del sillón. Frost se apresuró a ofrecerle la mano, pero ella hizo caso omiso. Aunque muy adelantada en su embarazo, no era de las que pedían ayuda. Se colgó el bolso al hombro y dirigió a Maura una mirada escrutadora.

      —¿Prefieres quedarte en algún otro lugar esta noche?

      —Ésta es mi casa. ¿Por qué voy a ir a otro sitio?

      —Sólo era una pregunta. Supongo que no hace falta decirte que cierres con llave todas las puertas.

      —Siempre lo hago.

      Rizzoli se volvió hacia Eckert.

      —¿Puede la policía de Brookline vigilar la casa?

      Él asintió.

      —Haré que una patrulla pase de vez en cuando.

      —Aprecio el ofrecimiento —dijo Maura— Muchas gracias.

      Acompañó a los tres detectives hasta la puerta y se quedó observando mientras éstos se dirigían a sus vehículos. Era más de medianoche. Fuera, la calle se había transformado de nuevo en el vecindario tranquilo que ella conocía. Los coches patrulla de la policía de Brookline ya se habían marchado y habían remolcado el Taurus hasta el laboratorio de investigación criminal. Incluso la cinta amarilla de la policía había desaparecido. «Por la mañana —pensó—, cuando despierte, voy a creer que he imaginado todo esto.»

      Se volvió de cara al padre Brophy, que aún seguía de pie en el recibidor. Maura nunca se había sentido tan turbada ante su presencia como en aquel momento, los dos solos en la casa. Sin duda las posibilidades estaban en la mente de ambos. «¿O sólo en la mía? Por la noche, a solas en tu cama, ¿alguna vez has pensado en mí, Daniel? ¿De la misma forma que yo pienso en ti?»

      —¿Seguro que estarás a salvo, aquí sola? —preguntó el padre Brophy.

      —No me pasará nada.

      «¿Y cuál es la alternativa? ¿Qué pases la noche aquí conmigo? ¿Es eso lo que me ofreces?»

      Él se dirigió hacia la puerta.

      —¿Quién te ha avisado, Daniel? —preguntó Maura—. ¿Cómo te has enterado?

      El padre Brophy se volvió para mirarla.

      —Por la detective Rizzoli. Me dijo que... —Se interrumpió—. Ya sabes, a menudo recibo llamadas así de la policía. Un muerto en la familia; a veces necesitan de un sacerdote. Siempre estoy dispuesto a responder. Pero esta vez... —Hizo una pausa—. Cierra las puertas con llave, Maura —dijo—. No quiero volver a pasar nunca una noche como ésta.

      Maura le observó mientras él salía de su casa y subía al coche. No puso el motor en marcha de inmediato; quería asegurarse de que ella estaba a salvo en la casa para pasar la noche.

      Maura


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