Viajes por España. Pedro Antonio de AlarcónЧитать онлайн книгу.
tenían más achaques y dolamas, Cristóbal Colón, al embarcarse en Palos; Antonio de Leiva, al salir de Pavía en ayuda de los ejércitos imperiales, y Abdel-Melik, el Maluco, en la batalla de Alcazarquivir, á la que asistió moribundo, llevado en hombros por sus soldados, y durante la cual expiró como bueno, seguro ya de la derrota de D. Sebastián de Portugal?
»¡Un esfuerzo semejante espero yo de vosotros en la presente ocasión! ¡Considerad, señores, que se trata de Salamanca, de la Madre de las Virtudes y de las Ciencias, como la llamaban antiguamente; de la ciudad que ha llevado también el nombre de Roma la Chica, por los innumerables y nobilísimos monumentos que la decoran; celebérrima bajo la dominación de los romanos; cristiana antes de la irrupción de los godos; arrancada varias veces de manos de los sarracenos, en los siglos ix y x; liberada definitivamente en el siglo xi, y lumbrera desde entonces de la entenebrecida Europa, por su veneranda Universidad, que, con las de Oxford, Bolonia y París, vinculaba el saber de aquellos tiempos! ¡Considerad que se trata de la hija mimada de Castilla la Vieja, de la Atenas española, protegida constantemente por Magnates, Prelados, Reyes, Papas y hasta Santos, desde D. Ramón de Borgoña y el obispo Visquio, que la repoblaron, y comenzaron á engrandecerla, hasta los Reyes Católicos, que la distinguieron con su predilección casi tanto como á Granada! ¡Considerad que allí hubo concilios; que allí se reunieron Cortes; que allí se juzgó á los Templarios; que allí se establecieron preferentemente las Órdenes Militares y fundaron magníficos templos; que allí predicaron San Vicente Ferrer y San Juan de Sahagún; que allí residieron mucho tiempo Santa Teresa y San Ignacio de Loyola; que allí estudió y explicó Fr. Luis de León, y que allí estuvieron los reyes Ordoño I, Alfonso VII, Fernando II, Alfonso IX, Enrique II (antes y después de matar á su hermano), D. Juan I, D. Juan II, D. Enrique IV, los Reyes Católicos (no una, sino muchas veces), el emperador Carlos V, Felipe II, Felipe III, Felipe V, y D. Alfonso XII, que felizmente reina!
»Digo más, señores; digo más… – Allí nació y fué bautizado Alonso XI; allí murió la esposa amadísima de Trastamara, ó sea la reina D.ª Juana Manuel; allí murió también el príncipe D. Juan, único hijo varón de los Reyes Católicos, quien, de haber vivido más tiempo, hubiera ahorrado á España muchas calamidades; y allí, en fin, se casó con María de Portugal el Sr. D. Felipe II, cuyo nombre y cuyos hechos no figurarían en nuestra historia si no hubiese habido antes un Felipe I…
»Salamanca, por consiguiente, debe de estar cuajada de iglesias, de palacios y de conventos. Salamanca debe de ser un álbum arquitectónico, donde se encuentren modelos de todos los estilos cristianos: del románico, del gótico, del plateresco, del greco-romano y del churrigueresco (y esto suponiendo que no haya también piedras árabes y judías). Salamanca, en fin, será un mare magnum de portadas, de torres, de columnatas, de ojivas, de retablos, de púlpitos, de pinturas en tabla, en lienzo y al fresco, de sillerías y estatuas de madera, de verjas, de alhajas, de ornamentos, de ropas y de otras venerandas antigüedades.
»Para formar idea de ello, básteos saber que, en el siglo xii, cuando se escribió el Fuero de Salamanca, había en la ciudad 33 iglesias, y que después llegó á haber hasta 48, sin contar cuatro conventos de Monacales y 17 de Religiosos de los demás Institutos, 16 de Monjas, dos beaterios de reclusión voluntaria, uno de reclusión forzosa, y más de 30 colegios, incorporados legalmente á la Universidad… Y, aunque descontemos las muchas iglesias, y, sobre todo, los muchos conventos que habrán caído al golpe del cañón extranjero y de la piqueta constitucional y republicana desde 1808 á 1813, y desde 1835 á 1874, todavía quedarán en pie los bastantes monumentos históricos y artísticos para considerar á Salamanca (y es cuanto se puede decir) como otra Toledo. – ¡A Salamanca, pues, amigos míos! ¡A Salamanca, sin pérdida de tiempo! ¡A Salamanca, antes de que, por razón de ornato público, le sacudan el polvo de los siglos! ¡A Salamanca, antes de que la reformen, antes de que la mejoren, antes de que la profanen… (que todo viene á ser la misma cosa)! ¡A Salamanca mañana mismo!
»El viaje es sumamente cómodo… – Aquí tenéis El Indicador… – Se sale de Madrid á las nueve y media de la noche, y se llega allá á las nueve y media de la mañana. – El billete, en 1.ª clase, cuesta siete duros, que, con siete de volver, son catorce. – Supongo que habrá allí hoteles, ó sea fondas; pero, si no los hay, habrá casas de huéspedes, y si no, posadas, y si no, hospicio. – Y hablo así, porque no avisaremos á nadie nuestra llegada; que, de lo contrario, bien podríamos asegurar que allí tenemos al padre alcalde, y no sólo al padre, sino al abuelo y al bisabuelo… dado que conocemos en Salamanca al Sr. Obispo de la diócesis, Martínez Izquierdo, compañero de algunos de nosotros en las Cortes de 1869 y en el actual Senado; dado que nuestro amigo Frontaura es Gobernador de la provincia, y dado que yo cuento además en aquella población con la antigua y excelente amistad de otras personas, que no dejaré de presentaros en el momento oportuno. – Fuera de esto, sabed que Salamanca gozó siempre opinión de barata y de rica, y que sus alimentos son también muy celebrados. Los castaños y encinas de sus montes dan pasto al mejor ganado de cerda de las Españas, y el tal ganado de cerda (convendréis en ello) puede muy bien servir de pasto á viajeros tan aguerridos como nosotros. A mayor abundamiento, las truchas del Tormes gozan igual fama de exquisitas (me refiero al geógrafo Miñano), sin contar con que en los corrales de aquellas casas de labor se crían ciertos pavos enormes, ya cantados por mí en un célebre soneto. – Y, ¡en fin, señores! ¡qué diablos! ¡corre de mi cuenta llevar un cesto de víveres y municiones (cuando digo municiones, entended botellas) para los casos de fuerza mayor y otras calamidades inesperadas!..
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