La escritura del destierro. Michelle Evans RestrepoЧитать онлайн книгу.
¿1831?
Figura 19. Francisco Evangelista González, Francisco de Paula Santander, 1831
Figura 20. Francisco Evangelista González, Francisco de Paula Santander (reverso), 1831
Figura 21. Fabricación francesa, Miniatura de la vajilla del General Santander, ca. 1830
Figuras 22-31. Ilustraciones del Diario
Figura 32. Nube de palabras más repetidas
Figura 33. Jean Pierre Marie Jazet (grabador) a partir de Baron Charles Steuben (pintor), Mort de Napoléon Ier (5 mai 1821), [s.f.], grabado
Figura 34. José María Espinosa, Louis-Satnislas Marin-Lavigne, Rose-Joseph Lemercier, Fallecimiento del general Santander, ca. 1845
Figura 35. Luis García Hevia, Muerte del general Santander, 1841
Figura 36. Nodos de confluencia de viajeros, artistas, negociantes y diplomáticos
A Luis
—Sire, ya te he hablado de todas las ciudades que conozco. —Queda una de la que no hablas jamás. Marco Polo inclinó la cabeza. —Venecia —dijo el Kan. Marco sonrió. —¿Y de qué crees que te hablaba? El emperador no pestañeó. —Sin embargo, nunca te he oído pronunciar su nombre. —Cada vez que describo una ciudad digo algo de Venecia. Italo Calvino, Las ciudades invisibles
Entre 1829 y 1832, Francisco de Paula Santander purgó una condena extraordinaria: el destierro que le impuso Simón Bolívar como consecuencia de su supuesta participación en la Conspiración Septembrina. El fallido atentado contra la vida del Libertador derivó en el extrañamiento territorial de Santander, medida con la que se le conmutó la pena capital a la que Bolívar originalmente lo había sentenciado. El terrible castigo de la proscripción se convirtió en un fantástico viaje por Europa y Estados Unidos, un paréntesis sin igual en la vida de quien desde muy joven se había entregado al servicio público. Ya fuera en el plano militar, desde que abandonó las aulas del Colegio de San Bartolomé para adherir a la causa de la Independencia, o en el plano político, desde que fue nombrado vicepresidente en ejercicio del poder ejecutivo mientras Bolívar dirigía las campañas del sur, las fricciones entre ambos comenzaron por ese entonces a raíz de las dificultades de Santander para sufragar la guerra que se libraba en Venezuela, Ecuador y Perú, y de las aspiraciones de Bolívar de reproducir en la Primera República de Colombia la constitución boliviana que lo declaraba presidente vitalicio. Santander, de corte civilista y republicano, se opuso a las intenciones autoritarias de Bolívar, quien finalmente abolió la figura de la vice-presidencia y se proclamó dictador en 1828. La conjura contra Bolívar ese 25 de septiembre fue el colofón del proyecto compartido por los “padres de la patria” y, contra todo pronóstico, la caída en desgracia de Santander fue el preludio de su ascenso. El viaje que fue su penitencia terminó convertido en la plataforma de lanzamiento de su regreso triunfal al país, un periodo de su biografía que ha sido opacado en la historiografía por la faceta militar o la del gobernante.
Harto conocidas esas dos “personalidades” oficiales, la cuestión que me propuse resolver fue: ¿quién es o quién quiere ser el Santander que saca a la luz el viaje a Europa? La pregunta demanda una respuesta en dos sentidos: de una parte, la caracterización del personaje histórico que atravesaba la que en teoría habría de ser la prueba más amarga de su existencia; y de otra, la identificación de la imagen que ese personaje intentó proyectar de sí mismo en su flamante rol de viajero. De un tiempo para acá, el asunto del viaje ha perdido interés por su valor documental para convertirse en un medio a través del cual comprender el proceso de construcción identitaria del viajero. El cambio de dirección coincide con el auge de las investigaciones poscoloniales de finales del siglo pasado, cuando la literatura de exploración y de descubrimiento se convirtió en cantera de análisis de los procesos de dominación. Hoy por hoy las dos perspectivas dominantes en el ámbito académico son el estudio del viaje como práctica y como representación. Entendiendo la práctica como el acto de viajar, y la representación en la doble acepción de visión de mundo y de la plasmación de esa visión en el texto escrito, este libro se propone como una historia cultural del viaje de Santander a Europa. La adscripción a la historia cultural no viene dada por el objeto de estudio o por el uso de categorías analíticas afectas a esa “escuela”, sino por la coincidencia programática, como la define Roger Chartier:
El objeto fundamental de una historia que pretende reconocer la manera en que los actores sociales dan sentido a sus prácticas y a sus palabras se sitúa, por tanto, en la tensión entre, por una parte, las capacidades inventivas de los individuos o de las comunidades y, por otra, las coacciones y las convenciones que limitan —con más o menos fuerza, según la posición que ocupan en las relaciones de dominación— lo que les es posible pensar, decir y hacer.1
Por otro lado, la delimitación espacial obedece no solo a la comprensión de que Europa y Estados Unidos eran dos campos culturalmente opuestos a esa altura del siglo XIX, sino porque en el contexto del periplo santanderino Europa era el corazón del viaje, mientras que Estados Unidos era apenas una escala táctica en el camino de regreso a Colombia. La reducción del problema al ámbito europeo repercute en el recorte temporal, que queda así acotado entre 1829 y 1831, fechas que no son solo las marcas cronológicas de llegada y partida, sino el principio y cierre de un ciclo: la orden de destierro que obligó al alejamiento de Santander en 1829, y la orden de rehabilitación de derechos en 1831 que permitió su retorno al país un año más tarde.
El tema del viaje de Santander permaneció inexplorado por los investigadores desde el siglo XIX hasta mediados del XX por falta de fuentes documentales, hasta que el manuscrito que lo registraba finalmente vio la luz pública. Desde entonces han predominado dos tipos de abordaje: la adhesión sin mayor discusión a lo que declara el relato de viaje y la utilización del relato de viaje como herramienta de propaganda política a favor o en contra de Santander. Es decir, el relato de viaje se convirtió en un sistema autorreferente al que los analistas no acertaban a agregar más que algún detalle o en un escenario de disputa al que se trasladó la lucha partidaria que libraban los miembros de las academias de historia. Lejos de esa doble encrucijada, lo que me propuse fue el escepticismo como principio de análisis y el distanciamiento del objeto como lugar de enunciación. En términos coloquiales, traté de asumir la perspectiva del recién llegado, de quien se acerca con curiosidad desprevenida a una realidad desconocida, pero con la capacidad de poner en duda la sinceridad del informante.
Por ese camino emergió el lado más personal de Santander, el que no aparece en los documentos oficiales, el que anda a la sombra del hombre de las armas o el gobierno. Por primera vez en su vida adulta, el “Hombre de las Leyes” experimentaba el sabor de la independencia, los placeres de la vida cortesana y el orgullo del reconocimiento internacional. Aunque en teoría era el Santander privado, despojado de su cargo y su uniforme, nunca dejó de ser el animal político que sacaba ventaja de cualquier situación en pro de su ser público, no en vano fue llamado del destierro para asumir la presidencia sin siquiera postularse. En este libro el lector encontrará la versión más resiliente de un sujeto que logra reconstruirse en un nuevo contexto movilizando los recursos que le habían tocado en suerte.
El relato de viaje es la fuente primera y primaria del viaje. El manuscrito del Diario del General Santander en Europa y los Estados Unidos: desde que salió proscrito de Bogotá, el 15 de noviembre de 1828, hasta que volvió a pisar tierra colombiana en Santa Marta, el 17 de julio de 1832 ha sido publicado tres veces desde 1963 hasta 1989;2 la edición consultada para los fines de esta investigación es la primera, referenciada en adelante con la forma corta Diario. El relato es la fuente conductora del viaje y al mismo tiempo el puente a otros documentos: a él se conectan las cartas que Santander envió y recibió durante el destierro, los artículos que escribió o declaró haber leído, y las tarjetas que intercambió con sus anfitriones