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Ríos que cantan, árboles que lloran. Leonardo Ordóñez DíazЧитать онлайн книгу.

Ríos que cantan, árboles que lloran - Leonardo Ordóñez Díaz


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captar la forma en que los textos exploran las posibilidades humanas en el marco de la colonización de las selvas, ya que, como dice Kundera, «“existir” significa: “ser en el mundo”. Es preciso por ende comprender el personaje y su mundo como posibilidades» (1986: 61).

      2Chakrabarty ha rastreado (2008: 201-207) la tendencia del pensamiento humanista europeo —desde Hobbes y Vico en el siglo xvii y hasta Croce y Braudel en el xx— a fijar una separación entre historia humana e historia natural, y muestra cómo esa idea entra en crisis en las últimas décadas, debido a la conciencia de los trastornos ambientales introducidos por los humanos a escala global. Un libro que subraya el impacto de la problemática ecológica actual sobre nuestra percepción del pasado histórico es A Green History of the World de Clive Ponting (1991). En cuanto a la concepción de la realidad americana como espacio al margen de la historia, su formulación más radical está en la filosofía de Hegel, tal como lo documenta Gerbi en La disputa del Nuevo Mundo (1960: 386-389 y 398-401).

      3Entre las fuentes históricas sobre el primer viaje de Orellana al Amazonas, la relación de fray Gaspar de Carvajal es clave, pues el dominico participó en la expedición y escribió la crónica poco después de acaecidos los hechos; en un segundo nivel están las crónicas de Gonzalo Fernández de Oviedo, Pedro Cieza de León y Toribio de Ortiguera, quienes contaron «con testimonios y documentos de primera mano» (Pérez 1989: 41). Los hechos relativos al segundo viaje, por su parte, son conocidos a través de cartas, cédulas reales y otros documentos de la época; la novela de Benites incluye al final una lista detallada de dicha documentación.

      4Benites comenta al respecto: «Al emperador le preocupa poco lo que ocurre en esos dominios lejanos, como no sea la posibilidad de que le lleguen remesas de oro y de especias. No ha tomado España la colonización del nuevo mundo como negocio productivo ni como causa nacional» (184). Lafaye, por su parte, afirma que la conquista «fue tratada como pariente pobre por la Corona. El esfuerzo oficial se concentró ante todo en la legislación y manifestó más el cuidado de combatir los abusos que el de respaldar a los conquistadores en sus empresas o aportarles algún tipo de ayuda» (1964: 40). Y concluye: «Para resumir en pocas palabras las relaciones entre los conquistadores y el Estado español, habría que decir que los primeros tomaban todos los riesgos (incluyendo el de la desgracia oficial) y el segundo su parte de todos los beneficios» (46).

      5Rodríguez analiza el papel de este contraste en la crónica de Carvajal y destaca su pronta incorporación al discurso etnográfico: «Los dos rasgos culturales más prominentes de los grupos étnicos documentados eran la generosidad (“indios pacíficos”, buenos salvajes) y la combatividad (“indios guerreros”, caníbales). En consecuencia, desde el comienzo, los discursos etnográficos y políticos están directamente ligados a la administración o al control de las poblaciones. La política es debatida a través de las múltiples implicaciones de la categorización de los pueblos amerindios como “gente de paz” y “gente de guerra”» (2004: 170).

      6Muchos autores ven en la busca de maravillas un hilo conductor de la conquista de América; Pastor escribe: «Desde principios del siglo xvi, se sucedieron casi sin interrupción las expediciones en busca de objetivos maravillosos y quiméricos. La expansión territorial del Imperio español y la exploración del continente americano se llevaron a cabo bajo el signo seductor del mito» (2008: 195); según Alès y Pouyllau, «toda la conquista… está marcada por la expectativa de lo ­fantástico» (1992: 275); Magasich-Airola y de Beer relatan las búsquedas de regiones legendarias en la conquista (1994); Leonard rastrea el influjo de las novelas de caballería en dichos procesos (1964: 13-74).

      7Según Leonard, «los astutos nativos, comprendiendo a medias las preguntas de los españoles y deseosos ante todo de librarse de sus molestos huéspedes, respondían afirmativa y vagamente las consultas de los blancos» (1964: 58-59).

      8De las crónicas escritas por integrantes de la expedición de Ursúa (Custodio Hernández, Gonzalo de Zúñiga, Pedro de Monguía), la más famosa es la de Francisco Vásquez, en la que se basan luego Pedrarias de Almesto (escribano de la expedición) y otros cronistas (fray Pedro de Aguado, fray Pedro Simón). En su estudio sobre Aguirre, Galster dice que «Uslar Pietri sigue de cerca la relación de Vásquez con las modificaciones de Almesto, tanto en los sucesos principales y los diálogos como en los episodios más breves, que constituyen la sustancia narrativa» (2011: 436).

      9Según Husserl, el «mundo circundante de la vida» es el mundo de la experiencia sensible cuya realidad se impone a cada grupo humano con evidencia y que está arraigado en las prácticas cotidianas compartidas y en una historia común: «Este entorno, junto con sus tradiciones, sus dioses, sus demonios, sus potencias múltiples, vale para cada nación como un mundo real, comprendido sin dificultad y sin crítica» (1987: 49). Pese a las penalidades que vivieron en la selva, la percepción distanciada de los españoles y su desajuste con respecto a las costumbres y la historia de los pueblos selváticos les impiden entablar un diálogo genuino con ese mundo que los abruma.

      10Deleuze y Guattari definen los espacios lisos —intensivos, rizomáticos, vectoriales, heterogéneos— por oposición a los espacios estriados —extensivos, arbóreos, métricos, homogéneos— (1980: 592-625). Las selvas tropicales son espacios lisos que, desde la época de la conquista, se oponen a la compartimentación y al control estatal. Las primeras entradas de los españoles al Amazonas, aparte de establecer el vínculo entre los Andes y el Atlántico, no lograron estriar el espacio selvático; esto explica en parte por qué, después de los fracasos de Orellana y Ursúa, ninguna expedición se aventuró de nuevo por el río durante casi un siglo.

      11Este tipo de recorrido espacial replica el modelo fijado en el primer viaje de Orellana. En su análisis de la crónica de Carvajal, Pérez muestra que para los españoles «los lugares se suceden con una rapidez casi cinematográfica, desde el alejamiento real que les impone el bergantín. El narrador es un observador que mira desde la lejanía… Esta vista panorámica apenas si se detiene en detalles»; en suma, lo que le interesa a Carvajal es «subrayar la hostilidad de la naturaleza, convertida en obstáculo» (1989: 199 y 203). También en la película Aguirre, la ira de Dios (1972) de Werner Herzog la mirada distanciada de los españoles es el eje de la representación fílmica del viaje por el río.

      12Magasich-Airola y de Beer (1994: 110-118) enumeran diversas empresas partidas en busca de El Dorado mucho tiempo después del fracaso de Ursúa, incluyendo los trabajos de las compañías inglesas que, a finales del siglo xix e inicios del xx, basándose en datos suministrados por el barón de Humboldt, desecaron buena parte de la laguna de Guatavita.

      13En opinión de Galster, el propósito de Otero Silva era «la desmitificación y rehabilitación» de Aguirre «mediante la reconstrucción de su historia individual». Ese objetivo solo se logra en escasa medida porque, como dice la autora, Otero Silva «suprime a sabiendas la contradicción que habita en la figura histórica de reclamar para sí una libertad a costa de la libertad de otros, a fin de crear un héroe positivo» (2011: 605 y 619).

      14Según Pastor, los mitos inspiradores de las empresas de conquista «no fueron creaciones individuales», sino el fruto «de una intensa tendencia quimérica y mitómana entre los españoles del siglo xvi». Dichos mitos «entroncaban con leyendas y noticias… que provenían o bien de


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