La Marcha De Los Reyes . Морган РайсЧитать онлайн книгу.
sus robos menores por comida, para ayudar a alimentar a su familia. La injusticia ki hizo arder por dentro, y él sabía que no podía permitirlo. No era justo.
Thor sintió que todo su cuerpo se calentaba, y sintió que ardía por dentro, poniéndose de pie y corriendo por sus palmas. Sintió que el tiempo corría más despacio, sintió que se movía más rápido que el hombre, sintió cada instante de cada segundo, mientras el hacha del hombre estaba ahí a mitad del aire. Thor sintió una bola de energía que le quemaba la palma de la mano y la lanzó a su carcelero.
Observó con asombro cómo la esfera amarilla volaba de la palma de su mano hacia el aire, encendiendo la celda oscura, mientras dejaba un rastro—y fue directo a la cara del carcelero. Le cayó en la cabeza, y al hacerlo, tiró su hacha y fue volando a través de la celda, estrellándose en la pared y derrumbándose. Thor salvó a Merek por un segundo antes de que la navaja llegara a su muñeca.
Merek miró a Thor, con los ojos bien abiertos.
El guardia negó con la cabeza y empezó a levantarse, para aprehender a Thor. Pero Thor sintió la fuerza ardiendo a través de él, y mientras el guarda se levantaba y lo enfrentaba, Thor corrió hacia adelante, saltando en el aire y lo pateó en el pecho. Thor sintió un poder que nunca había conocido, corriendo por su cuerpo y escuchó un crujido mientras su patada enviaba al hombre robusto volando por el aire, estrellándose contra la pared, y cayendo en el suelo, esta vez realmente inconsciente.
Merek se quedó ahí, asombrado, y Thor sabía exactamente lo que tenía que hacer. Sujetó el hacha, se apresuró, sostuvo el grillete de Merek contra la piedra y lo rompió. Una gran chispa voló por el aire, mientras la cadena se rompía. Merek se encogió de dolor, después levantó su cabeza y miró a la cadena, colgando de su pie, y se dio cuenta de que estaba libre.
Se quedó mirando a Thor, con la boca abierta.
“No sé cómo agradecerte”, dijo Merek. “No sé cómo hiciste eso, sea lo que sea, o quién eres—o qué eres—pero me salvaste la vida. Te debo una. Y eso es algo que no tomo a la ligera”.
“No me debes nada”, dijo Thor.
“Te equivocas”, dijo Merek, extendiendo las manos y agarrando el antebrazo de Thor. “Ahora eres mi hermano. Y te devolveré el favor. De alguna manera. Algún día”.
Con eso, Merek se dio la vuelta, se apresuró a salir por la celda abierta y corrió hacia el pasillo, ante los gritos de los otros prisioneros.
Thor miró al guardia inconsciente, a la celda abierta y sabía que también tenía que actuar. Los gritos de los prisioneros subían de tono.
Thor salió, miró a ambos lados y decidió correr por el lado contrario a Merek. Después de todo, no podían atraparlos a los dos.
CAPÍTULO TRES
Thor corrió toda la noche, por las caóticas calles de la Corte del Rey, sorprendido por la conmoción que había alrededor. Las calles estaban llenas de gente, la muchedumbre se apresuraba en un revuelo agitado. Muchos llevaban antorchas, iluminando la noche, proyectando sombras escuetas en las caras, mientras las campanas del castillo repicaban incesantemente. Era una campanada débil, sonando a cada minuto y Thor sabía lo que eso significaba: la muerte. Campanadas de muerte. Y solamente había una persona en el reino para quien repicarían las campanas esta noche: para el rey.
El corazón de Thor se aceleró, sintiéndose asombrado. El puñal de su sueño destellaba ante sus ojos. ¿Había sido cierto?
Tenía que saber con seguridad. Estiró la mano y detuvo a un transeúnte, un muchacho que corría en dirección contraria.
“¿A dónde vas?, preguntó Thor. “¿Por qué hay tanta conmoción?”
“¿No te has enterado?”, contestó el muchacho, agitado. “¡Nuestro rey está muriendo! ¡Lo apuñalaron! La multitud está formada afuera de las Puertas del Rey, tratando de saber la noticia. Si es cierto, es terrible para todos nosotros. ¿Lo puede imaginar? ¿Una tierra sin rey?”
Diciendo eso, el muchacho quitó de un empujón la mano de Thor, giró y corrió nuevamente hacia la noche.
Thor se quedó ahí, con el corazón acelerado, sin querer darse cuenta de la realidad que había alrededor. Sus sueños, sus premoniciones—eran más que extravagancias. Él había visto el futuro. Dos veces. Y eso le dio miedo. Sus poderes eran más grandes de lo que creía y parecían hacerse más fuertes cada día. ¿Dónde acabaría todo esto?
Thor se quedó ahí parado, tratando de pensar a dónde ir. Había escapado, pero ahora no sabía a qué lugar dirigirse. Seguramente en unos minutos los guardias reales—y posiblemente toda la Corte del Rey—estaría afuera, buscándolo. El hecho de que Thor hubiera escapado, sólo lo hacía parecer más culpable. Pero también, el hecho de que MacGil fuera apuñalado mientras Thor estaba en prisión—¿no lo reivindicaba? ¿O lo haría parecer parte de la conspiración?
Thor no podía arriesgarse. Claramente, nadie en el reino estaba de humor para escuchar pensamientos racionales—parecía que todos a su alrededor habían salido a buscar sangre. Y probablemente, él sería el chivo expiatorio. Necesitaba encontrar un refugio, algún lugar a dónde ir, donde dejar pasar la tormenta y limpiar su nombre. El lugar más seguro sería lejos de ahí. Debería volar, refugiarse en su aldea—o en algún lugar más lejano, a la mayor distancia posible.
Pero Thor no quería tomar la ruta más segura, ese no era su estilo. Quería quedarse aquí, limpiar su nombre y mantener su posición en la Legión. Él no era un cobarde, y no huyó. Sobre todo, quería ver a MacGil antes de morir—suponiendo que todavía estuviera vivo. Necesitaba verlo. Se sintió tan abrumado por la culpa, por no haber podido detener el asesinato. ¿Por qué había sido destinado a ver la muerte del rey, si no había nada que pudiera hacer al respecto? ¿Y por qué había tenido la visión de verlo siendo envenenado, cuando en realidad había sido apuñalado?
Mientras Thor estaba parado, debatiendo, le llegó la respuesta. Reece. Reece era la persona en la que podía confiar que no lo entregaría a las autoridades, y tal vez hasta le daría un refugio seguro. Presentía que Reece creería en él. Sabía que el amor de Thor hacia su padre era genuino, y que si alguien tenía la oportunidad de limpiar el nombre de Thor, sería Reece. Tenía que encontrarlo.
Thor salió a toda velocidad a través de los callejones, serpenteando contra la multitud, mientras se alejaba de la Puerta del Rey hacia el castillo. Él sabía dónde estaba la habitación de Reece—en el ala Este, cerca del muro exterior de la ciudad—y solamente esperaba que Reece estuviera adentro. Si estaba ahí, tal vez podría llamar su atención, ayudarlo a encontrar el modo de entrar al castillo. Tenía el mal presentimiento de que si permanecía ahí, en las calles, pronto sería reconocido. Y cuando la muchedumbre lo reconociera, querría hacerlo pedazos.
Mientras Thor daba vuelta calle tras calle y sus pies se deslizaban en el fango de la noche de verano, finalmente llegó al muro de piedra de las murallas exteriores. Se acercó, corriendo junto a ella, justo debajo de la mirada vigilante de los soldados que estaban parados cada pocos metros.
Al acercarse a la ventana de Reece, se agachó y tomó una piedrita. Por suerte, la única arma que habían olvidado quitarle, era su vieja y confiable honda. La extrajo de su cintura, puso la piedra en su lugar y la arrojó.
Con su impecable puntería, Thor hizo volar la piedra sobre los muros del castillo y entró perfectamente en la ventana del cuarto de Reece. Thor oyó caer la piedra en la pared del interior, después esperó, agachándose a lo largo de la pared para evitar ser detectado por los guardias del rey, quienes mostraron molestia al escuchar el ruido.
Nada ocurrió durante varios minutos y Thor se sintió descorazonado al preguntarse si Reece no estaba en su habitación, después de todo. Si no era así, Thor tendría que irse corriendo de ese lugar; no tenía otra forma de encontrar un refugio seguro. Contuvo la respiración, con el corazón acelerado mientras esperaba, observando la ventana abierta de Reece.