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Atropos. Federico BettiЧитать онлайн книгу.

Atropos - Federico Betti


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negocio de flores que había debajo del pórtico.

      â€œBuenos días,” dijo, “Estoy pensando en comprar algunas flores, ¿las entrega a domicilio, verdad?”

      â€œPor supuesto”, respondió la muchacha.

      â€œMuy bien.”

      â€œÂ¿En qué tipo de flores está pensando?”

      â€œCrisantemos,” respondió el hombre, “Un bonito ramo de crisantemos.”

      La muchacha quedó un momento sin decir una palabra, pensando en la petición, a continuación se puso a preparar el ramo.

      â€œÂ¿Sería posible hablar con el dueño de la tienda?”

      â€œEn estos momentos no está.”

      â€œÂ¿Cuándo lo podría ver?”

      â€œPor lo general pasa por la tienda en el transcurso de la tarde, ya casi de noche.”

      â€œÂ¿Todos los días?”

      â€œHabitualmente sí, a menos que tenga algún compromiso que no se lo permita.”

      â€œGracias por la información y las flores. ¿Puede tenerlas aquí hasta esta tarde?”

      â€œPor supuesto.”

      â€œBien, entonces hasta la tarde.”

      â€œÂ¿Se conocen?” preguntó la muchacha, refiriéndose al dueño de la tienda y al hombre que lo estaba buscando. “Si me llama, quizás puedo decirle que usted ha pasado por aquí y que pasará al final del día.”

      â€œNo se preocupe, no hay problema. Puedo pasar tranquilamente, aunque no le diga nada.”

      La muchacha asintió, y después de que el hombre se hubiese ido, algunos minutos más tarde, pensó en su extraño comportamiento.

      Aquella tarde, sin que la muchacha hubiese dicho nada sobre la visita matinal del hombre, este último y el dueño de la floristería hablaron durante casi una hora en un bar que había al lado de la tienda.

      Cuando los dos se despidieron, el florista reentró en la tienda, cogió el ramo de crisantemos y lo repuso en la pequeña habitación que había al fondo del local.

      8

      El inspector Zamagni y el agente Finocchi se dividieron las tareas: uno contactaría con los amigos de Lucia Mistroni mientras que el otro hablaría con los parientes.

      Por el momento, lo más importante era encontrar información sobre la muchacha y las personas con las cuales tenía un contacto más íntimo.

      Los posibles avances llegarían en su momento, como una consecuencia lógica.

      Comenzaron por la mañana temprano, telefoneando a cada una de las personas para programar los encuentros: esto serviría, además de para obtener alguna información de utilidad, para conocerles y hacerse una idea preconcebida de ellos.

      Stefano Zamagni consiguió hablar, en el mismo día, con Dario Bagnara y Luna Paltrinieri.

      Los dos, le dijeron, eran desde hacía mucho tiempo amigos de la muchacha muerta, y ambos quedaron mudos cuando supieron la noticia.

      El señor Bagnara era un agente inmobiliario que trabajaba en una agencia en vía de la Barca.

      Ã‰l y el inspector se citaron en la oficina del primero, a donde Zamagni llegó puntual a pesar del tráfico.

      â€œBuenos días, ¿es usted Dario Bagnara?” comenzó Zamagni.

      â€œSí, soy yo.”

      â€œEncantado de conocerle. Me llamo Zamagni… Stefano.”

      â€œBuenos días. ¿En qué puedo ayudarle? Preguntó el agente inmobiliario. “Para mí ha sido un golpe durísimo. Todavía estoy conmocionado. Estaré encantado de ayudarle en todo lo que sea posible.”

      â€œGracias,” dijo Zamagni, “Mientras tanto, podría contarme cómo había conocido a Lucia y desde cuánto tiempo se conocían.”

      â€œDesde hace mucho tiempo,” respondió Bagnara, “Éramos compañeros en el instituto.”

      â€œEntiendo. Por lo tanto puedo imaginar que os conocíais muy bien.”

      â€œSí, claro.”

      â€œÂ¿Y una vez que terminasteis en el instituto? ¿Habéis seguido viéndoos habitualmente?”

      â€œSí, aunque no con mucha frecuencia. Organizábamos algunas cenas, entre amigos. Yo, ella y Luna, otra compañera del instituto. Digo que no muy frecuentemente porque, desde el momento en que se había prometido a Paolo, ocurría a menudo que saliesen ellos dos solos.”

      â€œÂ¿Cuál ha sido la última vez que os habéis visto?”

      â€œLa semana pasada. Estábamos los tres. Generalmente cuando quedábamos no venía Paolo.”

      â€œÂ¿Por qué?”

      â€œLo habían decidido así. Era una salida con amigos, sin novios ni novias.”

      â€œTambién Paolo… Carnevali, ¿quiere decir?... ¿También él estaba conforme con este acuerdo?”

      â€œSí, quiero decir también él. Al comienzo no estaba muy de acuerdo con esto de que nos viésemos los tres solos, quizás por celos… no sé decirle. Después, sin embargo, parece que consintió sin problemas.”

      â€œComprendo. Antes mencionó a… ¿Luna?”

      â€œSí, Luna Paltrinieri. ¿Ha hablado con ella?”

      â€œNo, todavía no, pero tengo una cita con ella en el bar donde trabaja dentro de una hora.”

      Dario Bagnara asintió.

      â€œTambién ella es una muchacha muy educada.”

      En ese momento entró un cliente potencial que preguntó se podría hablar con algún empleado de la agencia inmobiliaria. Estaba buscando un piso en venta.

      â€œUn momento tan solo y le atiendo”, le respondió Bagnara y, volviéndose a Zamagni: “Si quiere puedo decirle a la señora que vuelva más tarde.”

      â€œNo se preocupe, haga con tranquilidad su trabajo. Nos veremos pronto.”

      El agente inmobiliario dio las gracias a Zamagni y, mientras el inspector salía, pidió a la cliente que se sentase.

      A la hora establecida Stefano Zamagni llegó al bar de Luna Paltrinieri, en la vía Andrea Costa, relativamente cercano a la agencia inmobiliaria donde trabajaba el señor Bagnara.

      â€œBuenos días, ¿es usted Luna?” preguntó Zamagni cuando no había clientes.

      â€œSí, soy yo”

      â€œInspector Zamagni.”

      â€œEncantada de conocerle. ¿Le apetecería un café?”

      â€œCon mucho gusto, gracias.”

      La muchacha le preparó el café y se lo sirvió con un sobrecito de azúcar blanco, uno de azúcar de caña y uno de miel.

      Mientras bebía el café amargo Zamagni dijo: “Necesito


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