La gran ciudad. Lardner RingЧитать онлайн книгу.
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Contenido
Capítulo I. Beneficios inmediatos
Capítulo V. Katie encuentra un hogar
En Serio,
3.
Título original:
The Big Town
Edición en formato digital: diciembre 2020
© de la traducción: Manuel Manzano, 2015
© del prólogo: Toni Montesinos, 2015
© de la imagen de cubierta: Ana Rey, 2015
Diseño gráfico: Tactilestudio Comunicación Creativa
ISBN: 978-84-123107-0-2
Todos los derechos reservados:
La fuga ediciones, S.L.
Passatge de Pere Calders, 9
08015 Barcelona
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Ring Lardner
La gran ciudad
De cómo mi señora y yo fuimos a Nueva York a vivir la vida y a conseguirle un marido a Katie
prólogo de Toni Montesinos
traducción de Manuel Manzano
Ring Lardner
(Niles, Michigan 1885 – Chicago, 1933)
Ring Lardner fue uno de los escritores de mayor éxito de la década de los veinte, gozando de la rara combinación de la aprobación de crítica y público de su obra. Lardner comenzó su carrera de escritor como periodista deportivo y columnista de varios periódicos de Chicago convirtiéndose en una de las voces más innovadoras y entretenidas de su país. Sus columnas y artículos sobre el béisbol obtuvieron gran éxito entre editores, lectores y jugadores. Literariamente, muchos de sus cuentos fueron considerados por la crítica como obras excepcionalmente bien elaboradas y más satíricas que simplemente humorísticas. Entre los críticos y escritores que ensalzaron la obra de Lardner se encuentran nombres como Edmund Wilson, Sir James Barrie o Virginia Woolf. Fue amigo íntimo de Francis Scott Fitzgerald, quien se inspiró en el propio Lardner para creación de Abe North, personaje de “Tender is the night”. La obra de Lardner se compone principalmente de relatos cortos, entre los cuales destacan “Champion” (1916), “Haircut” (1925), “There are smiles” (1928).
UN IDEALISTA DESILUSIONADO EN MANHATTAN
por Toni Montesinos
Aquel que afirmó ser su amigo más íntimo durante año y medio escribió, en octubre de 1933, a modo de necrología: «Cuando mi mujer y yo le vimos por última vez en 1931 ya parecía un hombre en su lecho de muerte, fue terriblemente triste ver a casi ese metro noventa de humanidad tendido inútilmente en la habitación del hospital. Sus dedos temblaban como una cerilla, la tersa piel de su hermosa cabeza se destacaba como una máscara de sufrimiento y dolor nervioso». Es Francis Scott Fitzgerald hablando de Ring Lardner en un texto que, según Dorothy Parker, fue lo más conmovedor que había leído nunca del autor de El gran Gatsby.
Ellos tres, más otro amigo común, el crítico literario Edmund Wilson, que incluiría el obituario de Fitzgerald, titulado simplemente «Ring», en la edición póstuma de El Crack-up, se reunían en el hotel neoyorquino Algonquin —a unas pocas manzanas de la parte sur de Central Park— alrededor de la célebre «Mesa Redonda», con Parker como anfitriona en los años del glamur, del jazz, del carpe diem urbano y nocturno —y del despilfarro a lo largo de la vigilia—, sometiendo a sus espíritus a un declive en el que se iba a ensañar el destino más cruel. Lardner acabaría devorado por la tuberculosis a los cuarenta y siete años; a Fitzgerald le sobrevendría un ataque cardíaco siete años después, en 1940, en una etapa en que estaba controlando su adicción a la bebida mientras avanzaba en su novela El último magnate; su esposa, la artista Zelda Sayre, fallecería en 1948 por culpa del incendio declarado en el hospital donde estaba ingresada a causa de sus desequilibrios mentales, en Carolina del Norte. Más tarde, otro infarto acabaría con Parker, en 1967, y Wilson desaparecería en 1972, después de una vida llena de periodos depresivos que le habían llevado a hospitalizarse varias veces y, como los demás, siendo víctima de un continuo y entregado alcoholismo.
La autodestrucción por medio de la botella y los intentos de suicidio llena muchas páginas vitales en la andadura de esos escritores cuyo genio desbordante y ansias por recoger las flores antes de que se marchitaran les llevaría a una sobreexcitación ya legendaria. El mismo Fitzgerald dice de Lardner que «parecía poseer tal abundancia de serena vitalidad que ésta le permitiría sobrevivir a cualquiera, dedicarse con tal intensidad al trabajo o al juego que destrozaría a cualquier constitución normal y corriente». Una estampa magnífica que habían tenido delante casi diez años atrás, en los felices —y peligrosos por cuanto desde el futuro todo pasado iba a resultar indiscutiblemente mejor— años veinte, cuando la pareja, ya nacida su hija Scottie, había alquilado una casita en Great Neck en verano de 1922, una zona de Long Island en la que «los Fitzgerald se encontraron inmersos en una variopinta comunidad integrada por escritores, estrellas del mundo del espectáculo, vividores y contrabandistas de alcohol», como explican los editores de la correspondencia del matrimonio. Esas compañías acabarían reflejadas en la tercera novela del narrador de Minnesota, Suave es la noche, y entre ellas destacaría la de John Dos Passos, la del empresario cinematográfico Samuel Goldwyn y la de ese Ring Lardner descrito por Fitzgerald como un ser interesado en todo lo circundante: los libros, los deportes, el teatro, la música… y al que cita Sayre en una larga carta de septiembre de 1930 —enviada desde una clínica suiza donde estaba ingresada tras haber intentado despeñar su coche por un precipicio de camino a París, tras actuar como bailarina en Niza— al referirse a cómo solían ir a casa de los Lardner, a cómo en «Great Neck siempre había líos y peleas», y a cierta «noche espantosa en que Ring se sentó en el guardarropa».