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El Secreto Del Viento - Deja Vù. Alessandra MontaliЧитать онлайн книгу.

El Secreto Del Viento - Deja Vù - Alessandra Montali


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      Francesca esbozó una sonrisa y le respondió:

      –Estoy bien. Tranquila.

      –¿Te puedo hacer una pregunta personal… a la que puedes no responder? –continuó Giusy evitando la mirada de la muchacha.

      –No estoy embarazada –se le adelantó. –Por desgracia –añadió justo después.

      –¿Quieres un niño? ¡Pero si eres muy joven! –exclamó asombrada.

      Francesca se sentó, cogió la taza que Giusy le estaba dando y sin levantar los ojos de ella, dijo:

      –Una larga historia. Un día te la contaré.

      La mujer se sentó a su lado. Quedaron sin decir palabra durante unos minutos. Su silencio, sólo interrumpido por las voces de las personas que paseaban, a Giusy se le hizo difícil de soportar, de repente, explotó con una pregunta que no conseguía contener por más tiempo:

      –¿Qué es lo que realmente ha sucedido en la panadería?

      Francesca continuó manteniendo los ojos bajos, fijos en la taza. Se encogió de hombros y explicó:

      –No había desayunado… Una bajada de tensión.

      Francesca acabó de beberse el té y, siempre evitando encontrarse con la mirada de la mujer, se apresuró a añadir:

      –No estoy habituada a vuestro frío. En la panadería, en cambio, hacía mucho calor… Y además había un niño que hacía mucho ruido. Realmente insoportable.

      Giusy, frunciendo la frente, respondió:

      –No es toda la verdad. Lo sabemos tanto tú como yo… Hay otra cosa y tú te has asustado.

      Francesca levantó de repente la vista y sus ojos se encontraron. Giusy se dio cuenta de que había desconcierto en los grandes y claros ojos de la muchacha.

      Francesca acabó de beber el té y advirtió la mirada de la mujer que la seguía mientras se había levantado para dejar la taza en la barra del bar.

      –Estoy bien –respondió volviendo a sentarse.

      –No te quería preguntar esto… ¿Te han molestado mucho la rabieta de ese mocoso?

      –Sí –respondió Francesca instintivamente sin ni siquiera pensar en ello.–Es decir, no –se corrigió enseguida, luego añadió –No lo sé… no entiendo nada. ¡Tengo tal confusión en la cabeza! También la madre lo ha llamado así, mocoso, y yo me he desmayado.

      –Vayamos por orden e intenta responder a mis preguntas de manera espontánea. Bien, ahora túmbate y relájate –le sugirió Giusy sentándose a su lado.

      Francesca obedeció y cerró los ojos.

      –Bien, ahora respira profundamente dos veces, infla el estómago y luego expira por la nariz.. Bien, así… fantástico –la alentó la mujer. –Voy a comenzar. ¿Estás preparada?

      Francesca asintió.

      –¿Has estado antes aquí?

      –Sí, hace cuatro años.

      –¿Has visto alguno de nuestros lugares en tus sueños, en este último período?

      Francesca, ante aquella pregunta, de repente abrió los ojos, y todavía más hacia Giusy, y confesó:

      –Sí, pero no dormía. Ayer, cuando llegué a la plaza y vi aquella fuente…

      Francesca suspiró con fuerza y comenzó a explicar aquella imagen de la niña rubia con su mismo antojo en forma de fresa detrás de la oreja. Le habló de la señora rubia girada de espaldas de la que no había conseguido ver el rostro.

      –¿Otro dejavù? –la espoleó la mujer.

      Francesca apretó los labios como si quisiese impedir que hablasen pero finalmente admitió.

      –También hoy en la panadería, después de haberme recuperado, cuando todavía estaba en el suelo aturdida, me ha parecido que la panadería estuviese pintada de amarillo y que en las paredes hubiese algunos cuadros de motivos marinos. Luego todo ha desaparecido…

      Giusy se estremeció ante aquella descripción tan detallada, cogió una mano a Francesca y la estrechó entre las suyas. La muchacha dirigió la mirada al rostro de la mujer y vio una cierta emoción en él:

      –¿Debes decirme algo? –le preguntó tímidamente Francesca.

      –Sí… Al antiguo propietario, el señor Giovanni, le gustaba pintar los domingos por la mañana en la orilla. Estaba tan orgulloso de su trabajo que los tenía colgados todos en la panadería y me acuerdo perfectamente del color intenso de aquellas paredes que capturaban la luz del sol. Eran amarillas, justo como tú las has visto.

      Francesca tragó saliva y sólo consiguió sólo preguntarle:

      –¿Hace cuánto tiempo?

      –Hace más de veinte años.

      –Era pequeña –constató Francesca.

      Giusy le cogió las manos y mirando directamente hacia aquellos ojos asombrados le dijo:

      –Tú ya has estado aquí. A lo mejor de muy niña y te has olvidado. Quizás viniste de vacaciones con tu familia en verano. No hay nada por lo que debes tener miedo. Cada uno de nosotros guarda recuerdos antiguos, a veces inconscientes, luego, de repente, salen fuera, de la nada. ¡Como cuando no te acuerdas dónde has puesto una cosa y luego la encuentras después de una semana! A mí me sucede un montón de veces, ¿sabes?

      Francesca movió la cabeza y explicó:

      –Pero estos recuerdos me hacen daño. Como algo que explota dentro de mí. Imágenes que pasan delante como en una película. Yo no puedo hacer nada, no puedo pararlas, ni hacer que avancen. Sólo debo esperar y observar…

      Giusy la abrazó y le aconsejó:

      –Entonces, permanece alerta y observa todo lo que hay que ver. Si tienes fe conseguirás, es más, conseguiremos, recomponer el rompecabezas,. ¿Ok?

      Francesca asintió.

      CAPÍTULO IV

      La primera tarde de trabajo de Francesca pasó rápidamente. Ocupada entre las espumas suaves de los cappuccinos, los filtros de té perfumados y los cafés rápidos, no le fue posible pensar ni en Giorgio, ni en lo que había ocurrido por la mañana. Quería dar buena impresión a Giusy y se sentía satisfecha cada vez que la propietaria le devolvía una sonrisa de asentimiento.

      –Perfecto, ahora podemos relajarnos, la primera tanda de clientes ha pasado. La próxima será a las 19:30 con los aperitivos –le anunció Giusy sentándose por el cansancio.

      –Vale, entonces, mientras tanto, yo meto todo en el lavavajillas –exclamó la muchacha comenzando a trastear con tazas, platitos y cucharillas.

      Giusy, por su parte, se había levantado y había advertido a Francesca que subía para cambiarse.

      La muchacha estaba tan ocupada con su trabajo que ni siquiera se dio cuenta del muchacho que estaba de pie, apoyado en la barra, hasta que él no habló.

      –¿Puedo pedir un cappuccino con mucha espuma?

      Aquella voz imprevista en el silencio del bar sobresaltó a la muchacha y un platito se le escapó de las manos acabando en cuatro trozos a sus pies.

      –Te he asustado de nuevo.

      Francesca reconoció enseguida aquella voz: pertenecía al muchacho que había conocido en el ascensor y se volvió con el ceño fruncido.

      –¡He roto un platito, Giusy! –gritó con tono contrariado.

      –¡No te preocupes, hay muchos! –le respondió la mujer riendo.

      Francesca dirigió su mirada disgustada hacia el muchacho,


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