Sugar, daddy. E. M ValverdeЧитать онлайн книгу.
el nombre me suena –me encogí de hombros de forma casual, oyendo el tarareo lector de Joji y el papel que Mon plegaba para mi compra.
—¿Y a Takashi Kaito? Hace tiempo que no le veo, tendré que hacerle una visita algún día...
—¿Takashi Kaito? –repetí pálida, y las pequeñas heridas que me quedaban en el culo comenzaron a arder. Su nombre no era lo único que conocía.
—Es un capullo, todos los de los colegios de pijos lo sois –vi la sonrisa de anuncio que tenía, tan blanca como la espuma del mar–, pero es mi amigo.
—No deberías generalizar, ¿sabes? –recogí los libros que había envuelto, rodando los ojos con su crítica.
—No voy a discutir con alguien a quien nunca le han cortado la luz por impago –abrió su cómic de forma desinteresada, como quitándole importancia a sus palabras.
Era de clase acomodada y a mi familia nunca le había faltado el dinero, algo con lo que el chico rubio no se identificaba. Podría haber empezado cualquier discurso sobre la multimillonaria herencia de mi padre, pero Mon también llevaba un uniforme y la corbata aflojada. Era estudiante y trabajaba como yo, aunque con distintos fines.
—Bueno –comencé, sus ojos desconfiados en mí–, cuando te apetezca te invito a un café y tenemos una charla sobre toda la corrupción en la bolsa de acciones de Tokio.
Sonreí antes de irme, dejando el cambio sobre su mesa. Me sobraba el dinero y el chico me había sacado una sonrisa, no me importaba que se lo quedase.
Joji me siguió segundos después, y cuando el joven rubio salió de la tienda con mis billetes en la mano y la cara agitada, el coche arrancó.
Al día siguiente
Miré preocupada el reloj, pues mi compañero de pupitre siempre solía llegar veinte minutos antes de la primera clase.
Prefería no enviarle un mensaje ahora y verle la cara, hablar con él.
La silla de la esquina del fondo estaba vacía, y moví los pies nerviosamente aislada de los compañeros de clase. Aunque sonase muy triste, Kohaku era mi único amigo.
Voces graves y agitadas penetraron mis oídos, y rodé los ojos al ver cómo el séquito de Seiichi se reía sonoramente. Era el típico chico popular y creído, y su aparente amistad con el chico de la librería no parecía concordar. Tampoco sabía qué pintaba Takashi en ese rompecabezas.
Hablando del rey de Roma (o más bien de su destrozo), había sustituido el pañuelo por maquillaje waterproof, estaba cansada de pasar calor y sentirme agobiada.
Oí una aguda y familiar risa, con un toque muy feo de falsedad. Kohaku estaba con Seiichi.
—¡Kohaku! –me levanté de la silla para llamar su atención, y me falló el cortocircuito mental al ver cómo no me sostuvo la mirada–. Pero qué...
¿Por qué se estaba sentando en primera fila con ellos?
—Ey Kohie –toqué su hombro, ganándome la mirada reprobatoria de Seiichi y sus amigos. No necesitaba pedirle permiso para hablar con mi amigo, y le quería dejar muy claro que no iba a permitir que lo convirtiera en otro superficial de su séquito. Ya no me extrañó tanto la posible afinidad entre los dos egocéntricos Takashi.
Mi mejor amigo pareció acordarse de mí, y se disculpó con ellos antes de prestarme atención.
—¿Te vas a sentar aquí? –cerré los dedos alrededor del asa de papel, su regalo tardío de cumpleaños dentro. Me miró con indiferencia. Kohaku tenía los ojos un poco hinchados, tal vez por la temprana hora.
—Sí, hoy estaré con Seiichi.
—Vale, cojo mis cosas y me siento contig...–
—No te molestes, Areum –cogió mi muñeca cuando hice el amago de ir a mi sitio al fondo, y le miré en busca de explicaciones. Areum, no Ari...
—¿No quieres que me siente contigo? –fui brusca y directa, mirando el todavía duradero agarre de sus dedos.
Aflojó los dedos como aflojó su sonrisa. No había nada peor que el rechazo de Kohaku, al menos para mí.
—Vale –dejé la bolsa sobre su nuevo pupitre, y al abrir los ojos asombrado por mi actitud defensiva pude ver el brillo peculiar de sus ojos–, no entiendo por qué te ha molestado tanto que hiciese novillos, pero si te quieres enfadar, pues adelante.
Mi voz creció varios decibelios en la clase, la puta risa de Seiichi llegando a mis oídos. Seguro que a él también le parecía ridícula.
—Siéntate con quién quieras –me zafé de él, recogiendo mis cosas del pupitre para irme de clase. No iba a centrarme en la lección con este cabreo, ¿para qué quedarme? Levanté la mirada para ver la arrepentida de Kohaku, pero la sonrisilla de Seiichi captó mi atención–. ¡Como te vuelvas a reír te quedas sin dientes!
Me colgué la mochila de un golpe y casi corrí hacia el pasillo, siendo el punto de mira de toda la clase. Nadie me frenó, nadie me habló, y salí disparada hacia la biblioteca antes de que algún profesor apareciese. Oí la risa del grupito, y la de Kohaku también estaba entre ellos.
—Joder... –bajé la cabeza al sentir mis mejillas mojadas, y me enjugué las lágrimas antes de que alguien me cogiera el hombro–, lo siento, ahora no...
—Areum –sentí una espina con la voz de Kohaku, y me giré a la defensiva, con las mejillas mojadas. Ya parecía preocupado de por sí, y vi horror en sus ojos al observarme–, lo siento –se rascó la nuca–. ¿Por qué lloras?
Le sostuve la mirada, y encogí los hombros, conteniendo otra serie de cataratas. Si el Señor Takashi no me hubiese dejado tantas marcas no estaría así con Kohaku.
—No entiendo por qué estás tan molesto conmigo –busqué explicaciones en sus ojos estrellados, y me hizo caminar hasta un lugar más privado como las escaleras–. Ya te dije que no me encontraba bien para hacer la clase de gimnasia. No lo volveré hacer si tanto te molesta, pero...–
—No te disculpes. Soy un poco gilipollas por haberlo exagerado tanto –sonrió con la calidez de siempre, pero en el fondo supe que algo le pasaba. No se enfadaba por cualquier gilipollez.
—Yo no estoy enfadada...
—Yo tampoco –hubo una pausa en la que nos miramos, rodilla con rodilla en los escalones–. Anda, dame un abrazo –Kohaku me abrió sus brazos, y no dudé en reconciliarnos. Inspiré tranquila cuando apoyé la cara en su pecho, pocas cosas me daban tanta paz como aquello.. Se me nubló la mente–. No quiero que me dejes sola, Kohie.
Apreté más su camiseta, presa de unas lágrimas traicioneras que había recordado en soledad.
—No llores por mí, no te voy a dejar sola –acunó mi nuca con caricias, respirando cálidamente en mi coronilla–. Venga tonta, que no te voy a dejar sola, ¿vale? Mira cómo me he puesto solo porque no has sido mi compañera en educación física, soy un dependiente de mierda –su risa sonó muy triste.
Me apartó a la fuerza de sus pectorales, y me cogió la cara con determinación. Agachó el cuello hasta mi altura, enjugándome las lágrimas con los pulgares y mirándome a los ojos. Seguro que le daba pena, era una patética por no poder contarle lo del contrato.
—Perdón por ser tan insegura...a veces me pasa.
—Que no te disculpes, tonta –negó quitándole importancia, y zarandeó un poco mi cara, sus dedos dulcemente pegados a mis mejillas mojadas–, lo importante es que estés mejor.
Asentí, disfrutando del momento íntimo que estábamos compartiendo. Bajó la mirada a mi cuello, y algo parecido a una mueca feliz cruzó su cara.
—Hoy hace mejor tiempo –entendí la alusión que hizo al pañuelo, y escondí el pánico como escondí las marcas con maquillaje. Me soltó la cara–. ¿Es nuevo el collar?
La