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Tiempo pasado. Lee ChildЧитать онлайн книгу.

Tiempo pasado - Lee Child


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      —La 110, sobre todo.

      —Bonito —dijo ella—. ¿Quién era el oficial jefe cuando usted estaba ahí?

      —Yo —dijo él.

      —Y ahora está jubilado y se dedica a la genealogía.

      —Vi el cartel en la carretera —dijo—. Eso es todo. Estoy empezando a desear no haberlo visto.

      Ella volvió a mirar la pantalla.

      —Apareció algo —dijo ella—. De hace setenta y cinco años.

      Ocho

      Brenda Amos hizo doble clic y puso una clave. Después volvió a cliquear y se inclinó hacia delante y leyó en voz alta. Dijo:

      —El pasado uno de septiembre por la tarde, en 1943, un joven fue hallado inconsciente en la acera de una calle céntrica de Laconia. Había sido golpeado. Fue identificado como un joven local de veinte años, ya conocido por el departamento de policía como bocazas y matón, pero intocable, porque era el hijo del rico de la localidad. De lo que deduzco que debe haber habido mucho festejo privado dentro del departamento, pero obviamente para guardar las apariencias tuvieron que abrir una investigación. Tuvieron que hacerlo igual. Dice aquí que fueron de casa en casa al día siguiente, sin esperar encontrar demasiado. Pero de hecho encontraron mucho. Encontraron a una anciana que había visto todo con prismáticos. La víctima inició un altercado con otros dos jóvenes, claramente esperando ganar, pero resultó que en cambio le patearon el trasero.

      —¿Qué hacía la anciana usando prismáticos tarde por la noche?

      —Dice aquí que era una observadora de aves. Estaba interesada en las migraciones nocturnas y el vuelo continuo. Dijo que podía identificar las siluetas recortadas contra el cielo.

      Reacher no dijo nada.

      Amos dijo:

      —Identificó a uno de los otros dos jóvenes como un miembro compañero del club local de observadores de aves.

      —Mi padre era observador de aves —dijo Reacher.

      Amos asintió:

      —La señora mayor lo identificó como un joven de la localidad al que conocía personalmente, de nombre Stan Reacher, entonces de dieciséis años.

      —¿Estaba segura? Creo que en septiembre de 1943 tenía solo quince.

      —Parece estar segura del nombre. Supongo que puede haber estado equivocada con la edad. Estaba observando desde la ventana de un apartamento arriba de un almacén, mirando directo a la calle hacia una buena porción de cielo nocturno en el este. Vio a Stan Reacher con un amigo no identificado de más o menos la misma edad. Caminaban en la dirección donde estaba ella, alejándose de la parte más céntrica de la ciudad. Pasaron por el perímetro iluminado de un poste de luz, lo que le permitió sentirse segura con la identificación. Después caminando hacia ellos en la otra dirección vio al de veinte años. Él también pasó por un perímetro iluminado. Los tres jóvenes se encontraron cara a cara en la parte en sombras entre dos postes de luz, lo que fue desafortunado, pero ahí hubo el suficiente barullo como para que ella pudiera ver lo que estaba pasando. Dijo que fue como ver un espectáculo de sombras chinas. Lo que hizo sus gestos físicos más enfáticos. Los dos muchachos más pequeños todavía estaban frente a ella. El muchacho más grande le daba la espalda. Parecía estar exigiendo algo. Después amenazando. Uno de los más pequeños se fue corriendo, posiblemente tímido o asustado. El otro más pequeño se quedó donde estaba, y entonces de golpe le pegó al muchacho más grande en la cara.

      Reacher asintió. Personalmente él lo llamaba aplicar tu represalia primero. La sorpresa era siempre algo bueno. Un hombre sabio nunca llegaba a contar hasta tres.

      —La anciana declaró que el chico más pequeño le siguió pegando al chico más grande hasta que el chico más grande cayó al piso —dijo Amos—, tras lo cual el chico más pequeño lo pateó repetidas veces en la cabeza y en las costillas, y entonces el chico más grande se puso de pie como pudo e intentó huir, pero el chico más pequeño lo alcanzó y le hizo una zancadilla, justo en el siguiente perímetro iluminado, que aparentemente tenía mucha luz, lo que hizo que la anciana no tuviera ningún inconveniente para ver al chico más pequeño pateando al chico más grande todavía mucho más. Entonces dejó de hacerlo tan de repente como había empezado, y fue en busca de su tímido compinche, y se alejaron caminando juntos como si no hubiera pasado nada. La anciana tomó notas en una hoja en ese mismo momento, e hizo también un diagrama, todo lo cual les entregó a los oficiales que la visitaron al día siguiente.

      —Una buena testigo —dijo Reacher—. Apuesto a que el fiscal de distrito quedó encantado. ¿Qué pasó después?

      Amos deslizó hacia abajo y leyó.

      —No pasó nada después —dijo ella—. El caso no llegó a ningún lado.

      —¿Por qué no?

      —Personal limitado. Ya había empezado hacía un par de años el reclutamiento para la Segunda Guerra Mundial. El departamento de policía estaba operando con el personal mínimo indispensable.

      —¿Por qué el de veinte años no había sido llamado a filas?

      —Padre rico.

      —No entiendo —dijo Reacher—. ¿Cuánto personal podían necesitar? Tenían un testigo ocular. Arrestar a un muchacho de quince años no es difícil. No necesitaban un equipo SWAT.

      —No tenían identificación del agresor, y no tenían personal para ir a averiguarla.

      —Usted dijo que la señora mayor lo conocía del club de observadores de aves.

      —El que peleó fue el amigo desconocido. Stan Reacher fue el que salió corriendo.

      Les dieron a Patty y a Shorty una taza de café, y los invitaron a irse, de vuelta a la habitación diez. Mark los observó alejarse, hasta que hicieron la mitad del camino hasta el granero, hasta que tuvieron el aspecto de gente que no iba a regresar. Luego de lo cual se dio vuelta y dijo:

      —Vale, volved a conectar el teléfono.

      Lo hizo Steven, y Mark dijo:

      —Ahora enseñadme el problema con la puerta.

      —El problema no es con la puerta —dijo Robert—. Es con nuestro tiempo de reacción.

      Atravesaron un pasillo interno y abrieron la puerta del cuarto del fondo. El ambiente en comparación era pequeño, pero así y todo de un tamaño decente. Estaba pintado todo de negro. La ventana estaba tapada con unas tablas. Las cuatro paredes estaban cubiertas con televisores de pantalla plana. Había una silla giratoria en el centro de la habitación, encerrada entre cuatro bancos bajos pegados entre sí, llenos de tableros y palancas de mando. Como un centro de comandos. Patty y Shorty aparecían en las pantallas, imágenes en vivo, ahora pasando el granero, alejándose de unas cuantas cámaras ocultas, yendo hacia otras, algunas enfocadas directo y de frente, otras con un plano más abierto, con la pareja caminando diminuta en la distancia.

      Robert pasó por encima de uno de los bancos y se sentó en la silla. Hizo clic en un ratón y las pantallas cambiaron a una toma borrosa de visión nocturna.

      —Esta es una grabación de las tres en punto de esta madrugada —dijo.

      La imagen estaba aumentada y borrosa por los realces de la visión nocturna, pero era claramente de la cama queen de la habitación diez, en la que claramente había dos personas durmiendo. Era la cámara que estaba en el detector de humo, lo suficientemente abierta como para que se la considerara un ojo de pez.

      —Salvo que no estaba dormida —dijo Robert—. Después asumí que durmió alrededor de cuatro horas, y después se despertó. Pero no se movió para nada. Ni un músculo. No dio ningún tipo de señal. A esa altura yo estaba medio echado, francamente, tomándomelo con calma, porque las últimas cuatro horas habían sido bastante aburridas. Además


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