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Arena Dos . Морган РайсЧитать онлайн книгу.

Arena Dos  - Морган Райс


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que pueda alcanzarlo, está a punto de descender sobre Bree.  Mi corazón se detiene cuando me doy cuenta de que no voy a llegar a tiempo.

      Rose salta para salvar a Bree y se interpone al ataque del hombre. Él levanta a Rose y hunde sus dientes en su brazo.

      Rose deja escapar un grito escalofriante, mientras él rasga su carne con los dientes. Es una escena nauseabunda, horrible, que se alojará en mi mente para siempre.

      El hombre se inclina hacia atrás y está a punto de morderla nuevamente—pero esta vez lo atrapo a tiempo.  Saco el cuchillo que tengo en mi bolsillo, tomo puntería y me preparo para lanzarlo.

      Pero antes de hacerlo, Logan se acerca, apunta con su pistola y dispara.

      La sangre salpica por todos lados, mientras dispara al hombre en la parte posterior de la cabeza.  Él se derrumba en la lancha y Logan se adelanta y lanza su cadáver por la borda.

      Corro hacia Rose, quien grita histéricamente, sin saber cómo consolarla.  Arranco una tira de mi blusa y la envuelvo alrededor de su brazo que sangra profusamente, tratando de contener la sangre lo mejor que puedo.

      Detecto movimiento por el rabillo de mi ojo, y me doy cuenta de que un Loco ha arrinconado a Ben en el muelle. Él se inclina hacia atrás, a punto de morder el cuello de Ben. Giro y lanzo mi cuchillo.  Vuela dando vueltas y se aloja en la parte posterior del cuello del hombre. Su cuerpo no se mueve, mientras se desploma sobre el suelo.

      Ben se incorpora, aturdido.

      “¡Regresen a la lancha!”, grita Logan. “¡AHORA!”

      Oigo la furia en la voz de Logan, y también la siento. Ben estaba de guardia y se durmió.  Nos dejó vulnerables al ataque.

      Ben sube tambaleando a la lancha y al hacerlo, Logan llega con su cuchillo y corta la cuerda.  Mientras, me hago cargo de Rose, quien grita en mis brazos, y Logan toma el timón, poniendo en marcha la embarcación y oprimiendo el acelerador.

      Aceleramos fuera del canal, en el amanecer.  Hace bien en sacarnos de aquí.  Esos disparos podrían haber alertado a alguien; quién sabe cuánto tiempo tengamos ahora.

      Salimos del canal hacia la luz púrpura del día, dejando varios cadáveres flotando detrás de nosotros. Nuestro refugio ha sido rápidamente transformado en un lugar de horrores, y espero no verlo nunca más.

      Corremos otra vez hacia el centro del río Hudson; la lancha se bambolea mientras Logan acelera.  Estoy en guardia, buscando por todos lados una señal de los tratantes de esclavos.  Si están cerca de nosotros, no hay ningún lugar dónde escondernos:  los sonidos de los disparos, los gritos de Rose y de un motor rugiendo, no nos hacen pasar inadvertidos.

      Rezo porque en algún momento de la noche regresen a buscarnos y estén más al sur que nosotros; si es así, están en algún lugar detrás de nosotros.  Si no, vamos a encontrarnos con ellos.

      Si realmente tenemos suerte, se dieron por vencidos y dieron vuelta dirigiéndose hacia Manhattan.  Pero lo dudo.  Nunca hemos sido tan afortunados.

      Como esos Locos.  Fue un golpe de mala suerte estacionarnos allá.  He oído rumores de grupos depredadores de Locos que se volvieron caníbales, que sobreviven por el consumo de los demás, pero nunca lo creí.  Todavía me cuesta trabajo creer que es verdad.

      Sujeto a Rose con fuerza, la sangre se filtra a través de la herida, en mi mano; estoy meciéndola, tratando de consolarla. Su vendaje improvisado ya está rojo, así que rasgo otro pedazo de mi bllusa, exponiendo mi estómago al frío congelante, y reemplazo su vendaje.  No es nada higiénico, pero es mejor que nada, y tengo que contener la sangre de alguna manera. Me gustaría tener medicamentos, antibióticos o al menos analgésicos—lo que sea que pudiera darle. Al quitar el vendaje empapado, veo el trozo de carne que falta en su brazo y miro a otro lado, tratando de no pensar en el dolor que debe estar pasando. Es horrible.

      Penélope se sienta en su regazo, gimiendo, mirándola, claramente queriendo ayudar también.  Bree parece estar traumatizada, una vez más, de la mano de Rose, tratando de acallar sus gritos.  Pero ella está inconsolable.

      Desearía desesperadamente tener un tranquilizante—lo que fuera. Y entonces, de repente, me acuerdo. La botella de champaña que dejamos a la mitad.  Corro al frente de la lancha, lo sujeto y corro de regreso hacia ella.

      “Bebe esto”, le digo.

      Rose llora histéricamente, gritando en agonía, y ni siquiera me toma en cuenta.

      Lo acerco a sus labios y la obligo a beber.  Casi se ahoga con ella, derramando un poco, pero la bebe.

      “Por favor, Rose, bebe. Esto te ayudará”.

      La acerco nuevamente a su boca, y entre sus gemidos toma unos sorbos más.  Me siento mal por dar alcohol a una niña, pero espero que eso la ayude a mitigar su dolor; no sé qué más hacer.

      “Encontré pastillas”, dice una voz.

      Volteo a ver a Ben, ahí parado, pareciendo alerta, por primera vez.  El ataque, lo que le sucedió a Rose, debe haberlo hecho reaccionar, tal vez porque se siente culpable por quedarse dormido en la guardia.  Está ahí, de pie, sosteniendo un pequeño contenedor de píldoras.

      Lo tomo y lo examino.

      “Lo encontré dentro del compartimento”, dice. “No sé qué sea”.

      Leo la etiqueta: Ambien. Píldoras para dormir.  Los tratantes de esclavos deben haber guardado esto para ayudarlos a dormir. La ironía de esto: ahí están ellos, manteniendo a los demás despiertos toda la noche, y guardando píldoras para dormir para ellos mismos. Pero para Rose, esto es perfecto, justamente lo que necesitábamos.

      No sé cuántas darle, pero necesito calmarla.  Le doy nuevamente la champaña, asegurándome de que la trague, y después le doy dos pastillas.  Guardo el resto en mi bolsillo, para que no se pierdan, y después mantengo una estrecha vigilancia sobre Rose.

      En cuestión de minutos, la bebida y las pastillas empiezan a surtir efecto.  Poco a poco, sus gemidos se convierten en lloriqueos, y después se amortiguan.  Tras veinte minutos, sus ojos se empiezan a cerrar, y se queda dormida en mis brazos.

      Le doy otros diez minutos, para asegurarme de que está dormida, y después miro a Bree.

      “¿La puedes sostener?”, le pregunto.

      Bree corre a mi lado y poco a poco me levanto y pongo a Rose en sus brazos.

      Me levanto, mis piernas están acalambradas, y camino al frente de la lancha, junto a Logan.  Continuamos corriendo río arriba, hay un claro en las nubes, y cuando miro hacia el agua, no me gusta lo que veo.

      Pequeños trozos de hielo empiezan a formarse en el río Hudson en esta mañana congelada. Oigo un sonido metálico en la lancha. Es lo último que necesitamos.

      Pero eso me da una idea.  Me inclino sobre el barco, el agua rocía mi cara, y pongo mis manos en el agua congelada. Es doloroso al tacto, pero obligo a mi mano a seguir así, tratando de sujetar un pequeño pedazo de hielo a medida que avanzamos.  Pero vamos demasiado rápido, y es difícil sujetar uno. Sigo fallando por escasos centímetros.

      Finalmente, después de un minuto de agonía, atrapo uno.  Levanto la mano, temblando de frío,  corro y se lo doy a Bree.

      Ella lo toma, atónita.

      “Sostén esto”, le digo.

      Regreso y tomo otra venda, la que está llena de sangre, y la envuelvo en el hielo.  Se la paso a Bree.

      “Ponla sobre su herida”.

      Espero que le ayude a adormecer su dolor, y tal vez a detener la inflamación.

      Regreso mi atención hacia el río y miro alrededor, por todos lados, mientras la mañana se vuelve cada vez más brillante. Vamos acelerados, cada vez más al norte y me siento aliviada al no ver señales de los tratantes de esclavos por ningún lado. No escucho motores ni detecto movimiento alguno en ambos lados del río. De hecho, el silencio es mal agüero. ¿Nos están esperando?

      Voy en el asiento del pasajero, al


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