En el paraíso con su enemigo. Annie WestЧитать онлайн книгу.
temporalmente una mujer soltera, atractiva e inteligente. Stephanie reunía todas las condiciones. Que sintiera animosidad por él era aún más perfecto, a pesar de que sentirse tratado como si fuera venenoso le causara una mezcla de culpabilidad y de indignación.
Sabía que merecía su enfado y comprendía que la había herido, pero qué otra cosa podía haber hecho cuando su amigo estaba loco de preocupación y Stephanie Logan tenía las clave que necesitaba.
Había hecho todo lo posible para que le diera la información, pero finalmente había tenido que recurrir a tomar medidas drásticas. Su motivación había sido loable: que Christo resolviera sus problemas con su esposa.
Pero también era verdad que nunca se había esforzado en ver las cosas desde la perspectiva de Stephanie hasta que lo había mirado con sus enormes ojos marrones llenos de dolor. Ni siquiera que luego reaccionara con ira había borrado el recuerdo de aquella primera intuición. Damen había sentido emociones que no había experimentado desde la fatídica noche con su padre
Posteriormente, había intentado verla para disculparse, pero una crisis en el trabajo había exigido su atención y había tenido que marcharse.
«O tal vez te resultó más fácil no enfrentarte a lo que te hacía sentir».
–Si es una broma, no tiene gracia.
Stephanie siguió caminando y su cabello negro se balanceó al ritmo de su paso decidido. Era una mujer vibrante, el aire crepitaba con su energía y con una fuerza interior que iluminaba sus facciones, bien estuviera triste, contenta o furiosa.
Y cuando besaba…
–No es ninguna broma.
Eso hizo que se detuviera y se volviera a mirarlo con una ceja arqueada.
Damen la prefería así. Sabía manejar mejor su ira que su dolor.
–¿Cómo vas a pagar dos millones de dólares para…?
–¿Pasar tiempo contigo? –Damen dio un paso hacia ella–. Lo digo en serio.
Ella sacudió la cabeza.
–¿Cuánto has bebido?
Damen sonrió.
–Estoy completamente sobrio –en lugar de sentirse insultado, le gustaba que fuera tan directa. Solo su familia y Christo lo trataban así.
–No puede ser una frase para ligar conmigo, porque sé que no tienes el menor interés en mí.
Aunque lo dijo con frialdad, sus mejillas enrojecieron, traicionándola. Damen recordó al instante la noche en Melbourne, la deliciosa sensación de tenerla en sus brazos…
–Así que, ¿qué pretendes? ¿Quieres reírte otra vez de mí? –preguntó ella, cruzándose de brazos y mirándolo airada.
Damen sintió la pulsión del deseo. Con un vestido verde que se pegaba a su cuerpo, parecía una sirena. Se obligó a concentrarse.
–Vamos, Stephanie. No soy así. Sabes por qué actué como lo hice –ya estaba harto. Podía admitir que la hubiera herido involuntariamente, pero no era el sádico que ella pintaba–. Me he disculpado. Haré lo que quieras para que me perdones.
–Muy bien. Déjame en paz. Eso es lo que quiero.
Stephanie dio media vuelta y la falda del vestido se arremolinó en torno a sus piernas, marcando su estrecha cintura.
–¿No quieres que te cuente lo de los dos millones de dólares? –dijo él incitador.
En su experiencia, nadie despreciaría una oferta así. Al ver que Stephanie se detenía, se dijo que no le desilusionaba que fuera como todo el mundo. Después de todo, la necesitaba.
–Sigo sin creerte.
–Hablo en serio –estaba dispuesto a todo para resolver el problema entre Clio y su familia.
–Muy bien –Steph lo miró con suspicacia–. ¿Qué quieres?
–A ti –Damen vio que se tensaba y se apresuró a añadir–. Mejor dicho, tu compañía en público.
–¿En público?
¿Qué había pensado, que iba a pagarle para que se acostase con él? Damen apretó los dientes. Luego dijo fríamente:
–Por supuesto. Es una cuestión de imagen. No te estoy proponiendo que seamos amantes.
Inexplicablemente, sin embargo, se le contrajo el estómago al ver que Stephanie parecía sentirse insultada.
Le recordó su expresión de dolor después del beso en el coche, cuando había descubierto el engaño.
La manera en la que lo había mirado cuando se había despertado y él intentaba hacerse con su teléfono, había sido de felicidad, de bienvenida, como si no hubiera nada más natural que los dos estuvieran juntos.
Por unos minutos, él había olvidado por qué estaban allí y había caído en su sensual embrujo. Más tarde, le había asombrado hasta qué punto había estado al borde de distraerlo de su objetivo.
Ignorando una punzada de culpabilidad, dijo:
–Necesito una mujer que se haga pasar por mi novia durante unos meses, eso es todo.
–¿Eso es todo? –preguntó ella con ojos desorbitados–. ¿Qué pasa, todas las mujeres de Grecia han visto ya tu verdadero carácter?
Empezaba a poner a prueba su paciencia. Damen alzó la barbilla y ella pareció ser consciente de que lo había insultado, pero no se amilanó.
Damen consiguió dominarse. Que Stephanie tuviera tan mala opinión de él la hacía perfecta para el papel.
–No pienso hablar de mi vida personal, excepto para aclarar que ahora mismo no tengo ninguna amante. No vas a sustituir a nadie. Solo necesito a alguien que finja ser mi novia.
–¿Por qué?
–¿Acaso importa?
–Por supuesto. Ninguna mujer con un mínimo de dignidad haría algo así sin saber por qué. Me estás pidiendo que mienta.
–No sería la primera vez que lo hicieras.
Stephanie le lanzó una mirada incendiaria y Damen tuvo que reprimir una sonrisa.
–Eso es distinto, estaba protegiendo a mi amiga.
–Y yo a mi amigo.
Steph exhaló lentamente.
–Está bien. Explícate.
A pesar de que Damen sabía que debía de estar contento porque no tendría que temer que Stephanie pretendiera ser su novia de verdad, no podía evitar sentirse… ofendido. No estaba acostumbrado a que ninguna mujer lo rechazara, y menos una que… lo intrigara tanto.
También era consciente de que podía ser un error elegir a la mejor amiga de Emma, pero lo cierto era que tenía que actuar con prontitud. La boda de Cassie estaba cerca y la farsa debía resultar plausible. Cuanto antes se filtrara la noticia a la prensa, y Manos la leyera, de que convivía con una mujer, mejor. Nadie que lo conociera habría esperado que esos dos términos, amante y convivencia, pudieran ir unidos.
–Quiero que parezca que tengo una relación estable.
–Pero ¿para qué? –preguntó de nuevo Steph–. ¿Estás teniendo una relación con una mujer casada y quieres despistar a su marido?
–¡No! –¿acaso creía que era así de indigno?–. ¡Jamás he tocado a una mujer casada! –Damen se pasó la mano por el cabello en un gesto de frustración–. Alguien tiene la errónea idea de que voy a casarme con una mujer en concreto. Necesito una amante para convencerle de que no es así.
–Hiciste creer a una pobre chica que…
–¡No! –Damen parpadeó, sorprendido al darse cuenta de que había