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El corazón de la pastoral. Fernando Cordero MoralesЧитать онлайн книгу.

El corazón de la pastoral - Fernando Cordero Morales


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o limpieza general. Se decía en la monición: «Seguro que vuestras abuelas os habrán contado que, en sus tiempos, todos los años, en una determinada fecha, encalaban sus casas, hacían la limpieza general. Pero antes de seguir hablando os voy a pedir que me digáis qué simbolizarán todos estos objetos. ¿Por qué celebramos la fiesta del “encalijo”?». Y ahí comenzaba un diálogo que iba de la limpieza de la casa a la limpieza del corazón y de la propia vida.

      – Las ataduras. Esta vez, delante del altar hay una cuerda que tiene varios nudos. Atar significa unir, enlazar. Nos atamos a nuestras amistades, atamos nuestro futuro, nos atamos a nuestra pareja... Atarse es bueno, gratificante, el hombre no nació para vivir solo. Pero también nos atamos al ordenador, solo a nuestra pareja y olvidamos a los amigos, nos atamos a la moda, al móvil... «Como símbolo de nuestra intención de ser mejores vamos a cortar cada uno de nosotros un nudo y vamos a pedir perdón por...».

      – Los clavos. Contamos la siguiente historia, que circula en varias versiones por Internet:

      Un adolescente tenía muy mal carácter. Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que, cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta.

      El primer día, el muchacho clavó treinta y siete clavos detrás de la puerta.

      Las semanas que siguieron, a medida que él aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez menos clavos detrás de la puerta. Descubrió que era más fácil controlar su genio que clavar clavos.

      Llegó el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día. Después de informar a su padre, este le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra dominar su carácter. Los días pasaron y el joven pudo anunciar a su progenitor que no quedaban más clavos para retirar de la puerta.

      Su padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta. Le dijo:

      –Has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos agujeros en la puerta. Nunca más será la misma. Cada vez que pierdes la paciencia dejas cicatrices exactamente como las que aquí ves.

      Tú puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero según cómo se lo digas podrá devastarlo, y la cicatriz perdurará para siempre. Una ofensa verbal es tan dañina como una ofensa física.

      Por favor, perdóname si alguna vez dejé una cicatriz en tu puerta.

      Después de la lectura se invitaba a los participantes a pedir perdón y a clavar un clavo en una tabla de madera. El sacerdote invitaba a ello: «Veis ya de qué son símbolos los clavos, ¿verdad? Es bueno que tengamos en cuenta esta historia, porque, aunque es verdad que el Señor perdona siempre, la huella del daño que hacemos a las personas es difícil de eliminar. Mirad, ahora vamos a pensar en esas veces que hemos ofendido a los demás y vamos a confesarlo públicamente. A medida que lo vayáis reconociendo, vais a clavar un clavo en esta tabla, diciendo: “Yo he ofendido...”».

      Después de la confesión sacramental, cada uno iba retirando el clavo que había colocado en la tabla.

      – El reloj. Se coloca un gran reloj en un sitio visible. La celebración gira en torno a cómo aprovechar, agradecer y dar fruto con el tiempo que se nos regala. Se ambienta con la canción Tiempo, del grupo «Ciento ochenta grados», que recoge el capítulo 3 del libro del Eclesiastés. Se hacían algunas peticiones de perdón de este estilo:

      • Porque no aprovechamos bien el tiempo, regalo que tú nos das, ¡Señor, perdónanos!

      • Porque a veces somos egoístas, no compartimos nuestro tiempo y solo lo empleamos en nosotros mismos, ¡Cristo, perdónanos!

      • Porque escurrimos el bulto, echamos la culpa a los demás y buscamos muchas excusas para no hacer nuestro trabajo o cumplir con nuestras obligaciones, ¡Señor, perdónanos!

      Una fiesta de cumpleaños

      El franciscano Javier Garrido señala que, «según se prepara una fiesta, así es valorada la celebración de la eucaristía. Para nosotros, cristianos, no hay mayor fiesta que esta, banquete del amor de la alianza eterna con nuestro Dios». Así que desde que salimos de casa comenzamos una peregrinación hacia la iglesia, donde el corazón se va ambientando en aquello que vamos a celebrar.

      En el colegio María de la O, en el barrio de chabolas de Los Asperones (Málaga), los catequistas han tenido que inventarse una manera atractiva de transmitir a niños y padres en qué consiste la eucaristía. Claro, teniendo un catequista tan imaginativo como el dibujante Patxi Velasco, «Fano», se les ha ocurrido plantear la celebración con una fiesta de cumpleaños. En primer lugar, el saludo. Cuando nos invitan a una fiesta de «cumple», saludamos a la gente al entrar. En la misa también. Y lo hacemos: «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

      Cuando vamos a una fiesta, elegimos un traje limpio en vez de sucio, al igual que en la eucaristía pedimos perdón al Señor para que limpie lo que nos aleja de su amor. Es decir, revisamos nuestra vida y vemos aquello que no va del todo bien, lo que nos aleja de Jesús y de nuestros hermanos. Una de las cosas por las que podemos arrepentirnos es por nuestro orgullo. Cuando solo nosotros queremos ser los protagonistas, nos creemos el centro de todo, los importantes y no tenemos en cuenta a los demás.

      Estamos atentos a la oración colecta, que es la primera que se hace en la eucaristía. Imaginemos que podemos juntar, recolectar, buscar y hacer un ramo con todas nuestras necesidades y también las de los demás. Ese «ramo de flores» con lo que hay en nuestro corazón y en el de nuestros hermanos es lo que recoge el sacerdote en nombre de todos los que celebramos la eucaristía y se lo presenta a Dios Padre. Es tan importante que estamos de pie, en silencio, para que nuestra oración se junte con la de los demás desde el corazón y la elevemos así al Padre.

      En una fiesta, uno habla con sus amigos y también los escucha. Eso sucede cuando se proclama la Palabra de Dios: oímos lo que Dios nos quiere decir. Sobre dos mesas gira la celebración de la eucaristía: la mesa de la Palabra y la mesa propiamente eucarística. La mesa de la Palabra nos convoca a la escucha atenta de la primera lectura, que los domingos está tomada normalmente de algún libro del Antiguo Testamento, donde se nos cuenta la relación de Dios con su pueblo escogido. Luego el salmo responsorial y alguna carta del Nuevo Testamento normalmente. A través de la escucha de la Palabra nos sorprendemos por lo que Dios desea comunicarnos. La mesa de la Palabra tiene un «plato fuerte»: el evangelio, el más destacado de esta mesa. Cuando escuchamos en comunidad la Palabra, adquiere un valor especial, ya que la fuerza del Espíritu la hace penetrar en nuestros corazones para que la hagamos vida.

      En las fiestas de cumpleaños hay un momento en que se dan los regalos. En la eucaristía damos lo que tenemos: el pan y el vino que Jesús transformará en su Cuerpo y su Sangre. En la consagración, con las palabras y gestos que hace el sacerdote, vivimos un momento muy importante de la eucaristía, con silencio, en oración y unión de corazones. Se renueva la entrega del mismo Cristo en la última cena, cuando con el pan y el vino ofreció su Cuerpo y Sangre y se lo dio a los apóstoles. Y les encargó conmemorar ese momento tan especial. Estas palabras, con la acción del Espíritu Santo, son el punto más destacado de la misa. No son la narración de un hecho del pasado sin más. Jesucristo mismo, con sus gestos y palabras, hace realmente presente su paso de la muerte a la resurrección.

      Y uno de los momentos más esperados en el cumpleaños es la tarta. En la eucaristía, este momento es cuando comemos el pan del Señor. El pan del Señor no es pan de panadería. Es un pan que nos da la Vida. «Yo soy el pan de vida» (Jn 6,35). En el momento de la comunión nos acercamos a participar del banquete de la mesa del Señor. Él mismo se nos entrega como comida que sacia, que nos quita el hambre, que nos hace alimentarnos de su propio Cuerpo, del alimento de su vida. Jesús se nos da para estar más íntimamente con nosotros y convertirse en nuestro impulso y fortaleza. Son momentos especiales de intimidad y de gratitud. Nos sentimos satisfechos de recibir al que lo entrega todo por nosotros, por amor.

      Antes de irnos le damos un beso a la mamá de nuestro amigo. Pues en la misa, antes de terminar, rezamos a la Virgen


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