Caminos de reconciliación. Pablo Romero BuccicardiЧитать онлайн книгу.
el hospital de Tarifa»
En Tánger vivieron de la limosna. Rodrigo, en especial, se sentaba todos los días a las afueras de un puesto de un pescador y pedía algo de dinero o alimentos. Además, cuando el dueño del local llegaba, le ayudaba a descargar el pescado, a limpiarlo y a hacer el aseo del negocio. Fue este pescador el que finalmente les ofreció la ocasión para ir a Europa. «Tuvimos mucha suerte», cuenta Rodrigo.
Un día me dijo que él sabía que yo estaba allí para ir a Europa, igual que toda la gente. Y me dijo: «Yo te voy a ayudar, pero nadie tiene que saberlo». Él, con su barco, nos podía acercar a España... Así se lo conté a mi amigo Smith y le pregunté: «¿Qué hacemos?». Él me dijo que era una ocasión que no podíamos perder, que teníamos que irnos. «En África no tenemos futuro como gais... vamos a vivir siempre escondidos», me remarcó. Entonces aceptamos la ayuda de ese hombre.
En el día señalado embarcaron. Cuando España estaba ya a la vista, el pescador se lo señaló. Tras ello les pasó unos salvavidas, llamó a Salvamento Marítimo y Rodrigo y Smith se tiraron al mar.
Rodrigo no recuerda el rescate. Al despertar estaba en el hospital de Tarifa, España.
Un asilo in extremis
Llegar a España no significaba que la meta estuviera cumplida. Faltaba que el Estado español permitiese a Rodrigo quedarse. Y esto no estuvo nunca asegurado, al contrario.
Habiendo pasado unas semanas desde que ambos ingresaron en el hospital de Tarifa, se les comunicó que serían deportados a Camerún. Cuando se cumplieron dos meses desde que llegaron a España, se les trasladó a Madrid, al Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE), a esperar que se ejecutara la orden.
En el CIE estuvieron poco más de un mes en un estado de debilidad física y emocional. Un día se les notificó que tenían ya el billete para volver a Camerún. La partida era inminente. Rodrigo, entonces, se desesperó. Con quienes podía conversar recuerda que les decía que él no iba a volver, que antes volvía su cadáver... que él, con tantos sufrimientos y humillaciones recibidos, no podía volver. Se apoyaron en la Cruz Roja y en la ONG SOS Racismo. En una entrevista con un miembro de esta última apareció la luz.
Un señor nos dijo: «Pero, vosotros, ¿qué problema realmente tenéis?». Nos apartamos entonces con mi amigo para hablar un momento y decidimos contar la verdad. Le dijimos que en Camerún éramos perseguidos por ser gais y que necesitábamos quedarnos aquí. Había allí también una abogada que, cuando nos escuchó, lloró. Y al acabar nos hablaron de la posibilidad de pedir asilo. Yo ni sabía lo que era, y menos cómo funcionaba. El señor nos ayudó entonces a escribir la petición.
La solicitud fue aceptada de un día para otro en el caso de Rodrigo. Fue el 5 de junio de 2015. Finalmente, estaba libre y en España con casi 29 años cumplidos. En el caso de Smith, la solicitud paralizó el vuelo, pero, por razones que Rodrigo desconoce, la solución finalmente vino desde Francia. Allí reside desde entonces.
Libre, pero agotado
La libertad de movimiento en España fue para él un desahogo. Se había salvado de una vuelta al infierno, pero ¿qué hacer en concreto ahora? ¿Cómo moverse? No sabía hablar español, solo francés y un poco de inglés. Tampoco contaba ahora con la ayuda de su amigo Smith...
Salí del CIE de Madrid, en Aluche, con 5 euros que me dieron, una bolsa con una muda de ropa, un billete de metro y un documento. Con ellos tenía que ir a la Oficina de Asilo, en la calle Alfonso XIII. Todavía tengo guardado ese papel... todo lo he guardado. Cuando llegué, la asistente social me dijo que no había plaza para mí en ningún piso. Le dije entonces que me quedaría allí durmiendo en la oficina, que no tenía donde ir... Yo tenía hambre y me puse a llorar. La mujer se compadeció y me dijo que no me preocupara, que iba a llamar a una amiga de una asociación llamada Accem para ver si tenían plaza. Y al final sí la tenían. Me dieron entonces una tarjeta roja y el dinero para sacarme una foto de carné –que también tengo guardada– y partí al albergue...
Rodrigo recuerda con detalle esos primeros movimientos: «En el albergue me dieron comida, una toalla para ducharme. Me corté la barba... Luego, un billete de diez viajes... y me dijeron que, al día siguiente, fuera a la asociación, que me asignarían a un piso». Finalmente, recaló en una casa en Vallecas.
Como suele pasarles a muchos desplazados como él que han vivido situaciones traumáticas, una vez posibilitado el descanso, el cuerpo y la psique acusa el golpe de todo lo recibido. Así lo relata Rodrigo:
En ese momento me subió todo lo vivido en mi país, en el camino a España, en Tarifa, en el CIE de Aluche... Me vino todo de golpe... No salía de mi habitación. Tenía la ventana cerrada... Tenía miedo de que aquí en España me pasara lo mismo que había vivido antes. No quería salir ni conocer a nadie... No confiaba en nadie... No quería hacer nada. Me vino una depresión...
Rodrigo cuenta que fue el responsable de la casa el que lo sacó de su habitación para llevarlo a una psicóloga de Accem. Con esta última, Carolina, empezó un acompañamiento que Rodrigo agradece mucho: «Me ha ayudado bastante... muchísimo». En particular, en esos primeros tiempos la ayuda psicológica le sirvió para comenzar a funcionar paso a paso, en un ambiente de casa que al principio le fue extraño y, luego, directamente violento.
Pasados unos meses me quedé yo como el único cristiano en casa, y un grupo de los que estaban ahí me hicieron la vida muy dura. Me tiraban la comida y mi ropa a la basura, me ensuciaban mis cosas, me llamaban esclavo... Un día grabé todo e hice una primera denuncia. Tras ello, los maltratos continuaron durante bastante tiempo más y llegaron a amenazarme con un cuchillo. Con este último hecho, finalmente los responsables de Accem tomaron la decisión de sacar a gente de la casa y, un mes después, pasarme a la siguiente etapa de acompañamiento...
En esa segunda fase, Accem ayudaría a Rodrigo a poder estudiar, pagar un alquiler para vivir solo y buscar trabajo. Además, su psicóloga Carolina le pondría en contacto con CRISMHOM, un grupo cristiano de diversidad sexual, donde Rodrigo podría integrar de una vez por todas su sexualidad y su fe, en un ambiente de confianza y amistad. La posibilidad de una nueva y mejor vida ahora sí tomaba forma...
«En todos esos momentos, Dios nunca me abandonó»
La gratitud a Dios aparece al ir acabando esta parte del relato. A él le atribuye haber conocido a la gente de Cruz Roja, de SOS Racismo y la obtención del asilo. También la vida que ha empezado a vivir en España con la ayuda de Accem: sus promesas se cumplieron y Rodrigo ha podido estudiar, alquilar un piso en un lugar relativamente céntrico de Madrid y trabajar en puestos de aseo. En todo ello ve la mano de Dios. Ahora bien, mucho más allá de estas acciones concretas, Rodrigo ve la presencia divina en el fondo de su interior. Una presencia que lo acompañó en el transcurso de sus momentos más dolorosos por el norte de África e incluso antes.
Pensé matarme no una o dos veces, sino muchas veces. Cuando mi familia me llamó «demonio», «diablo», «maldito», «basura» que no merecía esa familia... allí pensaba: «¿Acaso merezco esto? Y si tengo un demonio –porque así lo creí en una etapa–, ¿qué hago con mi vida? ¿Me mato?». En esos momentos siempre he pedido a Dios fuerza, y él no me ha abandonado. Dios ha estado siempre conmigo, desde ese momento en Camerún hasta ahora en España. Hay un Dios que vive, alguien por encima del mundo, que no se puede ver que está con nosotros siempre. En todo ese camino de agresiones, de desierto y de muerte, siempre pude levantar la cabeza y doblar la rodilla y dar gracias a Dios.
Rodrigo dice que esta fe la tiene desde pequeño. La heredó en parte de su padre, católico, quien falleció cuando él era niño. A él le debe su ingreso en la parroquia de su barrio, donde participó como acólito del cura en grupos de niños y sirviendo a la gente. Pero, sobre todo, reconoce la influencia espiritual