Sugar, daddy. E. M ValverdeЧитать онлайн книгу.
cara –dio un apretón cariñoso–, así te veo.
—Acabo de llorar, seguro que parezco un mapache. ¿Se me ha corrido el maquillaje? –abrí los ojos para que lo comprobara.
—¿Que si se te ha corrido? –repitió, procesando–. No, está intacto. Estás igual de guapa que siempre.
Se quedó estático cuando me puse de puntillas y me atreví a besar su mejilla.
—Kohaku, te quiero mucho –expresé lo primero que cruzó mi mente, apoyándome en su hombro más tranquila.
—Yo también –le costó un poco decirlo–, nunca lo dudes –peinó mi pelo, frotando mi mejilla con parsimonia. Se mordió el carrillo, dando la sensación de que estaba conteniendo algunas palabras. El estridente timbre sonó.
—Vas a llegar tarde a clase... –no quería que se fuera.
—Me la suda, la salud mental de mi mejor amiga es más importante que contabilidad –se rió con su vocabulario soez, y su lengua lamió los labios al estudiar mi cara. Me tendió la bolsa de papel–. No sé qué es, pero no quiero que me lo des de malas formas ¿vale? –volvió a acercarse, su respiración caliente cosquilleando mi frente. Asentí con sumisión, y se tomó su tiempo para besar el hueso de mi ceja.
Entrelacé mis dedos con los suyos, y pude sentir como él tampoco se quería ir.
—¿Entramos a clase? –subió la mano por mi brazo, sus dedos anhelando mi contacto de la misma forma que yo anhelaba el suyo.
—No voy a entrar después de haber hecho el ridículo, ¿mejor nos vemos en el patio? He traído cerezas para almorzar... –soné insegura, pero asintió con una sonrisa.
—No te metas en líos sin mí –me sonrojé cuando me guiñó un ojo, y no supe muy bien el porqué.
...
Abandoné la mochila bajo el árbol del patio, tecleando nerviosamente en mi teléfono.
Señor Takashi, necesito hablar con usted. Es urgente.
11:23
Vibró momentos después con un tono de llamada pop. Lo descolgué enseguida.
—¿Necesitabas oír mi voz, cielo? –ignoré sistemáticamente su petulancia, yendo directa al tema.
—¿Tiene usted el collar? –hubo un tenso silencio en la línea, y alcé la vista a la ventana de mi clase, distraída.
—Lo llevas puesto, ¿no? –interpretó la pregunta cómo él quiso, y apreté la mandíbula.
—El collar de Kohaku –aclaré–, me lo quitó el otro día y no me lo devolvió. ¿Lo tiene usted, verdad?
—No sabría decirte, Ari –oí su risita desinteresada y sus anillos tintinear contra una copa. A raíz de él ya había tenido una discusión con mi mejor amigo, a parte de las constantes mentiras que me tenía que inventar para que Kohaku no sospechara. No iba a dejar que Takashi me mareara más.
—Kaito, ¿yo no te llamo por tu nombre, verdad? –hice una pausa, y pude advertir que aquello no le gustó–. Pues de la misma forma, ese apodo está reservado para alguien más– comencé, apretando el móvil a medida que notaba cómo me calentaba con la ira–. No soy nada tuyo fuera del despacho, no me hables con cercanía.
Oí su respiración hastiada a la otra línea, pero me dió igual, me gustaba hablarle con desobediencia.
—Si no me devuelves el collar, no pisaré el despacho nunca más. Puedo trabajar telemáticamente, no me verás más por allá.
—Entonces tendrás que venir a por él –oí cómo se le agravó la voz, esta vez con un matiz diferente–, a lo mejor te llevas un castigo y todo. Los dos salimos ganando, nena.
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