La difícil vida fácil. Iván ZaroЧитать онлайн книгу.
ambientes un entorno más seguro donde poder ganarse la vida que en las calles. En los pisos no están expuestos ni a las inclemencias climáticas, ni a la delincuencia callejera, ni a la persecución policial. Se sienten más protegidos y amparados ante cualquier dificultad que pueda surgir. Sin embargo, las estancias, que suelen denominarse «plaza», tienen un límite temporal que suele acotarse a veintiún días. Dicho límite se ha adaptado directamente de la prostitución femenina, donde se aprovechan los días de la menstruación como días de descanso y de traslado a un nuevo destino. En el caso de los hombres, pasado este tiempo pueden pactar una prórroga y quedarse unos días más en el mismo piso o abandonarlo y buscar una plaza libre en un nuevo local dentro de la misma ciudad o en cualquier otra.
La movilidad entre pisos y ciudades viene motivada por los gestores, que así pueden acoger «nuevas caras». La cuestión es poder ofrecer siempre novedades a los clientes, evitar el llamado efecto «cara quemada». El cambio es necesario para garantizar la retención de clientes y evitar pérdidas económicas. Novedades y nuevas ofertas. Capitalismo aplicado al cuerpo humano.
En grandes ciudades, como Madrid o Barcelona, existe la posibilidad de permanecer unas horas determinadas de antemano en el piso para aquellos que, teniendo una residencia en la ciudad, carecen de espacio para ejercer la prostitución. De esta manera, los gestores consiguen aumentar la oferta de servicios a los clientes sin depender de los hombres que se desplazan de piso en piso sin hogar propio.
Por regla general, los hombres que viven en los pisos no tienen que abonar el alquiler de la habitación privada de descanso, que no coincide con las otras habitaciones especiales destinadas a los clientes. Los anuncios en Internet y la prensa también suelen correr a cuenta del gestor del piso, pero cada uno suele tener libertad para anunciarse por su cuenta si lo desea. Los gastos de alimentación, ropa y otros consumibles personales sí suelen estar sufragados por cada persona. Durante la estancia, deben respetar y aceptar las normas del piso, los horarios que les marcan y sus exigencias. Suelen disponer de tres o cuatro horas libres de descanso al día para salir a la calle, pero siempre han de estar localizables por si algún cliente llama o acude al piso. Dichas exigencias generan que muchos de ellos apenas salgan a la calle durante su estancia, con lo que se encuentran desorientados en la ciudad y, por supuesto, desconocen los recursos y servicios sociales que tienen más próximos. Estos problemas aún son más exagerados entre los extranjeros, por desconocimiento de la lengua y del propio sistema en el que viven.
Este escenario de la prostitución masculina es el más inaccesible y oculto de todos ellos. Son mundos pequeños y cerrados de los que apenas se habla y, además, cuando se hace, es con muy poco conocimiento. Cuando se mencionan estos ambientes, se suelen escuchar comentarios sobre las condiciones en el interior de los pisos, de los abusos que se sufren y de su posible relación con redes que los explotan sexualmente. Pero el conocimiento sigue siendo muy limitado y apenas existen estudios sobre su funcionamiento y sus cifras reales. Y dicho oscurantismo no se limita al público general, administraciones o trabajadores sociales, sino también a aquellos hombres que voluntariamente se decantan por ingresar en ellos por primera vez. Lo hacen sin conocimiento alguno, y la experiencia puede resultar muy diferente para un nacional y para un extranjero. No es lo mismo disponer de carné de identidad o permiso de residencia, conocer el idioma y tus derechos como ciudadano o residente de un país que encontrarse en una situación irregular. Por ello hemos optado por escoger dos historias de dos hombres y dos países.
La primera es la de Joan, un chico de veinticuatro años que aparenta diecinueve. Es español y, como él mismo dice, «antes era algo exótico, uno de los pocos españoles que trabajaban en pisos, ahora está a la orden del día». Cuando me contó su historia acababa de llegar desde Palma de Mallorca a Madrid en su peregrinar habitual por los pisos del territorio nacional.
La segunda es la de Sega, un gambiano que conocí en la primavera de 2007. Me sorprendió la serenidad que irradiaba, su hablar pausado y su educación. Su testimonio refleja los problemas y dificultades a los que muchos inmigrantes se ven expuestos por encontrarse en una situación irregular y de exclusión social.
Ambas historias reflejan la vida en los pisos, su funcionamiento, cómo se obtienen las plazas, el trato con los otros compañeros, con los proxenetas que gestionan los pisos y la clientela que acude a ellos. Dos historias de supervivencia en un mundo invisible.
La historia de Joan, el exotismo de ser español
Nací en Tarragona un treinta de enero, hace ahora veinticuatro años. Mi infancia no fue buena, la he vivido mal porque mis padres fallecieron cuando yo apenas tenía dos años. Desde entonces, viví en diferentes residencias juveniles hasta que cumplí los dieciocho. Con dieciséis años, antes de salir de la residencia, trabajé en hostelería, pero al cumplir los dieciocho hice las pruebas de acceso para el Ejército. Entré, estuve en el centro de formación una noche y, al día siguiente, me salí. Porque no, aquel no era mi tipo de trabajo. No me veía allí. Y bueno, desde ahí empecé.
Un amigo que conocí fuera de la residencia, que trabajaba ya en la prostitución, me lo ofreció, y yo acepté. Me habló sobre un piso de relax que había cerca de Tarragona, y fui a ver. El primer día, claro, no tenía ni idea de nada, de lo que era hacer una pasarela. No sabía nada sobre este trabajo. De no conocer a este amigo, nunca me lo habría planteado. De no ser por él posiblemente no sabría lo que es la prostitución realmente. Bueno, eso creo. Pero aprendí, estuve con mi primer cliente allí y, en fin, hasta el día de hoy. Ya llevo seis años, siempre en pisos gestionados.
En este tiempo, he trabajado en seis o siete ciudades. Mira, he estado en Valencia, en Valladolid, he estado en Madrid, Málaga, Palma de Mallorca y en Tarragona. Ahora me estoy planteando irme una temporada a Alemania, antes de marcharme a Brasil, a trabajar en un piso también.
Cada piso tiene sus normas o, como suele decirse, su política. Pero el funcionamiento de todos ellos es similar: tú ingresas en el piso, te ponen en su página web, tú también te anuncias —por ejemplo, en milanuncios.com—, y ya está. Luego está la pasarela. Obviamente, en el piso hay muchos chicos, así que, cuando llega un cliente, todos los chicos pasamos al salón y nos vamos presentando uno a uno. Cada uno le cuenta al cliente lo que hace, lo que le gusta o lo que no. Y si te selecciona, vas a la habitación y, de lo que pague el pase que tú tengas, es decir, el cliente con el que entras en la habitación, el cincuenta por ciento es para la agencia y el otro cincuenta por ciento es para ti.
Para poder acceder a un piso, yo creo que no hay requisito alguno. Pues la verdad es que no importa si uno es guapo o feo. Lo único que hace falta es tener un cuerpo apetecible para los clientes, es decir, que les dé morbo, que les dé ganas. Pero yo he visto de todo, los he visto gordos, delgados, feos y guapos. Yo creo que este trabajo no tiene ningún requisito físico. En algunos pisos, sí que es cierto que los dueños se quieren acostar contigo a modo de prueba, pero no en todos. Eso depende de cada piso. En algunos se dice que si te acuestas con el jefe vas a trabajar más, como que hacen trampas para que el chico que acepta acostarse con él trabaje más que los demás. Pero no en todos ellos tienes que acostarte con los gerentes. Yo, por ejemplo, en los pisos en los que he estado no me han mandado acostarme con el dueño, vamos.
Hay pisos donde las plazas son máximo de veintiún días, prorrogables hasta un mes, pero hay pisos en los que la verdad es que, si tienes trabajo y te llevas bien con el dueño, te puedes quedar más tiempo. Pero habitualmente las plazas son de veintiún días. Durante este periodo, te puede tocar hacer la limpieza, o tienes restricciones a la hora de salir. Cada piso tiene sus normas, pero es cierto que en algunos te sientes como si estuvieras en la cárcel, como secuestrado, porque apenas te permiten salir. En otros puedes hacerlo sin problemas mientras lleves tu teléfono y estés disponible para cualquier caso que surja. Esto suele ser lo más común, de hecho, que te dejen salir sin problemas.
Aunque la plaza sea para veintiún días o un mes, intentamos llevarnos bien, como hermanos, como miembros de una familia. Por supuesto, siempre hay riñas, como puede haberlas entre amigos que comparten piso o hermanos que viven juntos. Entre nosotros no se da la competitividad que se da en la calle o en la sauna, en absoluto hay esa competitividad.
En los pisos, hay todo tipo de chicos. Hay mucho brasileño, y también latinos, por decirlo de alguna