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Llegada . Морган РайсЧитать онлайн книгу.

Llegada  - Морган Райс


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—preguntó Luna—. Vale, vamos.

      Se apresuraron por los pasillos y, de algún modo, no ver a las personas controladas era peor que verlas. Eran tan silenciosas que podrían haber estado en cualquier esquina, esperando para agarrarlos y, si lo hacían, lo que pasaría a continuación no valdría la pena…

      —¡Corre! —exclamó Luna mientras un brazo la asaltó en la siguiente esquina. Consiguió coger la ropa de su camisa y Kevin salió disparado hacia delante, lanzando todo su peso contra el brazo como si intentara hacerle un placaje.

      Se soltó y Luna y él corrieron de nuevo, tomando curvas y giros al azar para intentar perder a sus perseguidores. No podían correr más rápido que ellos en línea recta, así que tuvieron que buscar espacios donde los controlados no los pudieran seguir, e intentar usar el diseño laberíntico del búnker en su contra.

      —Está aquí —dijo Luna, señalando hacia una puerta.

      Kevin tenía que fiarse de sus palabras. Ahora mismo, se sentía tan perdido que ni tan solo podía decirle a alguien el camino de vuelta a la sala de control. Se metió en la sección de pasillo detrás de Luna, después cerró la puerta tras ellos y cogió un extintor para usarlo para atrancar la puerta. Parecía igual de endeble que el cartón comparado con la fuerza de los controlados.

      Ahora tenían que conseguir abrir la escotilla de emergencia.

      Kevin puso las manos sobre la rueda para intentar girarla. No pasó nada; estaba tan rígida que parecía que podría estar hecha de roca. Lo intentó de nuevo y los nudillos se le pusieron blancos por el esfuerzo.

      —¿Qué tal un poco de ayuda? —insinuó.

      —Pero si parecía que te estabas divirtiendo —replicó Luna desde detrás de la máscara, antes de agarrar la rueda y tirar de ella. Todavía estaba atascada.

      —Tenemos que intentarlo con más fuerza —dijo Luna.

      —Lo estoy intentando con toda la fuerza que puedo —le aseguró Kevin.

      —Bueno, a no ser que quieras ir a pedir ayuda a uno de los controlados, tenemos que hacer más. A la de tres. Uno…

      Se oyó un sonido metálico de la puerta que Kevin había atrancado.

      —¡Y tres! —dijo él, tirando de la rueda con cada fragmento de fuerza que podía reunir. Al parecer, Luna tuvo la misma idea y prácticamente colgó todo su peso de aquella cosa.

      Finalmente, cuando vino un segundo ruido metálico de la puerta que habían atrancado, la cosa se movió. La giraron hasta abrirla mientras los músculos de Kevin se quejaban y, a continuación, Luna se metió dentro sin pensarlo, sin esperar a ver si Kevin quería ir primero. Él fue a toda prisa tras ella, cerrando la escotilla tras él con la esperanza de que el pasillo pareciera vacío lo que fuera que los perseguía.

      El espacio que había después era estrecho, poco más que un túnel en el que reptar. Si hubieran sido adultos, probablemente apenas hubieran cabido. Tal y como estaban las cosas, había el espacio suficiente para gatear sobre manos y rodillas, a toda prisa hacia otra escotilla que había en la otra punta. Afortunadamente, esta no estaba atascada y se abrió con facilidad dejando al descubierto la ladera que había tras ella.

      —Tenemos que ir con cuidado —dijo Luna en voz baja mientras los dos saltaron hacia la ladera—. Todavía podrían estar aquí.

      Estaban, pues Kevin vio unas siluetas a lo lejos, subiendo la ladera como para llegar a la entrada de delante. Por allí cerca había unos árboles, así que Luna y él se deslizaron hasta ellos, se agacharon e intentaron no ser vistos.

      Treparon montaña arriba, intentando calcular dónde habían escondido exactamente el coche de la Dra. Levin. Si podían llegar al coche, entonces podrían salir de allí, dejar a los controlados por los extraterrestres e ir a la base.

      Kevin lo divisó un poco más lejos, justo donde lo habían dejado, escondido para que no lo vieran. Fue lentamente hacia él. Y entonces fue cuando vio a Chloe en una curva de la carretera de la montaña, viniendo del aparcamiento de la cima. Un par de turistas, que se movían con el silencio extrañamente controlado de los alienígenas, iban corriendo tras ella y estaban ganando.

      —Tenemos que ayudarla —dijo Kevin.

      —¿Después de todo lo que acaba de hacer? —replicó Luna—. Tendría bien merecido que la dejáramos convertirse también en un alienígena. Posiblemente daría menos problemas.

      —Luna —dijo Kevin.

      —Solo estoy diciendo que no merece del todo nuestra ayuda —dijo Luna.

      Ahora los controlados estaban casi sobre Chloe.

      —Probablemente sea cierto –dijo Kevin. Salió corriendo—. Pero aun así voy a ayudarla.

      Partió en dirección a Chloe y no le sorprendió mucho ver que Luna corría junto a él.

      —Esto lo hago por ti, no por ella —dijo Luna.

      —Claro —le dio la razón Kevin, corriendo más deprisa.

      —Y ya puedes dejar de sonreír por esto —continuó Luna—. Solo lo estoy haciendo porque si no te ayudo, te alienigenarán.

      —¿Me alienigenarán?

      —Después pensaré una palabra mejor —dijo Luna.

      Ahora ya casi habían llegado a Chloe. Uno de los controlados estiró el brazo hacia ella, pero Kevin y Luna fueron más rápidos, la agarraron y tiraron de ella para apartarla del camino y llevarla hasta unos árboles. La cuesta lo hacía accidentado, pero tal vez eso fuera bueno, pues uno de los controlados pasó tropezando por delante de ellos.

      —Volvisteis a por mí —dijo Chloe—. Vosotros…

      —Deja de hablar y sigue corriendo —espetó Luna—. El coche está ahí delante.

      Y el excursionista que quedaba estaba justo detrás, moviéndose con toda la tenacidad de un lobo que persigue a un ciervo. Kevin no quería pensar en cómo acababan estas cosas normalmente, simplemente continuó corriendo, cambiando de dirección a través de los árboles.

      El excursionista controlado por los extraterrestres lo agarró y Kevin consiguió esquivarlo. Ante su sorpresa, allí estaba Chloe, empujó al hombre desde el lado y lo mandó dando volteretas ladera abajo, peleando por parar su caída. Ella sonrió al verlo, a pesar de que Kevin hizo una mueca de dolor, pues aunque hubiera un extraterrestre controlando aquel cuerpo, aún pertenecía a alguien y, si alguna vez lo recuperaba, probablemente lo querría sin huesos rotos.

      —¡Entrad! —exclamó Luna desde más adelante. Ahora ella estaba en el coche y de un salto se puso en el asiento del conductor.

      Kevin y Chloe fueron corriendo hacia el coche y entraron mientras Luna empezaba a girar la llave. Kevin oyó que decía palabrotas en voz baja y solo le llevó un momento darse cuenta del porqué: El coche no arrancaba. Hizo una especie zumbido y tosió pero, aparte de eso, no pasó nada, no importaba las veces que Luna intentara hacerlo funcionar.

      Entonces empezó a crecer el miedo dentro de Kevin, aunque había habido más que suficiente derramándose en su interior de todos modos gracias a tener que escapar de los controlados por los extraterrestres. Miró hacia los árboles para intentar detectar movimiento, en busca de cualquier señal de los controlados. No solo los que habían caído ladera abajo, pues habría más. Siempre parecía haber más.

      —No funciona —dijo Luna.

      —No va a funcionar —dijo Chloe—. Lo has ahogado.

      —Como si tú supieras algo de esto —replicó Luna.

      Daba la sensación de ser una discusión que duraría demasiado y sería demasiado fuerte; que haría que todavía estuvieran allí cuando más controlados llegaran. A Kevin ya le parecía oír un crujido en los árboles.

      —Tenemos que irnos —dijo Kevin. Le


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