Álvaro d'Ors. Gabriel Pérez GómezЧитать онлайн книгу.
Una meditación sobre el Salmo II, Palabra, Madrid, 1999, p. 11.
[15] Ante el temor de su padre, un hombre obsesionado con la higiene, de que en contacto con otros niños pudiera contagiarse de las enfermedades que, a finales del siglo XIX, hacían estragos en España, Eugenio d’Ors sería educado en primera instancia por sus padres, y después por profesores particulares, hasta que, en 1891, sin escolarización primaria previa, se matriculó en el Colegio Cataluña y, después en el Instituto de Enseñanza Media de Barcelona. De manera parecida a como después haría su hijo Álvaro, su formación no se limitaría a una sola carrera: licenciado en Derecho en la Universidad de Barcelona, también hizo estudios de Matemáticas, Filosofía y Biología en distintas universidades extranjeras. Con este bagaje personal, en una sola convocatoria, se examinó en la Universidad de Barcelona de la carrera de Filosofía y Letras, con todas las asignaturas que se cursaban en 1912. Existen dudas acerca de un posible doctorado suyo en Derecho hacia 1905, con una memoria doctoral sobre la Genealogía ideal del imperialismo, que, al parecer, no gustó a Gumersindo de Azcárate, su director. Sí hay constancia de su doctorado, en 1913, en Filosofía, con una memoria titulada Las aporías de Zenón de Elea y la noción moderna de espacio-tiempo.
[16] La Vanguardia, 6-X-1945, p. 1. «EN LOS DÍAS DE LA MERCED. Un verdadero exvoto el que me cumple repetir, hacia estos días, en honor de la imagen de la Virgen de la Merced. Y en cuya impávida sonrisa buscó un día consuelo, también hacia estos días, un padre, peor que atribulado, en desesperación ya. Cuantos saben lo que significa, en un niño de corta edad, enfermo de meningitis, la evasión de la niña en el globo del ojo, desaparecida tras el párpado superior, entenderán eso. Y el sacrificio devoto que el referir lo que entonces aconteció representa para quien doblemente repugna a descubrir intimidades… porque esto que refiero ocurrió hace casi treinta años y el padre a quien ocurría, yo…» Cuenta d’Ors, en la glosa, que esos días estaban en La Garriga y que hubo de ir a Barcelona para comprar la medicina que había recetado un médico, pero que no llegó a tiempo de tomar el tren de vuelta que tenía previsto, por lo que decidió acudir al templo de la Calle Ancha. Allí tuvo la idea de comprar unas sales de plata que, según había oído, podían servir para la curación del niño. Volvió pues a la farmacia, compró las sales y tomó el siguiente tren para La Garriga. Sin consentimiento médico, nada más volver, comenzó a administrar las sales a su hijo que, esa misma tarde ya empezaba a fijar la vista y, de madrugada, a cerrar los párpados. «A los dos días —concluye— un plato de sopas venía a humear sobre la almohada que había soportado una cabecita trágica la antevíspera». La referencia que hace Eugenio d’Ors en 1945 al tiempo en que ocurrió este suceso —«hace casi 30 años»— nos sitúa en los primeros años de vida de Álvaro. Si tenemos en cuenta la diferencia de edad con sus hermanos —5 años con Juan Pablo y 7 con Víctor— cabe suponer que el diminutivo que utiliza —«una cabecita»— se refiera más a un bebé que a un chiquillo de 6 u 8 años.
[17] C. P., p. 5.541. Juan LLONGUERAS había creado un Instituto, en el que ponía especial énfasis para la educación de los niños en el sentido del ritmo. Fruto de su experiencia escribiría El ritmo en la educación y formación general de la infancia, Labor, Barcelona, 1942.
[18] El apelativo familiar venía, muy posiblemente, al hacer en castellano —”abita”— el diminutivo de abuela —”avia”— en catalán. Los hijos de Juan Pablo y Álvaro también se referirían a la abuela María de la misma forma.
[19] Catalipómenos [Original inédito].
[20] «En los años de Santiago, al principio nos entretenía dibujándonos casi siempre lo mismo, quizá porque sabía que los niños exigen que se les cuente siempre el mismo cuento sin variar ningún detalle: un perro echado en el suelo, atento, con las orejas enhiestas y un gran hueso atravesado transversalmente en la boca. Ya en los últimos años cincuenta aquel clásico perro fue alternándose con otros asuntos». Miguel D’ORS, “Mi padre”, Acto académico in memoriam, 26 de marzo de 2004, Rafael DOMINGO (coordinador), Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona, 2004, p. 36.
[21] Autoscopia, cit.
[22] Autoscopia, cit.
[23] Con el tiempo, su letra empeoraría más. Así, por ejemplo, ya octogenario, le llevaría a una situación cómica, como la que se desprende de una carta a su amigo Rafael Gibert: Lamento que no entiendas bien mi letra, como tampoco yo bien siempre entiendo la tuya. No tenemos un árbitro en caligrafía que decida quién la hace peor. Epistolario R. G., Pontevedra, 8-IX-2001.
[24] «La nueva nurse se llama Estrella. Totó dice a su hermano, al oído, con aire misterioso: ¿Sabes? Cada noche es su santo». Eugenio D’ORS Gnómica, “Los caprichos y las ciencias” (VI), Astronomía. Col. Euro, Madrid, 1941.
[25] Estando yo repasando gramática latina, me dijo que le preguntara las declinaciones y conjugaciones, y comprobé que las recordaba perfectamente. Notas a M.T.
[26] Álvaro D’ORS, Catalipómenos, cit.
[27] Autoscopia, cit. Álvaro d’Ors se refiere a un poema de Baudelaire, «La voix», que transforma ligeramente al reproducirlo de memoria. «La ceniza latina y el polvo griego me rodeaban…». Baudelaire escribe que «Todo, la ceniza latina y el polvo griego se mezclaban». El original francés, en el que se pueden encontrar otras coincidencias biográficas, dice: «Mon berceau s’adossait a la bibliothèque,/ Babel sombre, où roman, science, fabliau,/ tout, la cendre latine et la poussière grecque,/ se mêlaient. J’étais haut comme un in-folio./ Deux voix me parlaient».
[28] C. P., p. 5.536s. Hay otra referencia a estos días de obligada escolarización: «Estuvimos ocho días juntos en un colegio de Barcelona ¡pero fue un sueño!» Carta de Guillermo Pérez Bofill a Álvaro d’Ors. Barcelona, 27-X-1946.
[29] Le hacía mucha gracia un pasaje escrito por su padre sobre la bisabuela, Eloísa García Silveira: «Otra de mis abuelas (…) se hacía acompañar a misa por su negrito, portador de un silletín y que, en la iglesia, se quedaba respetuosamente unos pasos atrás de su amita. Un día, a poco de empezado el Santo Sacrificio, el negrito se acercó al oído de la señora y, doliente, le deslizó, bajito: “¡Mi amita, Panchito se afoga! ¡Quítate el cuello!”, le aconsejó, con un susurro, ella. Al cabo de unos momentos, aquél volvió a la carga. “¡Quítate el cinturón!”, deslizó la señora a la nueva queja. Por tercera vez, el “¡Panchito se afoga! ¡Pues quítate los zapatos!”. Aún deslizó el pobre una confidencia final. Pero esta era de alivio y satisfacción. “Mi amita, ¡qué bien está Panchito!”» Eugenio D’ORS, Confesiones y recuerdos, cit., p. 33-34.
[30] En alguna ocasión, Álvaro d’Ors refirió una anécdota de su tío Fernando, quien se hacía visitar por un barbero a diario para que lo afeitara y le arreglara el pelo. El barbero era conocido por «Pepito». En un momento, en plena guerra civil, como consecuencia de los bombardeos de la aviación, Pepito tuvo miedo y se marchó a su pueblo. Fue sustituido por otro colega. Pasado un tiempo, con Pepito ya recuperado de los