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La difícil vida fácil. Iván ZaroЧитать онлайн книгу.

La difícil vida fácil - Iván Zaro


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ofrecen por todas partes tirada de precio. Siempre es bueno tenerla a mano, no siempre es necesaria, pero ayuda. A mí no me ha hecho falta utilizarla mucho, pero en ocasiones lo que hago es tomarme una antes de salir por la noche, y entonces ya voy cachondo toda la noche, y funciona con todos. Usarla te da, cómo lo diría yo, te da más seguridad.

      Hoy lo más cómodo es ofertarse en Internet. Lo descubrí por casualidad, un día conocí a un señor que tenía una página de contactos y me ofreció incluirme en ella. Es el tipo de Morbo Total, así que me hice una fotos y tuve así mi primera experiencia con Internet. Y la verdad, me fue muy bien. Al tiempo que iba a Almirante, otros clientes tenían mi teléfono y me llamaban. Ahora uso la página de contactos de Grindr y otras parecidas. ¡Hay que adaptarse a las nuevas tecnologías!

      ¡Chapero ahora puede ser cualquiera! A través de Internet cualquiera puede decir que es chapero. No sabría decir si con la crisis económica hay más chicos prostituyéndose. Visibles no, pero al igual que yo uso Internet lo hacen muchísimos chavalines. Incluso menores de edad que lo harán en su propia casa. La calle ya no está de moda, allí no los verás. Los chaperos ya casi han desaparecido de la calle. Muchos chicos que lo hacen son amateur, que mientras su madre está fregando los platos ellos están hablando por teléfono con un cliente, comentándole sus precios. Esos chicos puede que tengan catorce años, pero es así, esto se está dando. Esto va a ser siempre así, invisible.

      Pero este mundillo es una trampa, los chicos que quieran hacerlo han de saber que no se sale fácilmente, que hay que tener cuidado. Tiene algo que atrapa, no sé bien lo que es, pero atrapa. No soy el único al que le pasa, sé que lo mismo les ha sucedido a otros chicos, a mujeres y a transexuales. A todos les ha pasado. Es la salida que ves a tus problemas… y te atrapa. Es la salida, es la que ves. No ves otra.

      También les pasa a las chicas, aunque con ellas no he tenido ninguna relación. No nos relacionamos. Las chicas trabajan mucho más que nosotros, siempre trabajan más. Los chaperos trabajamos menos que ellas. Ellas cobran muy poco, sobre todo las que hacen la calle. Las de los pisos ganan bien, pero las de la calle cobran poquísimo. Al igual que los chicos rumanos de la Puerta del Sol, es posible que todos ellos están explotados sexualmente. Que estén allí obligados. Los traen de vete tú a saber dónde y allí los dejan.

      Hay que ser cauteloso, en la calle se está expuesto, siempre entraña peligros. Alguna vez me han llegado a tirar huevos desde los coches, otras me han pillado los skinheads, que nos hacían correr. A mí, una vez me vinieron tres chicos, tenían cierta pinta de skins, pero no le di importancia, que me dijeron: «Vete de aquí. Largo». Les pregunté que por qué me iba a tener que ir y repitieron: «¿Qué haces aquí?», a lo que repliqué que no les importaba lo que yo hacía. Volvieron con el: «¡Que te vayas de aquí! ¡Que no te queremos ver por aquí!», y luego se fueron. Yo no les hice ni caso, hasta que al cabo de unos veinte minutos aparecieron veinte de ellos corriendo desde lejos directamente hacia mí. Me apresuré a meterme en el piano bar, en el Toni, todo lo rápido que pude y me salvé por eso. Esos venían a darme. Pero mira que me avisaron. Por un lado, no fueron tan traidores, podían haberme dado directamente, pero no lo hicieron. Me avisaron, pero yo no les di importancia.

      Recuerdo otra situación en la que me tuve que tirar de un coche en marcha porque no sabía a dónde me estaba llevando el cliente. No tuve otra opción que abrir la puerta, forcejear con el tipo y saltar. Me hice una cicatriz en la pierna, que luego escondí con un tatuaje. Pero nada, estas son las experiencias más raras que he tenido, por lo demás, todo bien. Lo más común es irse con alguien y que luego no te quiera pagar o que al final resulte que no tiene dinero. En esos casos les pego, claro. Cuando me hacen perder el tiempo me sienta muy mal y les pego.

      Pero, bueno, también se dan situaciones divertidas. Mira, entre mis clientes he tenido de todo, incluso sacerdotes. Uno de ellos hasta olía a cera, ya sabes, a cirio, y yo le decía: «Huy, pero qué olor a cirio…». Ja, ja, ya sabes. Otro era de Palma de Mallorca. Un obispo que venía de vez en cuando a Madrid. A ese me lo hice tres veces o así, fue la segunda vez cuando me confesó que era obispo, no pude evitar decirle: «Ya decía yo que me transmitías mucha paz». Qué risa sólo recordarlo. A ese mismo lo llevé un día a las seis de la mañana a la sauna Paraíso y se espantó como si hubiese visto al mismísimo demonio. Se fue bien rápido de allí. En cuanto acabamos en la cabina, se fue corriendo.

      Sé lo que es sexo por placer y lo que es sexo por dinero. He sabido diferenciarlos. Muchas veces me lo he pasado bien con gente que me ha pagado, no voy a negarlo, pero soy consciente de que me han pagado. Pero, bueno, cuando alguien me gusta siempre me entrego más. A pesar de ello, procuro mantener diferencias. Con los clientes siempre utilizo condón, aunque cada vez pidan más hacerlo a pelo. En mi vida privada el límite del preservativo me lo puedo saltar un poco, no sé si es lo ideal, pero es la verdad.

      En la actualidad tengo una pareja que sabe que me dedico a esto. Bueno, lo sabe porque la primera vez, cuando nos conocimos, me contrató. Fue así como le conocí. Así que mi trabajo nunca ha supuesto un obstáculo a nuestra relación, pero a medio plazo me gustaría dejarlo para estudiar algo. Peluquería, estética, moda, no sé. Todavía no lo tengo claro, pero tengo vocación. Sabes, llevo veintidós años en la prostitución y, hombre, aunque todavía estoy bien físicamente, todo tiene su tiempo, su momento, y el mío creo que ha llegado. Todavía soy feliz cuando consigo clientes, porque me gusta hacerlos, pero cada vez son menos. Ahora tengo pareja y sé que cada vez iré haciendo menos, menos, menos, hasta que llegue el momento en el que lo dejaré.

      Los pisos invisibles: proxenetismo y autogestión

      Si la prostitución masculina en la calle es casi invisible, la que tiene lugar en pisos aún resulta mucho más discreta. Los pisos pueden ser autogestionados o gestionados por terceras personas. En el primer caso, son los propios trabajadores sexuales quienes atienden a los clientes y administran sus ganancias, usando como instalaciones su domicilio particular. En el segundo caso, la gestión corre a cargo de la figura del proxeneta, que obtiene ganancias directas de cada servicio sexual que se lleva a cabo en el piso de su propiedad, concretamente, suelen cobrar un cincuenta por ciento de lo abonado por el cliente.

      Aunque el proxenetismo está tipificado como delito en el Código Penal español por atentar contra la libertad e indemnidad sexual, estos locales han tenido un largo recorrido en España. En Madrid, el piso más longevo cumplió cuatro décadas en 2014. No importa si el ejercicio de la prostitución es voluntario o no, el delito de proxenetismo se aplica en todos los casos, pues consiste en obtener lucro directo del ejercicio sexual de otra persona. Aún hoy en día es posible contar en España más de una veintena de locales de estas características en anuncios en prensa escrita y portales especializados en Internet. En 2006 fueron detenidas por primera vez personas por explotar sexualmente a hombres extranjeros, pero no fue hasta septiembre de 2010 cuando tuvo lugar en España la primera operación policial contra una red de trata para la explotación sexual en el ámbito de la prostitución masculina. Dicha acción consiguió desarticular la estructura y organización de proxenetas que operaban, entre otras ciudades, en Barcelona, Palma de Mallorca, Madrid y Alicante, con el cierre de varios alojamientos que se dedicaban a su explotación. En Madrid se cerraron tres pisos y en la actualidad existen, al menos, otros dos en activo.

      Su funcionamiento es sencillo. Los establecimientos se anuncian a través de Internet o en la sección de contactos de la prensa, los clientes contactan con los gerentes y acuerdan una cita. En dicha cita, los trabajadores sexuales se presentan al cliente en lo que se conoce como «pasarela», donde ofrecen sus servicios. Tras conocerlos y escuchar todas las ofertas, el cliente selecciona a uno o a varios de ellos para realizar el servicio sexual, que denominan «pase». Juntos se dirigen a una habitación acondicionada para la ocasión. El pago se efectúa al gerente o al encargado del piso después de realizar el servicio. Al finalizar la jornada los chicos reciben el porcentaje pactado, que suele representar la mitad de lo pagado por el cliente. Como alternativa, el cliente puede solicitar el servicio en su domicilio u hotel, siempre con una tarifa superior e incluyendo el gasto de desplazamiento.

      Los hombres que se decantan por estos espacios para ejercer la prostitución tienden a ser extranjeros recién llegados al país. Hace unos años, la mayoría eran brasileños, marroquíes y rumanos,


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