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La sorpresa del millonario. Kat CantrellЧитать онлайн книгу.

La sorpresa del millonario - Kat Cantrell


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ladeó la cabeza sin dejar de mirarlo.

      –¿En serio? Cuéntame.

      –Sabes de lo que hablo. Sin mí, puede que Fyra no existiera, que no hubieras alcanzado tus objetivos, sobre todo a este nivel. ¿No crees que es justo que me devuelvas el favor?

      Ella se llevó un dedo a la mejilla.

      –Como si te debiera algo por lo que hiciste. Es una idea interesante, una especie de karma.

      –Más o menos.

      Sin embargo, a él no le hizo gracia la comparación. «Karma» era una palabra que no se solía usar en términos de recompensa.

      –Lo que quiero decir –añadió él, antes de que la conversación tomara un giro que no le gustaba– es que quiero comprarte la fórmula. Mi papel en tu éxito debería ser un factor importante en la decisión que tomes. Si somos justos, estás en deuda conmigo. Pero yo también soy justo, por lo que no te pido que me regales la fórmula, por los viejos tiempos. Cien millones de dólares es mucho dinero.

      La observó, pero su expresión se mantuvo inmutable.

      –Escucha, Gage –dijo inclinándose hacia él–. Me enseñaste muchas cosas, y te estoy agradecida. Pero debías de estar enfermo el día de la clase sobre estructura empresarial, así que voy a ponerte al día. De nuevo. Poseo la cuarta parte de Fyra. Las otras tres dueñas no te deben nada. Presentaré tu oferta al consejo directivo y la estudiaremos. Y punto. Así funcionan los negocios.

      Ella apretó los labios y él tuvo ganas de besárselos. Pero apenas estaban empezando a entrar en materia, así que debía seguir centrado.

      Sonrió sin hacer caso de sus protestas.

      –No en el mundo real, cariño. Tienes que salir más, si esa es tu línea de defensa. Se hacen y deshacen tratos, pero no son las empresas las que deciden, sino la personas y rara vez por unanimidad.

      Ella insistió.

      –En Fyra somos un equipo.

      –Espero que sea así –afirmó él con sinceridad–. En ese caso, te interesa convencerlas de que vendan. ¿Qué les parecería que la directora general no saldara su deuda?

      Ella frunció el ceño, pero fue la única señal externa de que había entendido el mensaje subyacente. Gage no iba a marcharse sin la fórmula. Para él era algo más que tener la seguridad de que Fyra no le iba a arrebatar una parte de su cuota de mercado. GB Skin era el número uno con razón, y a él le gustaba estar en lo más alto. Sus productos tenían que ser los mejores del mercado, y la fórmula de Fyra haría que lo fueran.

      Además, la obstinación de Cass había despertado la suya.

      –¿Me amenazas, Gage? –su risa resonó en el interior de él–. ¿Vas a contarles a mis socias lo mala que soy?

      Él estuvo a punto de gemir ante lo provocativo de su tono.

      –No voy a hacer nada tan vulgar –se acercó un poco más a ella. Seguía con los brazos cruzados, para que las manos estuvieran donde debían–. No voy a manipular a tus socias a tus espaldas. Esa cruz la tienes que llevar tú. Me limito a señalar que no querrás cargar con eso en tu conciencia, ¿verdad?

      –Tengo la conciencia muy tranquila, gracias –mirándolo fijamente se cruzó de brazos también y le rozó intencionadamente el codo y el brazo con el suyo–. Presentaré tu oferta a las demás. ¿Te indico dónde está la salida o puedes encontrarla solo?

      –Como llegas tarde a una reunión en la que sospecho que uno de los temas a tratar será mi oferta, saldré yo solo.

      Ella no se movió. Le bloqueaba parcialmente la salida a propósito. Así que él tendría que deslizarse por su lado, como cuando había entrado en el despacho, para demostrarle que era ella la que dominaba la situación y que, por muchos golpes que repartiera, se los devolvería. Él estuvo a punto de soltar una risa de admiración, pero se contuvo. La batalla aún no había terminado.

      Y él no iba a dejar que creyera que tenía posibilidad de ganarla.

      La agarró por la cintura y la atrajo hacia sí. Se moría de ganas de quitarle los palillos del rubio moño y dejar que el cabello le cayera por los hombros.

      Se inclinó hacia ella y le rozó la oreja con los labios. Ella contuvo la respiración. Pero en lugar de apretarla contra su cuerpo, como quería, la empujó hacia el interior del despacho.

      –Saluda a las chicas de mi parte –murmuró antes de soltarla, sin saber de dónde había sacado la fuerza de voluntad para hacerlo.

      Ella asintió. Su expresión era inescrutable.

      Gage se lo iba a pasar en grande la próxima vez que se vieran provocando más grietas en su coraza de hielo.

      Capítulo Tres

      Cass soltó el aire que había estado reteniendo, lo que no mejoró su temblor ni su pulso acelerado.

      Las cosas no habían salido como esperaba. Aunque Gage y ella ahora estuvieran al mismo nivel, eso no le había servido para controlar sus emociones. Pero Gage se había ido, lo cual era una pequeña victoria. Y ahora debía ir a la reunión. Seguro que Trinity les había dicho a las demás con quién estaba. Así que tendría que contárselo todo, incluyendo su oferta por la fórmula.

      ¡Qué descaro! ¡Decirle que le debía la fórmula porque le había dado algunos consejos hacía tiempo! Claro que le debía algo, pero más bien era ponerle un ojo morado. El éxito de Fyra no tenía nada que ver con él. Ella había triunfado por sus propios méritos, no porque él hubiera sido su tutor.

      Si se decidían a vender la fórmula, lo harían porque sería un buen negocio. Sacó pecho y se dirigió a la espaciosa y soleada sala, al final del pasillo.

      Las otras tres mujeres se hallaban alrededor de la mesa. Eran las que dirigían la empresa, a la que habían llamado Fyra, la palabra sueca que significaba «cuatro». Alex Meer era la directora financiera; la doctora Harper Livingston preparaba fórmulas en el laboratorio, como directora científica; Trinity Forrester convencía a los clientes para que compraran sus productos, como directora de mercadotecnia; y Cass llevaba las riendas.

      Cuando entró, sus tres amigas la miraron expectantes.

      –Ya se ha ido. Vamos a empezar –Cass dejó el móvil y la tableta en la mesa y se sentó en su silla habitual.

      –No vayas tan deprisa –dijo Trinity–. Te hemos esperado pacientemente para que nos cuentes los sabrosos detalles, ¿no te acuerdas?

      Eran amigas desde hacía mucho tiempo. Querían saber cómo se sentía al haber vuelto a ver a Gage; si quería darle un puñetazo o retirarse a un rincón a llorar. ¿Qué buscaba él? ¿Habían hablado de su vida?

      No podía permitirse el lujo de contar todo aquello a sus amigas porque también eran sus socias. Aquella sala no era el lugar adecuado para un estallido emocional.

      –Quiere comprar la fórmula-47 y ofrece cien millones –afirmó sin rodeos–. Le he dicho que no está a la venta, y eso es todo.

      Harper sonrió mientras se enrollaba la pelirroja cola de caballo en un dedo.

      –Eso no puede ser todo. ¿Se ha enterado de la fórmula por el artículo de la revista?

      –No, tiene mucha más información, lo que implica que la filtración es mayor de lo que creíamos.

      Oírse a sí misma decirlo fue como si le hubieran dado un golpe.

      –¿Qué te pasa? –preguntó Trinity–. ¿Te sientes mal por haberlo visto?

      –Me preocupa la filtración, nada más. Olvídate de Gage. Yo ya lo he hecho –mintió.

      Trinity la miró con los ojos entrecerrados, pero no insistió. El momento de aparición de Gage era el menos adecuado.


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