Compañero Presidente. Mario Amorós QuilesЧитать онлайн книгу.
un cúmulo de recuerdos que se agolpan. Habiendo además cometido, no el delito, sino el hecho significativo de amarrarme más al puerto, ya que mi compañera es porteña. Entonces, para mí, todo lo envuelven el mar y los cerros, el recuerdo de mi infancia y de la juventud, la iniciación de mis trabajos como médico y la cárcel, donde estuviera recluido por mis ideas. Todo ello implica el haber estado siempre amarrado y anclado a esta ciudad.
Ayer, por ejemplo, para acentuar una vez más el golpe de recuerdos, llegué hasta el cerro Cordillera y en un trozo de ese sector, identificado por el tiempo, existe un edificio tosco, casi en ruinas, a pesar del esfuerzo que se ha hecho para adosar sus dos pabellones. Es una vieja y nueva escuela, es la Escuela Blas Cuevas, que cumple el 25 de octubre de este año 100 años de existencia. Esa escuela la fundaron Blas Cuevas y el doctor Allende Padín.
En diciembre de 1924, concluyó los estudios secundarios con mención honorífica, fue campeón juvenil de natación y decatlón y presidente del Centro de Alumnos. Al año siguiente solicitó la admisión como voluntario para cumplir el servicio militar en el regimiento Coraceros de Viña del Mar y cuando su familia tuvo que regresar a Tacna pidió el traslado al regimiento Lanceros de esta ciudad. Al concluirlo, en 1926, decidió cursar los estudios de Medicina en la Universidad de Chile, en Santiago, donde su hermano Alfredo estaba a punto de licenciarse en Derecho (Jorquera, 1990: 39-49).
Por primera vez se estableció largo tiempo en la capital, en un momento político convulso que desembocó en la dictadura del coronel Carlos Ibáñez del Campo, que reprimió al movimiento obrero y a la izquierda y se prolongó desde 1927 hasta 1931. Durante su etapa universitaria fue presidente del Centro de Alumnos de Medicina en 1927, con apenas 19 años, y vicepresidente de la combativa Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile en 1930 desde las filas del grupo Avance, mientras que al año siguiente fue delegado de la Escuela de Medicina en el Consejo Universitario. Los alumnos de ésta eran los de ideas más avanzadas, ya que la mayor parte procedía de provincias y vivían en un barrio muy modesto, mezclados entre las clases populares. Por las noches Allende se reunía con los otros muchachos que vivían en la misma pensión para leer en voz alta a Marx, Lenin y Trotsky.
Óscar Waiss, uno de sus compañeros en Avance y posteriormente en el Partido Socialista, recuerda una de las primeras intervenciones de Allende en las agitadas asambleas universitarias de aquellos años (1986: 21-22):
El debut de Allende fue muy curioso. Cuando éramos una minoría insignificante, nos resultaba muy difícil intervenir en las Asambleas, porque nuestros adversarios armaban un chivateo insoportable. Entonces decidimos lanzar a Salvador a la tribuna, porque tenía un aspecto de pije, no lo conocían y su origen social era claramente burgués. Subió el Chicho[6] –ya lo llamábamos así– al sitio señalado y comenzó su intervención diciendo con voz sonora: «Señores». Los radicales, que eran el núcleo principal de la derecha, se callaron pensando que se trataba de uno de ellos; nosotros permanecimos en silencio muy desconcertados, pues en esos tiempos decir «señores» en vez de «compañeros» significaba una herejía repudiable. Pero Salvador tenía una notable inteligencia y agilidad mental extraordinaria; se lanzó pues a hablar de la libertad, tema en que nadie se atrevía a mani festar discrepancias o reservas, y, en nombre de esa libertad reconquistada, pidió respeto para exponer sus ideas. Logró el milagro y, desde ese día, se convirtió en un líder universitario.
Por el realismo político del que ya entonces hacía gala, Allende fue expulsado de Avance en 1931, tal y como él mismo explicó el 2 de diciembre de 1972 a los estudiantes de la Universidad de Guadalajara, México, para exhortarles a que huyeran del extremismo estéril (Witker, 1980: 4-5):
Entonces, uno se encuentra a veces con jóvenes que como han leído el Manifiesto Comunista, o lo han llevado largo rato debajo del brazo, creen que lo han asimilado y dictan cátedra y exigen actitudes y critican a hombres que, por lo menos, tienen consecuencia en su vida. Y ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica, pero ir avanzando en los caminos de la vida y mantenerse como revolucionario, en una sociedad burguesa, es difícil.
Un ejemplo personal: yo era un orador universitario de un grupo que se llamaba Avance... el grupo más vigoroso de la izquierda. Un día se propuso que se firmara, por el grupo Avance un manifiesto –estoy hablando del año de 1931– para crear en Chile los sóviets de obreros, campesinos, soldados y estudiantes. Y yo dije que era una locura, que no había ninguna posibilidad, que era una torpeza infinita y que no quería, como estudiante, firmar algo que mañana, como profesional, no iba a aceptar.
Éramos 400 los muchachos de la universidad que estábamos en el grupo Avance, 395 votaron mi expulsión; de los 400 que éramos, sólo dos quedamos en la lucha social. Los demás tienen depósitos bancarios, algunos en el extranjero; tuvieron latifundios –se los expropiamos– y a los de los monopolios les pasó lo mismo. Pero en el hecho, dos hemos quedado y a mí me echaron por reaccionario; pero los trabajadores de mi patria me llaman el Compañero Presidente.
En 1932, por primera vez en América Latina, se proclamó una República Socialista que, aunque de existencia efímera, sentó las bases para la fundación del Partido Socialista de Chile. La noche del 4 de junio Marmaduque Grove, coronel de la Fuerza Aérea, entró en La Moneda acompañado por un centenar de personas, partidarios del ex presidente Arturo Alessandri y del coronel Ibáñez y también personas de ideas socialistas, declaró depuesto al presidente Juan Esteban Montero y proclamó la República Socialista.
Durante los doce días en que una junta de gobierno presidida por tres personas (Eugenio Matte –dirigente de una agrupación socialista–, el periodista Carlos Dávila y el general retirado Arturo Puga) rigió los destinos del país, la mayor parte de los ministerios estuvieron a cargo de dirigentes socialistas como Óscar Schnacke, Eugenio González o Carlos Alberto Martínez. A pesar de su breve existencia y de las discrepancias que despertó en el conjunto de la izquierda puesto que el Partido Comunista se opuso públicamente a ella, sus dirigentes expresaron «una clara voluntad de cambio» y propusieron al país un discurso que sugería que «algo nuevo y serio» se avecinaba (Arrate y Rojas, 2003: 151).
El 16 de junio un grupo de militares, que acusó a Matte y Grove de pretender conducir el país al comunismo, puso fin a aquella singular experiencia y desterró a Matte, Grove y otros destacados socialistas a la Isla de Pascua, donde tuvieron la oportunidad de reflexionar sobre aquella experiencia y concluyeron la necesidad de formar un partido que agrupara a todas las pequeñas formaciones que compartían su ideario y que habían actuado o surgido al calor de los acontecimientos de aquel año.
Si su decidida oposición a la dictadura de Ibáñez le supuso la expulsión temporal de la Universidad, Salvador Allende también fue encarcelado tras la caída de la República Socialista, a la que había apoyado (Debray, 1971: 59):
Tuve cinco procesos, fui sometido a cortes marciales. Cuando vino la caída de la República Socialista de Marmaduke Grove estaba haciendo mi internado de medicina en Valparaíso. Entonces pronuncié un discurso como dirigente universitario en la Escuela de Derecho, como consecuencia del cual se me detuvo. Además, fueron detenidos otros familiares míos (...) Ahí nos juzgó una corte marcial que nos puso en libertad. Nuevamente nos tomaron presos y nos sometieron a una segunda corte marcial, vino toda la etapa del proceso propiamente tal.
En aquellos días su padre estaba gravemente enfermo, le habían amputado una pierna y tenía síntomas de gangrena en la otra:
De ahí que estando detenidos se nos permitió a mi hermano y a mí ir a ver a nuestro padre. Allí como médico me di cuenta del estado de gravedad suma en que se encontraba. Pude conversar unos minutos con él y alcanzó a decirnos que sólo nos legaba una formación limpia y honesta y ningún bien material. Al día siguiente falleció; en sus funerales hablé para decir que me consagraría a la lucha social, promesa que creo haber cumplido.
Tomás Moulian subraya el significado de estas palabras (1998: 35):
Esta autoimagen es interesante, Allende vincula su vocación de luchador social a la fuerza de afectos, a esa simbólica promesa realizada ante la tumba paterna. No la liga al conocimiento ideológico, a