El bosque. Харлан КобенЧитать онлайн книгу.
qué club se desnuda?
—En el Pink Tail. Está en Newark.
—¿Cuántos años tiene? —pregunté.
—Dieciséis.
—¿No es necesario tener dieciocho para hacer estriptís?
—Sí.
—¿Cómo lo hace entonces?
Chamique se encogió de hombros.
—Conseguí un carné falso, pone que tengo veintiuno.
—¿Así que ha vulnerado la ley?
—Supongo que sí.
—¿Ha vulnerado la ley o no? —pregunté.
Lo dije con una voz un poco dura. Chamique lo entendió. Quería que fuera sincera. Quería que —perdón por la bromita, que se desnudara— fuera totalmente honesta. La dureza fue un recordatorio.
—Sí, vulneré la ley.
Miré hacia la mesa de la defensa. Mort Pubin me miraba como si me hubiera vuelto loco. Flair Hickory tenía las palmas de las manos apretadas, y el dedo índice apoyado en los labios. Sus dos clientes, Barry Marantz y Edward Jenrette, llevaban americanas azules y estaban pálidos. No parecían presuntuosos, seguros de sí mismos, ni perversos. Parecían contritos y asustados y muy jóvenes. Un cínico diría que era intencionado, que sus abogados les habían aconsejado cómo sentarse y qué expresiones poner. Pero yo sabía que no. Aun así no permití que eso me afectara.
Sonreí a mi testigo.
—No es la única, Chamique. Encontramos un montón de carnés falsos en la fraternidad de sus violadores, para poder salir y disfrutar de fiestas para adultos. Al menos usted lo hizo para ganarse la vida.
Mort se puso de pie.
—Protesto.
—Aceptada.
Pero ya estaba dicho. Como dice el refrán: «Lo dicho, dicho está».
—Señorita Johnson —continué—, no es virgen, ¿no es así?
—No.
—De hecho, tiene un hijo y es soltera.
—Sí.
—¿Cuántos años tiene?
—Quince meses.
—Dígame, señorita Johnson: ¿El hecho de no ser virgen y tener un hijo siendo soltera la convierte en un ser humano inferior?
—¡Protesto!
—Aceptada. —El juez, un tal Arnold Pierce, de cejas pobladas, me miró con mala cara.
—Sólo pongo de relieve lo obvio, señoría. Si la señorita Johnson fuera una rubia de clase alta de Short Hills o Livingstone...
—Resérvelo para las conclusiones, señor Copeland.
Lo haría. Y lo había usado para la apertura. Me dirigí a la víctima.
—¿Le gusta ser estríper, Chamique?
—¡Protesto! —Mort Pubin estaba de pie otra vez—. Irrelevante. ¿A quién le importa si le gusta ser estríper o no?
El juez Pierce me miró.
—¿Y bien?
—Hagamos una cosa —dije, mirando a Pubin—. Yo no le preguntaré por el estriptís si usted tampoco lo hace.
Pubin se quedó inmóvil. Flair Hickory todavía no había hablado. No le gustaba protestar. En general a los jurados no les gustan las protestas. Creen que estás ocultando algo. Flair quería caer bien. Por eso hacía que Mort se encargara del trabajo sucio. Era la versión abogado de poli bueno, poli malo.
Volví a mirar a Chamique.
—La noche que la violaron no estaba haciendo estriptís, ¿verdad?
—¡Protesto!
—Presunta violación —corregí.
—No —dijo Chamique—. Me invitaron.
—¿La invitaron a una fiesta en la fraternidad donde viven el señor Marantz y el señor Jenrette?
—Sí.
—¿Le invitó el señor Marantz o el señor Jenrette?
—No.
—¿Quién la invitó?
—Otro chico que vivía allí.
—¿Cómo se llama?
—Jerry Flynn.
—Ya. ¿Cómo conoció al señor Flynn?
—La semana anterior había trabajado en la fraternidad.
—Cuando dice que trabajó en la fraternidad...
—Hice un estriptís para ellos —acabó Chamique.
Me gustó. Estábamos cogiendo el ritmo.
—¿Y el señor Flynn estaba allí?
—Estaban todos.
—Cuando dice «estaban todos»...
Señaló a los dos acusados.
—Ellos también estaban. Y un puñado de chicos.
—¿Cuántos calcula usted?
—Veinte, puede que veinticinco.
—De acuerdo, pero ¿fue el señor Flynn quien la invitó a la fiesta una semana después?
—Sí.
—¿Y usted aceptó la invitación?
Ya tenía los ojos húmedos, pero mantuvo la cabeza alta.
—Sí.
—¿Por qué decidió ir?
Chamique lo pensó un momento.
—Era como si un multimillonario te invitara a su yate.
—¿Estaba impresionada con ellos?
—Sí, claro.
—¿Y por su dinero?
—Eso también —dijo.
Me encantó esta respuesta.
—Y Jerry fue bueno conmigo cuando fui a hacer estriptís —continuó.
—¿El señor Flynn la trató bien?
—Sí.
Asentí. Me estaba adentrando en territorio muy peligroso, pero me lancé.
—Por cierto, Chamique, volviendo a la noche que la contrataron como estríper... —Noté que la voz se me volvía más profunda—. ¿Realizó otros servicios para alguno de los hombres del público?
La miré a los ojos. Tragó saliva, pero aguantó el tipo. Habló en voz baja, sin desafíos.
—Sí.
—¿Fueron favores de carácter sexual?
—Sí.
Bajó la cabeza.
—No se avergüence —dije—. Necesitaba el dinero. —Señalé la mesa de la defensa—. ¿Cuál es su excusa?
—¡Protesto!
—Aceptada.
Pero Mort Pubin no había terminado.
—Señoría, ¡esa afirmación ha sido una ofensa!
—Es una ofensa —acepté—. Debería castigar a sus clientes inmediatamente.
Mort Pubin se puso rojo. Su voz era un gimoteo.
—¡Señoría!