El paraiso de las mujeres. Vicente Blasco IbanezЧитать онлайн книгу.
del lenguaje, la anémica pobreza de la historia que cuentan.
Los novelistas se agitan infructuosamente en busca de novedad; el público exige igualmente novedad; pero la novela actual, cuando pretende en Francia y otros países ser verdaderamente nueva, no tiene nada de novela, y aburre al lector… Y en esta crisis, que es universal, nadie columbra la solución.
Yo no afirmo que el cinematógrafo sea un remedio único y decisivo; reconozco además como indiscutible que la novela impresa será siempre superior á la novela expresada por el gesto, pues esta última no puede disponer con la misma amplitud que la otra de la sugestión inmaterial del «estilo»; pero creo que si los novelistas empiezan á intervenir directamente en el desarrollo del «séptimo arte», monopolizado hasta hace poco por personas sin competencia literaria, su esfuerzo servirá cuando menos para reanimar la novela, comunicándola una segunda juventud y haciendo más extensos sus dominios actuales.
Sin embargo, no á todos los países les es fácil adaptarse con éxito al nuevo medio de expresión literaria.
La cinematografía depende del desarrollo industrial de un país y de su riqueza.
El libro también necesita sujetarse á la influencia de estos dos factores; pero un editor de novelas impresas puede establecerse en cualquier parte donde existan imprentas y almacenes de papel, y le bastan unos cuantos miles de pesetas para publicar sus primeros volúmenes.
Las casas editoriales de cinematografía necesitan capitales de millones y crear por su propia cuenta inmensos talleres. Además, les es indispensable tener á sus espaldas la grandeza de una de esas naciones que son primeras potencias industriales, para encontrar con facilidad energías eléctricas gigantescas, fábricas capaces de producir nuevas maquinarias: en una palabra, para disponer de poderosos aliados y servidores.
Por este motivo, el más enorme de los pueblos americanos es y será siempre el primer productor cinematográfico de la tierra. Francia, que inventó la cinematografía, figura actualmente como una simple importadora de films facturados desde Nueva York.
El cinematógrafo ocupa en los Estados Unidos el quinto lugar entre los productos nacionales. Avanza á continuación del acero, el trigo y otros artículos indispensables para la vida.
Hay en aquella República veinticinco mil salas de cinematógrafo, algunas de ellas con lugar para más de seis mil espectadores.
En los miles de ciudades donde viven agrupados sus ciento veinte millones de habitantes, los teatros se mantienen en una situación estacionaria, mientras los cinemas son cada vez más numerosos.
De una obra cinematográfica americana que obtiene éxito en el mundo entero llegan á venderse por término medio doscientas copias. Es lo que se llama, en lenguaje de librería, «una mediana tirada». De estas copias Francia compra tres ó cuatro para «pasarlas» en sus diversos cinemas; España tres; Italia tres ó dos, etc. La Gran Bretaña, que es la mayor compradora de Europa, adquiere once ó quince para la metrópoli y sus colonias.
En total: de las doscientas copias, los Estados Unidos consumen ellos solos ciento veinte, y las ochenta restantes son para los demás pueblos de la tierra. Así se comprende que los cinematografistas americanos, sin salir de su país, puedan cubrir todos sus gastos, que son inauditos, y realizar ganancias. El producto del resto del mundo es para ellos á modo de una propina.
Después de saber esto, reconocerá el lector que el cinematógrafo sólo puede ser americano, y que la suprema aspiración de todo novelista que desee triunfos en el «séptimo arte» consiste en abrirse paso allá … si es que puede, pues la empresa no resulta fácil.
Pero volvamos á la explicación del origen de este libro.
Como mi novela Los cuatro jinetes del Apocalipsis ha sido convertida en film – más extenso y costoso de todos los que se conocen hasta el presente, y el cual obtiene en los Estados Unidos un éxito que durará años – , recibí de Nueva York, como ya he dicho, el encargo de escribir un relato novelesco que pudiera servir para una obra cinematográfica de «interés y novedad».
Así produje EL PARAÍSO DE LAS MUJERES.
Esta historia fantástica, que se despega por completo de mis novelas anteriores, no ha nacido verdaderamente ahora, pues data de los tiempos de mi infancia.
Desde que leí, siendo niño, los Viajes de Gulliver, el recuerdo de Liliput y sus pequeños habitantes se fijó para siempre en mi memoria. Muchas veces me pregunté, en aquellos años ya remotos: «¿Qué habrá ocurrido en Liliput después que se marchó el héroe de Swift?…» Y me entretenía imaginando á mi modo los diversos episodios de la historia contemporánea de los pigmeos.
Ahora, en la madurez de mi vida, he intentado otra vez rehacer la historia moderna de Liliput, pero como puede realizarlo la fantasía de un hombre, menos optimista y generosa que la de un niño.
Esto de imaginarse una humanidad más pequeña que la nuestra, con nuestros mismos defectos y preocupaciones, como si fuese contemplada á través de un microscopio, es algo que halaga la vanidad de los hombres, y por lo mismo resulta tan antiguo como su existencia.
Swift, el humorístico deán irlandés, fué el creador de Gulliver y del reino de Liliput; pero cien años antes, Rabelais, que indudablemente le sirvió de modelo, había descrito con no menor humor las costumbres de enanos y gigantes.
Tengo la certeza de que en todas las literaturas antiguas fueron muchos los relatos sobre países de pigmeos y países de colosos. ¿Qué pueblo no contó historias de gnomos minúsculos, de vida misteriosa, y gigantes que para contemplar á uno de nuestra especie necesitan colocarlo sobre la palma de una mano?… Voltaire se inspiró en Swift para crear su Micromegas, y sería muy largo el relato de todos los novelistas y cuentistas que imitaron más ó menos directamente este género de fantasías.
Yo escribí la presente novela creyendo que únicamente iba á servir para la producción de una cinta cinematográfica, y jamás aparecería en forma de libro. En realidad, la casa editorial de Nueva York no me pidió una novela, sino lo que llaman en lenguaje cinematográfico un «escenario», un relato escueto y de pura acción, para que sirva de guía al director de escena, á los encargados de las tramoyas y á los actores que interpretan los personajes.
Pero excitado por la novedad del trabajo y á impulsos también de mis hábitos de novelista, empecé á escribir y á escribir, sin darme cuenta de que en vez de un «escenario» producía una novela, y en veintiuna tardes terminé EL PARAÍSO DE LAS MUJERES.
Nunca he trabajado tan aprisa y con tanto fervor. Creo que si me pusiera ahora á hacer una copia del presente libro emplearía más tiempo.
Repito que jamás pensé que mi novela cinematográfica pudiera convertirse en volumen impreso; y mi sorpresa fué grande al ver que el «escenario» era un libro al que algunos pretendían encontrar cierta intención filosófica y política. Hasta en los Estados Unidos – país donde las mujeres ejercen una enorme y legítima influencia – creen algunos, equivocadamente, que mi novela es á modo de una sátira del feminismo norteamericano.
Como EL PARAÍSO DE LAS MUJERES ha sido traducida ya á varios idiomas, me decido á publicarla igualmente en español, aunque no pensase en ello cuando la escribí.
Será una obra más dentro del marco de la novela española, la cual desde hace algunos años no peca ciertamente por exceso de variedad. Los más de los novelistas marchan en fila india, uno tras otro, y sólo de tarde en tarde se les ocurre saltar un poco fuera del sendero. Mientras tanto, en los otros países la novela procura renovarse y los autores cambian con frecuencia su manera de ver la vida y de expresar sus impresiones, para que no los «encasille» el público, adivinando de antemano lo que pueden decir. Además, la novela es un género de variedad infinita, y allí donde todos los novelistas describen lo mismo, con un lenguaje semejante, la novela corre peligro de muerte.
Tal vez el presente libro sea considerado por muchos como una «equivocación» al compararlo con mis anteriores obras; pero yo prefiero equivocarme yendo en busca de novedad, á conseguir aciertos fáciles, que muchas veces no son mas que simples repeticiones de triunfos anteriores. De todos modos, me anima la esperanza