Francisco Franco. Heinz DuthelЧитать онлайн книгу.
Carrera militar
Mis años en África vienen a mí con indudable fuerza. Allí nació la posibilidad de rescate de la España grande. Allí se fundó el ideal que hoy nos rinde. Sin África, yo apenas puedo explicarme a mí mismo, ni me explico cumplidamente a mis compañeros de armas.
Franco al periodista Manuel Aznar, 1938.
Franco tuvo que insistir con su petición de un destino en África al serle denegada en primera instancia, probablemente por su mediocre calificación en la academia militar. Es destinado a Ferrol, su ciudad natal, donde pasó dos años hasta ser admitida su petición (en estos dos años se refuerza su amistad con Francisco Franco Salgado y Camilo Alonso Vega, personas que permanecerán siempre a su lado). Ya en África, en el transcurso de los diez años y medio que permaneció allí, logró una vertiginosa ascensión hasta alcanzar el generalato, convirtiéndose en el general más joven de Europa en aquella época, adquiriendo una gran popularidad entre la burguesía española y un prestigio dentro del ejército que le permitió, aun con su juventud, disfrutar de un estatus de igualdad con los más consolidados generales, siendo uno de los militares con mayor ascendencia entre la población en una época clave de la historia de España: la II República.
La guerra de África agravó la fractura entre Ejército y sociedad civil, era rechazada por las clases populares a las que les suponía una sangría de miles de muertos, jóvenes de estas familias que no podían pagar la «cuota» que los librara del servicio militar, En 1909 fue el detonante de la Semana Trágica y en 1911 crecen las protestas ante el recrudecimiento de las campañas en Marruecos. Siendo, estas protestas, vistas desde el ejército como anti patrióticas.
Cuando Franco llega a África se incorpora a un conflicto donde se entrecruzan los intereses de, principalmente, España, Francia e Inglaterra; en el que España se involucra con temeridad por las presiones de un ejército que quiere resarcirse de las derrotas sufridas en las colonias de ultramar y una oligarquía financiera con intereses, principalmente mineros, en el Magreb. También se incorpora a una casta dentro de otra castra: la casta africanista de la ya casta militar.
En África ya habían muerto miles de soldados y centenares de oficiales. Era un destino arriesgado y, también, un destino en el que las políticas de ascensos por méritos de guerra permitían una rápida carrera militar. Se incorpora a un ejército con un equipamiento deficiente y anticuado, una tropa desmotivada y una oficialidad poco capacitada que repite tácticas que ya fracasaran en las anteriores guerras coloniales.
Primer periodo en África: los Regulares indígenas
El 17 de febrero de 1912 llega a Melilla en compañía de su compañero de promoción, Camilo Alonso Vega, y su primo Pacón. Sus primeros cometidos en África fueron operaciones rutinarias; entre otras, establecer contacto entre diferentes puestos fortificados o la protección de las minas de Banu Ifrur. El 13 de junio de ese mismo año asciende al empleo de teniente, cuenta con 19 años de edad y será el único ascenso que obtendrá por escalafón; los demás los obtendrá por méritos de guerra. A petición propia, el 15 de abril de 1913, se le destina al Regimiento de Regulares indígenas, unidad de choque recientemente formada por Dámaso Berenguer y formada por mercenarios moros.
El 12 de octubre de 1913 recibe la Cruz al Mérito Militar de primera clase por su victoria en un combate el 22 de septiembre anterior y el 1 de febrero de 1914 es ascendido a capitán por su valor en la batalla de Beni Salem (Tetuán). En esta primera etapa en África demostró valor y capacidad táctica. En los combates se distinguió por su arrojo y belicosidad. Era «entusiasta de las cargas a la bayoneta para desmoralizar al enemigo» y asumió elevados riesgos encabezando el avance de su unidad. También, ayudado por ese coraje, logró que las unidades a su mando se distinguieran por su disciplina y avance ordenado, «ganándose una reputación de oficial meticuloso y bien preparado, interesado en la logística, en abastecer a sus unidades, en trazar mapas y en la seguridad del campamento». También, ya en aquella época, muestra un carácter imperturbable y hermético que le acompañará durante toda la vida.
Años más tarde, reconoció que la noche en la que se incorporó a su unidad en África, durmió con el arma en la mano; la tropa le inspiró una fuerte desconfianza. Franco no se vería obligado a desarrollar una depurada estrategia ni tácticas de guerra elaboradas (dotes que ni en aquella época proporcionaba la formación en las academias militares españolas ni se le reconocería en su trayectoria militar): los rifeños no eran estrategas ni estudiosos de las tácticas de combate modernas; el desafío se encontraba en contrarrestar su belicosidad; acostumbrados a rafias entre tribus y contra los ocupantes de turno, ponían en estos combates su vida: «Hombres acostumbrados a carreteras, a caminos o, cuando menos, a senderos de montaña; hombres, además, recién llegados de un ambiente en que la guerra se miraba como algo intolerable; hombres, finalmente, que nunca habían luchado y, al otro lado, gentes no sólo acostumbradas a pelear sino para quienes la guerra estaba conectada con el pan de cada día». (Martínez Campos), Franco, primero al mando de los Regulares indígenas y después al de la Legión, instauró una disciplina férrea, implacable con la insubordinación (en su etapa en la Legión, preocupado por una ola de indisciplina, reclamó a Millán Astray la autorización para poder recurrir al fusilamiento. Millán Astray le respondió que las penas de muerte debían dictarse únicamente atendiendo a las estrictas ordenanzas recogidas en el código de justicia militar. Días más tarde formó el pelotón de fusilamiento después de que un legionario se negase a comer y lanzara la comida a un oficial. Lo fusiló e hizo desfilar al batallón frente al cadáver). También, si no se le reconoce ninguna inquietud intelectual, sí mostró un gran interés por formarse en todo lo concerniente a su profesión militar. Se le reconoce un cierto aislamiento de sus compañeros, ocupando su tiempo libre en la lectura de tratados militares.
Miembros de su tropa llegaron a decir que con Franco al frente no perdían las batallas y el salir ileso de las refriegas (en los dos años y medio primeros de su paso por los Regulares, 35 de los 41 de sus compañeros oficiales habían resultado muertos o heridos) le invistió de un halo de invulnerabilidad ante los indígenas que lo calificaron como hombre con baraka (hombre con buena suerte). Franco pudo advertir que los mandos únicamente conseguían el respeto de la tropa si demostraban valentía, y que el elevado número de deserciones, incluso los amotinamientos, guardaban una estrecha relación con el fracaso de las operaciones, la derrota o la retirada. El cabalgar sobre un caballo blanco, cuando tuvo derecho a ello, lo hizo bien visible para su tropa.
También se distinguió por su preocupación en abastecer a su tropa en un ejército que la descuidaba por completo. En África (como en anteriores guerras coloniales) se producían más muertes como consecuencia de enfermedades que por los enfrentamientos armados.
En 1916, en una rafia en El-Biutz (entre Ceuta y Tánger) fue herido en el bajo vientre, una herida grave que pudo causarle la muerte y que lo mantuvo varios meses hospitalizado en Ceuta (sus padres, ya separados, viajaron a Ceuta para asistirle en su convalecencia).
Era norma no escrita que las heridas de guerra se recompensaran con un ascenso, ascenso que le fue negado y que Franco logró tras insistir en todas las instancias hasta llegar al Rey Alfonso XIII. El 28 de febrero de 1917 es nombrado comandante con efectos retroactivos de 29 de junio de 1916, convirtiéndose en el comandante más joven de España. Sin embargo, no consiguió que le concedieran la Laureada de San Fernando (máximo galardón en el ejército español) a la que también estaba propuesto. Años más tarde, ganada la Guerra Civil, ya como caudillo de España, se la concedió a sí mismo.
Interludio en Oviedo
Sin encontrar destino en África tras el ascenso a comandante, es destinado a Oviedo, donde llega ya con una cierta aureola de héroe. Allí se hospeda en el hotel París y entabla amistad con el que más tarde será su más dedicado hagiógrafo Joaquín Arrarás Iribarren. Es en el transcurso de esta estancia en Oviedo cuando conoce a la que más tarde será su mujer Carmen Polo y Martínez Valdés.
Durante los tres años que estuvo destinado en la península se suscita el enfrentamiento dentro del ejército entre peninsulares y africanos, los primeros consideraban abusivos los ascensos por méritos de guerra