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Cooperar para crecer. Francisco Zariquiey BiondiЧитать онлайн книгу.

Cooperar para crecer - Francisco Zariquiey Biondi


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a la hora de tomar decisiones, sino que contribuirán a mejorar sensiblemente tu autoestima ya que, cuando compruebes los progresos que han realizado tus niños, sentirás un gran orgullo y disfrutarás de la emoción que proporciona el trabajo bien hecho.

      Ahí va un nuevo consejo. En la medida en que la cooperación sea una realidad entre el claustro, lo será también en las aulas. La cooperación no solo mejora el aprendizaje y la interacción entre los alumnos, sino que mejora también la experiencia escolar del profesorado. Piensa en la gran ventaja que puede proporcionarte la posibilidad de compartir con tus compañeros docentes tanto las herramientas —puede resultar muy útil crear un banco de recursos— como los resultados, en el caso de que otros profesores compartan contigo el grupo de alumnos.

      2. ¿Cómo agrupo a mis alumnos?

      Cuando hayas registrado los datos que necesitas para construir la red de aprendizaje, debes ocuparte de que empiece a funcionar y, para ello, tu primera tarea será crear grupos cooperativos, en función de una serie de criterios que permitirán a tus alumnos compartir contenidos, tareas o recursos para maximizar su aprendizaje.

      Para que tu red de aprendizaje cooperativo sea eficaz, es fundamental un adecuado diseño de dichos grupos. Y ello te exige cierta meticulosidad y reflexión, para facilitar que el equipo potencie las posibilidades de aprender de todos y cada uno de los alumnos. Esto toma más relevancia al estar trabajando con niños de Educación Infantil, que inician su experiencia escolar. En esta etapa, un grupo mal estructurado —ya sea por su configuración, su tamaño o su duración— puede exponer a los niños ante situaciones negativas que, en contra de nuestros intereses, refuercen un sentimiento desfavorable hacia la cooperación.

      También puede producir en ti o en algunos de tus compañeros la sensación de que el aprendizaje cooperativo no funciona. ¿No se lo has oído decir alguna vez a alguien de tu entorno escolar cercano? Si esa persona no ha hecho un planteamiento de los grupos con cierto tino, es muy comprensible que su sensación haya derivado en un alarmante desánimo y haya constituido, a su vez, el motivo que justifique el abandono de la experiencia. Pero estamos seguros de que eso no te va a pasar a ti, así que vamos a dejar a un lado cualquier pensamiento negativo.

      Así pues, entenderás que es especialmente importante que prestes atención a la formación de los grupos, para garantizar unas condiciones mínimas de eficacia. Pero no te agobies, verás que cuando termines de leer este capítulo no te va a parecer tan difícil.

      Pensando en el proceso que deberás seguir y, más concretamente, en las decisiones que vas a ir tomando, trataremos los temas que señalamos a continuación:

      • Diseñamos los agrupamientos atendiendo a su composición —homogéneos o heterogéneos—, al número de integrantes y al tiempo en el que trabajarán juntos.

      • Formamos los grupos, eligiendo a los alumnos que los constituyen a partir de unos determinados criterios.

      • Disponemos el aula, contemplando algunas premisas que facilitan el trabajo grupal.

      Diseñamos los grupos

      La configuración de los grupos

      Si tuvieras que elegir, rápido y sin pensarlo mucho, entre grupos homogéneos o heterogéneos, ¿qué crees que sería más adecuado? Si no tienes demasiado clara tu respuesta, ahí va una pista: diversidad. ¿Ya vas imaginando por dónde vamos? La estructura básica que sustenta nuestra red de aprendizaje se constituye sobre grupos heterogéneos, ya que uno de los motivos por los que resulta tan interesante el aprendizaje cooperativo es justamente porque se trata de un modelo que entiende la diversidad como un elemento positivo, que potencia las oportunidades de mejora de todo el alumnado.

      Los grupos heterogéneos constituyen la estructura sobre la que sostenemos las situaciones habituales de trabajo en el aula, convirtiéndose así en el referente del alumnado. Forman lo que se suele llamar “equipos-base”, que son agrupamientos estables que se utilizan habitualmente y que deberán mantenerse durante un cierto tiempo, por ejemplo, entre un mes y medio y un trimestre.

      Para formar este tipo de grupos, puedes partir de los datos que hayas registrado anteriormente sobre tu alumnado y elegir los criterios de heterogeneidad que te resulten más útiles, teniendo en cuenta que debes elegir varios y diversos en función de las distintas categorías que te presentamos a continuación:

      • Los factores personales como el mes de nacimiento —dato importante en los primeros años de escolarización—, el género, el perfil de inteligencia, los intereses, el nivel de destrezas cooperativas, la actitud hacia la cooperación o el grado de autonomía.

      • Los factores sociales: como la etnia, el nivel socioeconómico o el nivel de integración en el grupo-clase.

      • Los factores escolares: como el nivel de desempeño, el interés por aprender o las necesidades educativas.

      Si tomas como referencia estos criterios a la hora de buscar la heterogeneidad en tus grupos, descubrirás las ventajas de la interacción cooperativa. Por ejemplo, de los conflictos sociocognitivos que se derivan de la diversidad de puntos de vista, de las situaciones de andamiaje que se producen cuando un alumno que sabe hacer algo necesita que su compañero consiga hacerlo, de las situaciones de modelado que promueven la toma de contacto con otras formas de hacer las cosas, etc.

      Ahora bien, no queramos abarcarlo todo. En teoría, sería interesante conseguir el máximo grado de heterogeneidad atendiendo a todos estos criterios, pero, en la práctica, es muy difícil simultanearlos. Por ello, estaría bien que empezaras por tener en cuenta uno o dos criterios, dando prioridad a los que consideres especialmente relevantes para tu grupo-clase y, a partir de ahí, introducir alguno más y tratar de congeniarlos con la heterogeneidad respecto a los primeros que elegiste, así hasta donde puedas llegar. A esto lo llamamos “criterios priorizados”.

      Pero ¿a qué nos referimos cuando hablamos de priorizar unos sobre otros? Imagina que en tu aula de alumnos de 3 años decides centrar la cooperación en el desarrollo de rutinas y hábitos; ¿qué criterio antepondrías inicialmente? Te damos tres opciones (piénsalo bien, que te juegas mucho):

      a. Nivel de integración en la clase.

      b. Grado de autonomía.

      c. Perfil de inteligencia.

      ¿Has elegido la opción b, el grado de autonomía? Genial. Si no ha sido así, no pasa nada, estás empezando en esto de la cooperación y, además, nadie tiene por qué enterarse. Irás viendo que puedes empezar dando prioridad a la autonomía, pero, más adelante, según vayan avanzando y adquiriendo más destrezas cooperativas, tal vez te interese priorizar otra clase de criterios relacionados con factores de tipo escolar —como el nivel de desempeño más académico— o con ciertas destrezas para cooperar —como la capacidad para prestar ayuda—.

      Ahora que ya nos estamos haciendo “fans” de los grupos heterogéneos, vamos a añadir un apunte que no deberías pasar por alto: para sacar el máximo partido a la interacción social en nuestras aulas y beneficiarnos de todas las posibilidades que nos ofrece para atender a las necesidades del alumnado en cada momento, no debemos cerrar la puerta a la utilización puntual de los grupos homogéneos. Y no es que pretendamos hacerte un lío, es simplemente que, en la práctica, esto supone que puedes combinar de forma estratégica los equipos-base con agrupamientos esporádicos, en función de algún objetivo o de ciertas tareas y actividades que vayas a realizar. Recuerda que la flexibilidad es fundamental a la hora de trabajar cooperativamente con tus alumnos.

      Estos grupos podrán tener cierta intención de homogeneidad en función de criterios concretos como pueden ser, por ejemplo, el nivel de desarrollo, el grado de autonomía, los intereses, el ritmo de aprendizaje o el perfil de inteligencia. Podrías emplearlos para enseñar determinadas habilidades sociales, reforzar objetivos no alcanzados, trabajar destrezas específicas, atender a ritmos diferentes en el proceso de lectoescritura, contemplar diversos intereses y capacidades, etc. Puedes utilizarlos también en el desarrollo de una unidad didáctica, taller o proyecto, en función de los objetivos que pretendas conseguir en cada


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