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¡La educación está desnuda! - Juan Ignacio Pozo Municio


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reflejados, dándonos la oportunidad de repensar lo que somos y lo que hacemos, como docentes, como gestores educativos, como madres y padres, como estudiantes o como simples ciudadanos preocupados por nuestra educación. Y lo que al menos yo he visto reflejado en ese espejo es una educación desnuda. Como en El traje nuevo del emperador, el viejo cuento de Hans Christian Andersen, en el que la ingenuidad de un niño hace que todos se den cuenta, de pronto, de que el rey lleva mucho tiempo paseándose desnudo, ha tenido que llegar la crisis de la COVID-19 para desvelar las numerosas debilidades de nuestro sistema educativo. Estas páginas no pretenden sino retratar esa desnudez para encontrar nuevas formas de vestir a la educación.

       Aviso a los lectores de que en estas páginas no van a encontrar un relato detallado de lo sucedido en el ámbito de la educación en estos meses, sino una visión personal, aunque, espero, no demasiado parcial ni sesgada de cómo ha reaccionado nuestro sistema educativo ante semejante desafío. Tampoco encontrarán un análisis académico denso, riguroso, para el que necesitaremos una mayor perspectiva, estudios e investigaciones aún por llegar y, desde luego, otro tipo de escrito. Pero espero que el análisis que se presenta esté bien fundamentado, para lo que recurriré a unas cuantas citas bibliográficas que se recogen al final del texto y a numerosas noticias, enlaces, avisos, etc., que he ido recopilando durante el confinamiento y que se insertarán a pie de página en el transcurso del propio texto. No se trata de hacer un ejercicio de erudición, pero sí de avalar con datos y referencias las afirmaciones que haga, permitiendo así a los lectores dudar de ellas, criticarlas o ampliarlas y contrastarlas.

      También aviso a los lectores de que el propósito de este texto no es hacer una crítica de lo que los diferentes agentes educativos —docentes. alumnos, familias, gestores y administradores— han hecho durante la crisis del coronavirus, porque casi todas las respuestas fueron improvisadas y deben ser valoradas con la templanza de saber que nadie estaba preparado para esto. Nadie. Que, inevitablemente, cerrar las escuelas de un día para otro por motivos sanitarios tiene que perjudicar seriamente los aprendizajes de los estudiantes. Y que nuestras formas de planificar, desarrollar las actividades y evaluarlas se vieron de pronto truncadas por un escenario que jamás imaginamos.

      Lo que sí pretende criticar este texto, de modo decidido, sin ambages, son las razones por las que una crisis como esta ha encontrado al sistema educativo tan poco preparado, tan desvalido, tan desnudo. El problema no es tanto que la educación confinada haya desnudado al sistema educativo, privándolo de algunos de sus recursos esenciales e impidiendo temporalmente el logro de algunas de sus metas. El problema, a mi entender, es que nuestra educación, ya antes del coronavirus y del cierre de los centros, estaba muy lejos de alcanzar esas metas, ya estaba desnuda, aunque, cegados por otros debates absurdos, como el del mal llamado “pin parental” o la eterna polémica del peso de la religión en el currículo o las horas que hay que dedicar a cada área o materia, nos negábamos a admitir que, en efecto, nuestra educación, en todos sus niveles, está en muchos aspectos desnuda y que seguirá estándolo tras la pandemia, a menos que aprovechemos estos meses para reflexionar sobre ella e impulsar un cambio profundo.

      Solo si reconocemos ese pecado original podremos aprovechar esta crisis impensada, este incidente crítico global, para repensar y reconstruir las formas de enseñar y aprender. Por supuesto, en estos próximos meses, plagados aún de incertidumbres y obligados a poner en marcha sistemas nuevos de educación híbrida, en parte presencial, en parte virtual, con recursos insuficientes en medio de una crisis económica catastrófica, no va a ser fácil introducir cambios radicales, pero sí debemos suscitar un debate dirigido a generar esos cambios cuando la amenaza de la pandemia se aleje de nosotros. Sería lamentable que, acuciados por tantas urgencias, no nos atreviéramos en este momento, al menos, a reflexionar y a dudar de lo que venimos haciendo. Si no lo hacemos cuando estamos en crisis, ¿cuándo vamos a hacerlo? Debemos aprender de este gran incidente crítico. No podemos pensar que ha sido un mero accidente fortuito, pasajero, que ya no volverá a ocurrir en nuestras vidas —“la pandemia del año bisiesto de 2020” —, sino que debemos asumir que ha sido una oportunidad para desvelar algunas de las fallas, de las debilidades estructurales más profundas de nuestro sistema educativo. Solo así podremos evitar que, una vez superada esta situación, cuando con alegría abramos de nuevo del todo las aulas, esta crisis caiga en el olvido y la educación vuelva a pasearse desnuda sin que nadie dé la voz de alarma.

      LIencres, Cantabria, julio de 2020.

      Agradecimientos

      Cuando se cerraron las aulas de la universidad, tuve la fortuna de encontrarme impartiendo en ese cuatrimestre la materia “TIC y e-Learning: Entornos virtuales de aprendizaje. Diseño y aplicaciones”, una asignatura optativa del Máster de Psicología de la Educación de la Universidad Autónoma de Madrid. Así que pasamos de pronto de la teoría a la práctica, convirtiendo la materia en un espacio virtual de diálogo y enriquecimiento mutuo sobre la enseñanza y el aprendizaje virtual que se estaba desplegando en directo ante nosotros de forma tan imprevista. Dudo que si la asignatura hubiera seguido su curso normal hubiera tenido una interacción tan rica y continua con mis alumnas, a quienes agradezco no solo su implicación e interés, sino también todo lo que aprendí con ellas en estos meses y que en parte me llevó a pensar en la necesidad de escribir estas páginas.

      También debimos repensar sobre la marcha la propia investigación que veníamos desarrollando dentro del proyecto “Aprendizaje e instrucción en dominios específicos: el papel del cuerpo y de las representaciones externas”, financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades (EDU2017-82243-C2-1-R), que también ha servido de soporte para la preparación de este texto. Debimos aparcar los estudios que teníamos previsto aplicar en las aulas entonces cerradas y nos centramos en su lugar en realizar encuestas on-line y en recabar datos sobre las prácticas de enseñanza y aprendizaje que estaban teniendo lugar en la escuela confinada. De esos estudios, y de las reflexiones y los debates habidos para su preparación se enriquecen asimismo estas páginas. Agradezco a Beatriz Cabellos y a Daniel L. Sánchez su entusiasmo, del que también se ha beneficiado este texto.

      María Puy Pérez Echeverría no solo impulsó esos estudios y mantuvo la nave a flote, sino que ha tenido la paciencia de leer y corregir los borradores de este texto. Otros compañeros, como Toni Badia y Carles Monereo, como siempre con un corazón generoso, aunque no tan blanco, me proporcionaron información muy valiosa, de la que en parte se alimentan también estas páginas. Augusto Ibáñez hizo una lectura tan minuciosa y crítica del borrador de este texto, que, sin duda, aunque solo fuera por corresponderlo, me obligó a mejorarlo. No creo que haya cambiado mis ideas y obsesiones, pero espero haber logrado explicarlas mejor.

      También debo agradecer a tantos investigadores, algunos de ellos citados en estas páginas, que, con enormes reflejos y disciplina, realizaron en unas pocas semanas estudios muy valiosos sobre la escuela confinada que nos han permitido ir comprendiendo casi sobre la marcha lo que estaba sucediendo en las pantallas, y sobre todo en las mentes, de docentes, alumnas y alumnos. Sin esos estudios, estas reflexiones tampoco hubieran sido posibles. Pero, sobre todo, gracias a los profesores y profesoras, estudiantes, madres y padres que han sido quienes durante estos meses han mantenido abiertas las aulas de la escuela confinada.

      Introducción

      La emergencia global generada por la pandemia del coronavirus ha desnudado muchas de las debilidades de nuestras sociedades supuestamente prósperas y acomodadas. Nos creíamos invulnerables y, de pronto, una amenaza invisible ha hecho temblar, ya veremos durante cuánto tiempo, los cimientos de nuestra actividad social, económica y cultural, desde luego nuestra vida laboral y personal, y nuestras emociones y relaciones sociales, trastocando con ello también algunas de nuestras creencias más profundas o implícitamente arraigadas. No sabemos si esta situación tan crítica e inesperada, un verdadero “incidente crítico” (Monereo, 2010) a nivel planetario, provocará un cambio de mentalidad en nuestra forma de ver el mundo, pero al menos debería obligarnos a repensar algunos de los supuestos en los que basamos nuestras vidas y nuestra cultura.

      Uno de esos ámbitos en los que la crisis del coronavirus ha desnudado nuestras carencias, abriendo brechas impensadas hasta hace poco, enfermedades crónicas que desconocíamos, es, sin duda, la educación. Casi de la noche a la mañana —en el caso


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