Nosotros los anarquistas. Stuart ChristieЧитать онлайн книгу.
target="_blank" rel="nofollow" href="#ulink_67ee25a0-8427-587b-bcdb-20fd37effad5">[8] Gerald Brenan: The Spanish Labyrinth, Cambridge, 1976, p. 249.
[9] César M. Lorenzo: Les anarchistes Espagnoles et le pouvoir, París, 1969, pp. 66-68.
[10] Progreso Fernández, «Anarquismo en el mundo», Bicicleta, núm. 11, Barcelona, 1977.
[11] José Llop: El movimiento..., op. cit., p. 231.
[12] Carrasquer, cit., p. 177.
VII. ¿SECCIÓN DE TRABAJOS SUCIOS?
A los militantes de la FAI se les ha acusado de «poco realistas», criminales y psicópatas. Pero en realidad, esas acusaciones no son más que conjeturas, sumamente subjetivas y no verificadas, fruto de los prejuicios de sus autores. En los pocos casos en que se aduce alguna «prueba», resulta que no es más que un testimonio indirecto de un testigo hostil. La patología criminal del anarquismo español sólo puede refutarse con estudios empíricos en vez de con teorías abstractas de historiadores indolentes o malévolos.
George Woodcock, por ejemplo, que por lo que parece ignoraba que las bases de la FAI eran mayoritariamente cenetistas, declara que, además de «los esforzados dirigentes sindicalistas y de los teóricos del anarquismo español» (la mayoría de los cuales no entraron en la FAI hasta 1934 y para entonces ya había dejado de ser un instrumento revolucionario) también contenía «un sospechoso contingente del hampa de Barcelona». La última acusación fue una idea lanzada y repetida por Borkenau. Esta profana alianza, añade Woodcock, demuestra la conexión bakuninista.
Fue él (Bakunin) quien puso más énfasis en una alianza entre los idealistas y los elementos sociales marginales, necesaria para derrocar al Estado y preparar el terreno para la sociedad libre.
Los fundadores de la FAI
mezclaron la devoción idealista a una causa con la afición a la conspiración, una justificación para la ilegalidad y el tiranicidio –y una inclinación hacia los experimentos sociales de carácter comunista primario.[1]
Gabriel Jackson opinaba que «la FAI combinó el idealismo anarquista con el gangsterismo, a menudo en las mismas personas». Presenta a la FAI como a una mafia y a la CNT como a un sindicato español de camioneros. «Recaudaban las cuotas de los afiliados a la CNT y con ellas constituían fondos para presos, compraban armas y ‘protegían’ a los trabajadores de la policía». Jackson clasifica a los anarquistas de «Zaragoza» en tres tipos.
Había un puñado de idealistas autodidactas, lectores de Bakunin y Tolstoy, a veces pacifistas místicos, otras vegetarianos o nudistas. Vivían ascéticamente, de lo recaudado con su trabajo mal pagado, del que se sentían orgullosos, y estaban convencidos de que la expansión del comunismo libertario por toda la península conduciría inmediatamente a una sociedad pacífica, próspera e igualitaria. Después, estaba la masa de trabajadores con poca o ninguna formación... Antes de la aparición de la FAI, a esas personas se las podía convencer fácilmente para que renunciaran a la lucha... Pero la conciencia de clase y la mística revolucionaria que la FAI les inculcó, les animó a demostrar a sus jefes que la sociedad dependía de ellos, los trabajadores. Disfrutaban exhibiendo su poder paralizando a la ciudad y consideraban sus huelgas generales ensayos para el futuro triunfo revolucionario del comunismo libertario... Por último, había un pequeño, pero importante, grupo de pistoleros profesionales, que no eran todos españoles.[2]
Los pistoleros «extranjeros», los «agitadores» tan queridos por los conspiradores, fueron, según Jackson, elementos importantes en la FAI. Las fuentes en que basa esta opinión eran los «hombres de negocios» que habían tenido «tratos diversos» con la CNT y la FAI en los años veinte y treinta:
Cuando los vecinos de Zaragoza vieron a veinte o treinta desconocidos con acento extranjero vendiendo corbatas en las calles, supieron que otra huelga general se avecinaba.[3]
Frank Jellinek adoptó un punto de vista algo más sofisticado sobre los militantes de la FAI. Los describió como «asesinos», en vez de «meros pistoleros», a los que se «encomendó lo que podría llamarse sin ánimo de ofender, el trabajo sucio de la CNT». La organización los reclutó
de entre los trabajadores más preparados e inteligentes por una parte y del conjunto de murcianos y almerienses instalados en las grandes ciudades. Por supuesto, es inevitable que se infiltren elementos del lumpenproletariado, pero tarde o temprano son liquidados.[4]4
Para Gerald Brenan, la llegada de la FAI trajo consigo una tendencia cada vez más perceptible en el anarquismo español:
la inclusión en sus filas de criminales profesionales –ladrones y pistoleros que sin duda no serían aceptados por ningún otro partido obrero– junto con idealistas de los más puros y abnegados.[5]
[1] Georges Woodcock: Anarchism, Londres, 1963, p. 358.
[2] Gabriel Jackson: The Spanish Republic and the Civil War, 1931-1939, Princeton, 1965, pp. 126-127.
[3] Ibíd.
[4] Frank Jellinek: The Civil War in Spain, Londres, 1938, pp. 92-93.
[5] Gerald Brenan: The Spanish Labyrinth, Cambridge, 1976, p. 251.
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