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El bosque. Харлан КобенЧитать онлайн книгу.

El bosque - Харлан Кобен


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señora Pérez había dicho que la cicatriz de su hijo estaba en el brazo derecho. Pero entonces yo le habría golpeado con la mano derecha, ergo le habría dado en el hombro izquierdo. Pero yo no hacía eso. Yo le pegaba con la mano izquierda... en el hombro derecho.

      Ahora tenía la prueba.

      La cicatriz de Gil Pérez estaba en el brazo izquierdo.

      La señora Pérez había mentido.

      Y ahora debía preguntarme por qué.

      7

      Aquella mañana llegué temprano a mi despacho. En media hora tendría a Chamique Johnson, la víctima, en el estrado. Estaba repasando las notas, pero cuando dieron las nueve ya había terminado. Así que llamé al detective York.

      —La señora Pérez mintió —dije.

      Escuchó mis explicaciones.

      —Mintió —repitió York en cuanto terminé de hablar—. ¿No cree que es un poco fuerte?

      —¿Cómo lo llamaría usted?

      —¿Que se equivocó?

      —¿Se equivocó en el brazo en el que su hijo tenía la cicatriz?

      —Pues sí, por qué no. Ya sabía que no era él. Es natural.

      No me lo tragaba.

      —¿Tienen algo nuevo en el caso?

      —Creemos que Santiago estaba viviendo en Nueva Jersey.

      —¿Tiene su dirección?

      —No. Pero tenemos una novia. O creemos que es la novia. Al menos una amiga.

      —¿Cómo la han encontrado?

      —Por el móvil vacío. Llamó buscándole.

      —¿Y quién era en realidad? Me refiero a Manolo Santiago.

      —No lo sabemos.

      —¿La novia no se lo ha dicho?

      —La novia sólo le conocía como Santiago. Ah, una cosa importante.

      —¿Qué?

      —Su cadáver fue trasladado. Ya estábamos seguros de esto al principio. Pero ahora nos lo han confirmado. Nuestro forense dice, basándose en el sangrado o algún detallito por el estilo que ni entiendo ni quiero entender, que Santiago estaba muerto probablemente una hora antes de que lo tiraran allí. Han hallado fibras de alfombra y cosas así. La investigación preliminar cree que proceden de un coche.

      —¿Así que a Santiago lo asesinaron, lo metieron en un maletero y lo abandonaron en Washington Heights?

      —Es nuestra hipótesis de trabajo.

      —¿Tienen la marca del coche?

      —Todavía no. Pero el forense dice que es algo antiguo. Por ahora sólo sabe esto, pero siguen investigando.

      —¿Cómo de antiguo?

      —No lo sé. No es nuevo. Por favor, Copeland, tómeselo con calma.

      —Tengo un gran interés personal en este caso.

      —Hablando de Roma.

      —¿Qué?

      —¿Por qué no nos echa una mano?

      —¿En qué?

      —En que tengo una cantidad de casos de locura. Ahora tenemos una posible conexión en Nueva Jersey: probablemente Santiago vivía allí. O al menos vive allí su novia. Y allí es exclusivamente donde le veía, en Nueva Jersey.

      —¿En mi condado?

      —No, creo que en el Hudson. O puede que en Bergen. Mire, ni idea. Pero está muy cerca. Y permita que añada algo al batiburrillo.

      —Le escucho.

      —Su hermana vivía en Nueva Jersey, ¿no?

      —Sí.

      —No es mi jurisdicción. Probablemente usted podría reclamar el caso, aunque no sea en su condado. Abrir el caso antiguo, no creo que nadie más lo reclame.

      Lo pensé un momento. En parte me estaba camelando. Esperaba que yo hiciera parte de su trabajo de campo y después llevarse él la gloria, pero me parecía bien.

      —Esa novia —dije— ¿tiene un nombre?

      —Raya Singh.

      —¿Y una dirección?

      —¿Va a hablar con ella?

      —¿Le importa?

      —Mientras no se cargue mi caso, puede hacer lo que le plazca. Pero ¿puedo darle un consejo de amigo?

      —Por supuesto.

      —Ese perturbado, el Monitor Degollador. He olvidado su nombre.

      —Wayne Steubens —dije.

      —Usted le conoció, ¿no?

      —¿Ha leído el expediente del caso? —pregunté.

      —Sí. Le investigaron a fondo por culpa de eso, ¿no?

      Todavía recuerdo al sheriff Lowell, y su expresión de escepticismo. Comprensible, por supuesto.

      —¿A dónde quiere ir a parar?

      —Sólo esto: Steubens sigue intentando anular su condena.

      —Nunca le juzgaron por esos cuatro primeros asesinatos —dije—. No los necesitaban, tenían pruebas más sólidas en los otros casos.

      —Lo sé. Aun así estaba relacionado con ellos. Si realmente se trata de Gil Pérez y Steubens se enterara, no sé, podría ayudarle. ¿Entiende a qué me refiero?

      Me estaba diciendo que fuera discreto hasta que tuviera algo seguro. Estaba de acuerdo. Lo último que quería era ayudar a Wayne Steubens.

      Colgamos. Loren Muse asomó la cabeza en mi despacho.

      —¿Tienes algo nuevo para mí? —pregunté.

      —No, lo siento. —Miró su reloj—. ¿A punto para tu gran presentación?

      —Totalmente.

      —Pues vamos. Empieza el espectáculo.

      —El pueblo llama a Chamique Johnson.

      Chamique iba vestida de modo conservador pero no de una forma exagerada. Se le veía el estilo. Se le veían las curvas. Incluso hice que se pusiera tacones. A veces uno intenta obstruir la visión del jurado. Y hay veces, como ésta, en que tu única posibilidad es que vean todo el panorama, verrugas incluidas.

      Chamique mantuvo la cabeza alta. Sus ojos iban de derecha a izquierda, no de una forma deshonesta, al estilo Nixon, sino como si estuviera alerta por si le caía algún golpe. Llevaba un poco de exceso de maquillaje. Pero eso tampoco importaba. La hacía parecer una chica haciéndose pasar por una adulta.

      Había gente en mi oficina que no estaba de acuerdo con mi estrategia. Pero yo creía que si tienes que hundirte, es mejor hundirte con la verdad. Y eso es lo que estaba dispuesto a hacer.

      Chamique dijo su nombre y juró sobre la Biblia antes de sentarse. Le sonreí y la miré a los ojos. Chamique me saludó con una inclinación de cabeza, como dándome el visto bueno para empezar.

      —Trabaja de estríper, ¿no?

      Que empezara con una pregunta como ésta, sin ningún preliminar, sorprendió al público. Se oyeron algunas exclamaciones. Chamique pestañeó. Tenía una idea aproximada de lo que yo pretendía hacer, pero no había sido muy concreto intencionadamente.

      —A tiempo parcial —dijo.

      No me gustó esta respuesta. Era demasiado cautelosa.


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