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Caminos de reconciliación. Pablo Romero BuccicardiЧитать онлайн книгу.

Caminos de reconciliación - Pablo Romero Buccicardi


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libro. De forma indirecta y remota, la Compañía de Jesús, Pedro Labrin, SJ, y la Pastoral de Diversidad Sexual en Chile me conectaron con personas que cambiaron mi mirada y mi sensibilidad. Más cercanamente, Ana, mi mujer, y Marina, mi hija, han sido mi gran compañía este tiempo. Mientras iba escribiendo de fe y amor me lo iban enseñando en sus diversas vertientes. Puestos a escribir el texto, Carolina del Río, chilena, y su libro ¿Quién soy yo para juzgar? Testimonios de homosexuales católicos (Uqbar, 2015), me han servido de modelo. Posteriormente, las comunidades de CRISMHOM, Ichthys y Betania nos hicieron de puente con las personas que han dado testimonio. Noelia Vizcarra, Lucía Rodríguez, Trinidad Romero, Fátima Carazo y Julián Ríos fueron teniendo acceso a los borradores y han aportado valiosos comentarios. La misma Fátima, además, ha hecho el arduo trabajo de transcribir los audios de las entrevistas y ha formado un equipo consultor junto a José Antonio Suffo, Antonio Cosías y Luis Mariano González. Sin ellos no creo que el libro hubiera sido posible, o al menos yo no lo hubiese disfrutado tanto. María Luisa Berzosa, FI, por su parte, ha escrito un prólogo precioso y lleno de entusiasmo. Agradezco a todas estas personas y a los directivos de PPC, que han apostado por esta obra. Quizá nos equivoquemos, pero creemos que es la primera en su género en España, al menos en ser publicada por una editorial católica, y PPC lo ha propiciado.

      Gracias a todos, y especialmente a los que comparten su vida en estas páginas. Han puesto su confianza en nosotros como confidentes y lectores. Nos han regalado una posibilidad de reconciliación.

      PABLO ROMERO BUCCICARDI

      PRIMERA SECCIÓN

HISTORIAS DE FE Y AMOR LGTBI

      1

      «Dios es la riqueza que tengo, mi fuerza viene de él»

      RODRIGO, CAMERUNÉS, GAY, GOLPEADO, DESPLAZADO Y REFUGIADO

      Él no salió del armario, lo sacaron. Delante de abuelos, tíos, su madre y hermanos. Quien se atrevió a hacerlo, su prima, ya le había preguntado antes en privado si era gay, pero él lo había negado. Ahora le señalaba frente a todos y él lo volvía a negar, porque sabía lo que iba a pasar. Su madre cayó al suelo desmayada. «Desde ese momento empezó el problema conmigo y con mi familia», recuerda Rodrigo. Hoy, habiendo pasado casi quince años desde que esto sucedió, si en alguna de las llamadas por teléfono que hace a Camerún apareciese de nuevo el tema, lo seguiría negando. Porque lo que iba a pasar, pasó. De ello se atreve a hablar, aunque advierte que no lo contará todo, «porque hay mucho dolor». La psicóloga que le acompaña en Madrid, de todas formas, le ha dicho que es imposible olvidar lo vivido, que hay que integrarlo como parte de su vida.

      No es fácil retratar en unas páginas una cantidad de hechos duros vividos por Rodrigo, especialmente entre los 18 y los 32 años. Una cierta ligereza con la que se narren será inevitable. Ante ello solo cabe el respeto. Pero lo mismo vale para retratar su fe. Esa que le hace repetir varias veces en el testimonio: «Gracias a Dios... gracias a Dios». O la que hace mirar su historia como un salvado: «Dios no me ha abandonado... Él nunca me ha dejado... He podido salir adelante».

      Ser homosexual en Camerún

      Rodrigo es el mayor de cuatro hermanos de una familia de Yaundé, capital política de Camerún. Allí, como en todo el país, las relaciones homosexuales entre adultos son un delito desde 1965, sufriendo las personas penas que van desde los seis meses hasta los cinco años de prisión. Y no solo las sanciones legales se cumplen, durante estas últimas décadas, reiteradamente, tanto organizaciones nacionales como internacionales han denunciado violaciones de los derechos humanos por parte de la policía, autoridades judiciales y personal de prisión. Es lo que también narra Rodrigo de lo visto y escuchado allí: «De la cárcel no puedes salir tan fácil. Hay personas a las que se les ha dado un veneno para que, cuando salgan, se mueran».

      Ahora bien, no es la represión estatal la que muchas veces más se padece. El rechazo social y familiar puede ser tanto o más penoso. Así lo relata Rodrigo:

      En mi ciudad, la homosexualidad se ve como una cosa extraña. Algo inexplicable y malvado. Se cree que viene del demonio y que se le mete a la persona. No es algo que debiese existir. Por eso las relaciones hay que vivirlas a escondidas. Nadie puede saber que tú eres homosexual o que tienes relaciones con personas del mismo sexo. Si lo descubren, suelen ir a denunciar a la policía o salen los vecinos y te sacan a la calle y te dan golpes hasta que mueres. Eso sucede mucho, también en las familias.

      Ese era el gran temor de Rodrigo cuando, a los 18 años, empezó a darle espacio a su homosexualidad. Primero se dio cuenta de que le llamaban la atención los hombres y, tras ello, empezó a experimentar y a cultivar una relación secreta. Hasta que todo explotó.

      «Había tirado a la basura la dignidad de la familia»

      Era un amigo de su prima, casi parte de su familia. Especialista en hacer trenzas que luego las mujeres camerunesas utilizan como peluca. Él estaba casado, con una relación estable e hijos. Pero, así y todo, la gente sabía que era gay. Y Rodrigo también.

      Cuando empecé a conocerlo no tuvimos sexo. Solo tenía la idea de que él me enseñara cómo era el mundo de la homosexualidad. Pero al cabo del tiempo sí terminó en una relación. Como era casado, me ayudaba a esconderme más.

      Los problemas empezaron a surgir cuando ya llevaban un año juntos, a finales de 2005. Su prima, en un primer momento, se encaró con él a solas, y él lo negó, pero luego la denuncia fue delante de todos.

      Como cada mes, estábamos reunidos toda la familia: abuelos, tíos... Y de pronto mi prima suelta que soy gay. Yo dije que no era verdad, pero toda mi familia empezó a gritar. Mi prima dijo que su amigo podría certificarlo. Que él se lo había confirmado. En ese momento, mi madre cayó al suelo y gente de mi familia empezó a darle aire para que volviera en sí. Yo gritaba que no era verdad, que no podía serlo.

      La reacción posterior fue la esperada. Se trataba de una familia importante, muy conocida en el barrio. Su abuelo era hijo de un rey de un pueblo y había sido polígamo, con cinco mujeres, signo de riqueza y estatus. La imagen de cada miembro y de la familia como un todo quedaba dañada con la homosexualidad de Rodrigo.

      Me empezaron a rechazar. Presionaron para que me fuera de casa. Era un gran edificio familiar donde cada pequeña familia tenía su espacio. Y quisieron que me fuera de allí. Mi madre me defendió y, por ello, quisieron que mi madre también se fuese. La maltrataron por mi culpa. Decían que ella había tenido un diablo, que no era su hijo. Que había tirado la dignidad de la familia a la basura. «¿Cómo nos van a mirar ahora?», decían.

      Rápidamente la noticia se difundió por el barrio. «Me molestaban. Me insultaban cuando pasaba por la calle. La gente escupía al suelo a mi paso. Otros me escupieron directamente y me tiraron piedras».

      La presión sobre Rodrigo y su madre fue creciendo. Un tío le exigió a ella que echara a su hijo a la calle para que le apedrearan y que luego lo denunciara a la policía. La familia debía mostrar que rechazaba lo que pasaba. Y, ante la negativa de la madre, fue el tío quien lo denunció. «No sé si algún día le voy a perdonar eso... era el hermano de mi mamá», se lamenta Rodrigo.

      Fuera de casa

      Tras la denuncia, la madre le pidió que se fuera a vivir a otro pueblo hasta que las cosas se tranquilizaran. Rodrigo hizo caso y partió. Allí estuvo casi un año sin entrar en contacto ni saber de su madre. Pese a eso, las cosas no mejoraron sustancialmente. Y lo que más le dolía, la persecución a ella continuó: «No dejaron de molestarla... Un día le quitaron el techo de su apartamento... Sus hermanos no la hablaban».

      Así y todo, después de un año, su madre le envió a decir que volviera a Yaundé, aunque no a casa. La ilusión era que esa distancia sería suficiente para poder continuar la vida con más tranquilidad.


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