Nosotros los anarquistas. Stuart ChristieЧитать онлайн книгу.
o con mala intención es irrelevante; lo que sí me interesa es que historiadores aparentemente diligentes adoptasen y perpetuasen habladurías y afirmaciones absurdas como las propagadas por Arnold Lunn –sin ni siquiera intentar diferenciar realidad y ficción. Eso es más que una simple infracción de las reglas de las hipótesis históricas. El hecho de que no apliquen las reglas de la evidencia en el caso contra la FAI no sólo perjudica al caso, sino que también suscita serias preguntas con relación a su honradez intelectual y moral.
Para comprender plenamente bien el papel y la función de la FAI, antes es crucial entender tres cosas:
1. Que el anarquismo sedujo a una parte importante de la clase obrera española porque reflejaba y articulaba valores, estilos de vida y relaciones sociales que existían en la base de la sociedad española.
2. Que la influencia ideológica predominante en el seno de las principales organizaciones sindicales españolas entre 1869 y 1929 fue el anarquismo.
3. Que la «minoría concienciada» de militantes que fundó y sostuvo a sus sindicatos durante largos periodos de represión implacable y a menudo sangrienta estaba formada por anarquistas que, mediante la revolución social y la introducción del comunismo libertario, pretendían conseguir una sociedad justa y equitativa, sin clases y sin estado, objetivos morales que les llevaron a enfrentarse no sólo al estado y a los empresarios, también a los líderes de su propio sindicato, cuyos objetivos inmediatos eran materiales.
Este libro tiene dos dimensiones. La primera es descriptiva e histórica. Describe la evolución del movimiento anarquista organizado en España y su relación con el movimiento sindicalista en general. Al mismo tiempo, analiza las principales ideas que hicieron que el movimiento sindicalista español fuera uno de los más revolucionarios de los tiempos modernos. La segunda dimensión es analítica e intenta tratar, desde una perspectiva anarquista, lo que para mí es el problema especialmente relevante de comprender los cambios del mundo contemporáneo: ¿Cómo pueden sobrevivir los ideales al proceso de institucionalización? Si eso no es factible, al menos debemos ser capaces de identificar los puntos de inflexión para poder contrarrestar el proceso.
Al examinar la historia de la CNT y la FAI resulta evidente que las organizaciones anarquistas, como todas las organizaciones y civilizaciones anteriores a ellas, están sujetas a un proceso de auge y declive. Cuando consiguen sus objetivos específicos, incluso las organizaciones libertarias más comprometidas y más directamente democráticas degeneran rápidamente. Dejan de ser instrumentos sociales diseñados para satisfacer necesidades sociales reales y se transforman en instituciones que se autoperpetúan, con trayectorias y objetivos propios, diferentes y opuestos a los objetivos que provocaron su fundación.
Mi principal argumento es simple: en pocas palabras, que mientras la dictadura de Primo de Rivera empezaba a irse a pique en 1927, estalló un conflicto entre la directiva no anarquista y las bases anarquistas de la Confederación (anarcosindicalista) Nacional del Trabajo (CNT). Los líderes, es decir, los miembros de los comités regionales y nacional de la CNT, convertidos en intermediarios entre el trabajo y el capital desafiaron abiertamente a los objetivos ideológicos de la «minoría concienciada» con el propósito de modificar la constitución anticapitalista y antiestatista federalmente estructurada de la CNT para competir con la Unión (socialista) General de Trabajadores (UGT) por la hegemonía sobre la clase obrera española. En su opinión, la causa de los trabajadores sólo progresaría cuando todos los trabajadores pertenecieran a su sindicato, algo que únicamente podría lograrse funcionando en el marco de los parámetros legales del sistema capitalista y estatista.
Para la «minoría concienciada» de anarquistas, eso amenazaba con transformar a la CNT, arma revolucionaria que podía eliminar la miseria de la vida diaria, en un sindicato reformista que sólo serviría para perpetuar y legitimar la explotación del hombre por el hombre. Los militantes anarquistas que constituían las bases de la CNT reaccionaron fundando la Federación Anarquista Ibérica, una asociación ad hoc de estructura federal cuya función era reafirmar el carácter revolucionario del anarquismo y servir de punto de partida para la defensa de los principios antipolíticos y de los objetivos inmediatos del comunismo libertario de la CNT. En 1932, la amenaza reformista fue eliminada –¡democráticamente!– y los anarquistas de la clase obrera que habían hablado en nombre de la FAI (aunque muchos de ellos, como García Oliver y Durruti nunca estuvieron afiliados a la FAI) volvieron a la actividad sindical diaria a nivel de federación local o participando en las conspiraciones y acciones revolucionarias del Comité de Defensa Confederal.
Pero en vez de disolverse, o de limitarse a servir de enlace entre los grupos de agitación o propaganda autónomos, a mediados de 1933 la FAI pasó a manos de un grupo de intelectuales desarraigados y de economistas liderados por Diego Abad de Santillán, un hombre para el que las teorías abstractas tenían prioridad sobre las experiencias prácticas de los trabajadores. Con la llegada de la Guerra Civil española tres años más tarde, la FAI abandonó toda pretensión de ser un órgano revolucionario. Del mismo modo que la directiva de la institucionalizada CNT había desbancado a la propia organización entre 1930 y 1932, la FAI se convirtió, a su vez, en una estructura de intereses creados que frenó la actividad revolucionaria espontánea de las bases y reprimió a la nueva generación de activistas revolucionarios de las Juventudes Libertarias y del grupo «Amigos de Durruti». Se promovió la «unidad antifascista» y el poder del Estado a costa de los principios anarquistas, y la hegemonía del liderazgo de la CNT-FAI se impuso en los comités revolucionarios locales y en las asambleas generales. Su principal objetivo llegó a ser perpetuarse a sí misma, incluso a costa de los principios anarquistas revolucionarios que la inspiraron: los medios instrumentales se convirtieron en fines.
STUART CHRISTIE
I. ORÍGENES: 1872-1910. LA PRIMERA INTERNACIONAL
El anarquismo en España tiene sus orígenes en el llamado periodo revolucionario burgués de la historia española comprendido entre los años 1868 y 1873, cuando los pilares del viejo régimen semifeudal por fin se derrumbaron y el Estado se convirtió en un órgano de gobierno burgués. La nueva burguesía dominante no surgió de la todavía pequeña y débil burguesía industrial, sino de la burguesía mercantil de base agraria, cuyo objetivo político-económico era el capitalismo agrario liberal. La tensión entre un capitalismo agrario defendido por el estado por una parte, y el creciente poder económico del capitalismo industrial llegó a un punto crítico en esa época y se convirtió en telón de fondo de las luchas políticas y económicas del periodo.
El reparto de las tierras de la Iglesia y de los territorios nobiliarios a mediados del siglo XIX no fue simplemente una medida anticlerical adoptada por un gobierno liberal. Fue, en realidad, un intento de forzar el ritmo de la revolución liberal y de sentar las bases para el crecimiento apartando a la economía de la tierra y vinculándola al mercado, el comercio y la especulación. En 1869, la población activa estimada era de seis millones y medio de trabajadores, dos millones y medio de los cuales eran agricultores y un millón y medio asalariados, empleados en industrias todavía pequeñas como la textil, la minera, la del acero y la de la construcción o en talleres artesanales. Eso permaneció bastante estable durante el resto del siglo. En el periodo comprendido entre 1860 y 1900, «el sector generalmente descrito como primario (es decir, la agricultura) concentraba entre el 60 y el 65 por ciento del total de la población activa; el sector secundario (industrial) entre el 14 y el 15 por ciento; el sector terciario (servicios) entre el 18 y el 20 por ciento».[1]
Eso significa que cuatro millones y medio se dedicaban a la agricultura, un millón a la industria y un millón doscientos cincuenta mil a los servicios.
Una importante consecuencia de la desamortización, que es como se denominó al reparto de las propiedades, fue la rápida y constante afluencia de agricultores a los pueblos y ciudades de la España industrial, especialmente a los alrededores de Barcelona. Según Pere Gabriel, considerando residentes urbanos a los que viven en municipios de más de 10.000 habitantes, se estima que la población urbana de España creció así: «del 14 por ciento del total de la población en 1820, al 16 por ciento en 1857, al 30 por ciento