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Llegada . Морган РайсЧитать онлайн книгу.

Llegada  - Морган Райс


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      —¡Márchate! —espetó.

      Kevin se fue, con la esperanza de que si dejaba sola a Chloe un rato, podrían hablar sobre ello más tarde o algo así. Eso era lo que hacía la gente, ¿no? ¿Hablar las cosas y reconciliarse?

      Por ahora, sabía que probablemente tendría que ayudar a Luna a encontrar provisiones para su viaje. Necesitarían todo tipo de cosas, desde gasolina para el coche que habían dejado fuera esperando a ropa y mapas. Pasó por delante de una puerta en la que encima estaba impresa la palabra «Armería» y probó el pomo, pero estaba cerrado con llave. Quizás eso ya estaba bien. Dudaba que Luna y él pudieran abrirse camino luchando a través de una multitud de controlados por muchas armas que tuvieran. Además, solo pensar en ello le hacía imaginar a su madre corriendo hacia él, o a los científicos del Instituto, o a los padres de Luna. Pensaba que no podría hacer daño a ninguno de ellos.

      Todavía estaba pensando en ello cuando oyó que se disparaban las alarmas en dirección a la sala de control.

      Kevin fue corriendo hacia allí, con la esperanza de que solo fuera una falsa alarma o un pequeño fallo, pero en su corazón, sabía que no. Sabía exactamente quién sería la responsable de esa alarma y no quería ni pensar en lo que podría estar haciendo.

      Vio a Chloe cuando entró corriendo en la sala de control. Estaba pulsando las teclas de los ordenadores en una neblina de lágrimas, apuñalándolas con los dedos como si pulsarlas más fuerte hiciera que funcionaran mejor.

      —Chloe, ¿qué estás haciendo? —exigió Kevin.

      —No tengo que hacer lo que vosotros me digáis. No tengo que hacer lo que nadie me diga —dijo con un tono decidido—. No podéis hacer que me quede aquí. ¡Tengo que salir!

      —Nadie intenta…

      —Pensé que te gustaba. Pensé que podrías ser mi amigo, pero eres como todos los demás. Me iré. ¡No podrás detenerme!

      Pulsó algo más y el tono de las alarmas cambió. Unas palabras generadas por ordenador resonaron en los altavoces.

      «Procedimiento de evacuación de urgencia iniciado. Abriendo las puertas. Por favor, salgan de la base de manera ordenada».

      —¿Qué? —dijo Kevin—. Chloe, ¿qué has hecho?

      —¿Y ahora qué está haciendo? —preguntó Luna, cuando entró corriendo a la sala. Llevaba una mochila sobre un hombro que evidentemente había usado para recoger provisiones, todavía medio abierta por la prisa en llegar allí. No parecía contenta.

      Pero no tan triste como Chloe.

      —Ibais a dejarme aquí olvidada como si fuera una especie de… de prisionera —dijo y su tono era frenético, furioso y aterrorizado todo a la vez—. No vais a dejarme aquí. Voy a ir hasta mi primo. Voy a descubrir lo que le pasó. Después iré hasta los Supervivientes.

      Tras ella, la gran puerta que daba al compartimento estanco se abrió de golpe. Para sorpresa de Kevin, la puerta exterior hizo lo mismo, las dos se abrieron a la vez mostrando un camino despejado hacia el exterior. Allá fuera Kevin vio la carretera de la montaña y los árboles. Aún peor, veía unas siluetas avanzando hacia allí, dirigiéndose hacia el ruido casi al unísono.

      Tan pronto como el camino estuvo libre, Chloe atravesó la puerta a toda velocidad hacia la montaña. Kevin estaba demasiado conmocionado por todo aquello como para intentar detenerla, y Luna se estaba poniendo la máscara a toda prisa, evidentemente todavía insegura de si podía fiarse del aire de fuera o no.

      —¡La puerta, Kevin! —exclamó Luna mientras iba a toda velocidad para ponerla en su lugar—. Tenemos que cerrar la puerta.

      Kevin asintió.

      —La tengo.

      Por lo menos, eso esperaba. Veía que la gente de fuera avanzaba hacia la puerta, más de los que él podía haber creído ya que se suponía que los extraterrestres se habían llevado a la gente. Había soldados y excursionistas, familias enteras moviéndose con una especie de coordinación forzada y silenciosa.

      Kevin pulsaba las teclas del ordenador, con la esperanza de enmendar lo que se había hecho. Nada parecía tener ningún efecto. No ayudaba que no tuviera ni idea de cómo funcionaba el sistema informático de aquí. No estaba todo etiquetado para cualquiera que deseara intentar usarlo. Además, sospechaba que una puerta de emergencia que se abriera así no sería fácil de enmendar, por si la gente se quedaba atrapada dentro. Machacaba las teclas del ordenador, con la esperanza de encontrar alguna combinación que pudiera hacer algo.

      Nada de esto funcionó. Las puertas continuaban abiertas, un camino despejado llevaba al exterior y ahora, por el camino, la gente controlada por los extraterrestres avanzaba acechando.

      Venían.

      Y si llegaban al búnker, Kevin estaba aterrorizado por lo que pasaría a continuación.

      CAPÍTULO CUATRO

      —¡Corre! —exclamó Kevin mientras las personas a las que los extraterrestres habían convertido se acercaban al búnker. Luna ya parecía estar siguiendo su consejo, corriendo de vuelta a las confusas profundidades del lugar, tan rápido que Kevin tenía que esforzarse por seguir el ritmo.

      Siempre se les había dado bien escapar corriendo. Cuando se habían metido en problemas por estar en un lugar que no deberían, siempre conseguía dejar atrás a quien les estuviera siguiendo. Bueno, casi siempre. Bueno, por lo menos más de la mitad de las veces. Sin embargo, Kevin sospechaba que esta vez tendrían algo mucho peor que una severa advertencia si las criaturas de detrás los atrapaban.

      Oía el ruido sordo de sus pies sobre el suelo del búnker mientras iban detrás, y el sonido de su silenciosa persecución con excepción de las botas retumbando contra el hormigón. No llamaban en voz alta durante la persecución, no chillaban ni gritaban ni exigían a Kevin y a Luna que pararan. De algún modo, esto lo hacía todo más escalofriante.

      —¡Por aquí! —exclamó Luna, adentrándolo todavía más en la base. Pasaron por delante de la armería, y ahora Kevin si que deseaba tener alguna clase de arma, sencillamente porque parecía el único modo en el que iban a poder salir de ahí sanos y salvos. Al no tenerla, se conformó con hacer caer cualquier cosa al pasar corriendo por delante y empujó un carrito para que se interpusiera en el camino de los que iban avanzando mientras cerraba las puertas tras él. Unos estruendos le dieron a entender que iban chocando contra los obstáculos que Kevin les iba poniendo en el camino, pero por ahora nada de eso parecía frenarlos ni tan solo un poco.

      —Ahora silencio —susurró Luna, tirando de Kevin hacia otro pasillo y reduciendo la velocidad hasta ir de puntillas. Una multitud de excursionistas y soldados pasaron por delante a toda prisa tan solo un segundo más tarde, avanzando con toda la velocidad y fuerza que parecía venir de estar controlados por los extraterrestres.

      —Pero ¿por qué son tan rápidos? —susurró Kevin, intentando recobrar el aliento. No parecía justo que fueran tan rápidos. Lo mínimo que podías esperar de una invasión alienígena era poder escapar de ella en buenas condiciones.

      —Probablemente los extraterrestres les están haciendo usar todos los músculos —dijo Luna—, sin importar si les duelen. Ya sabes, como cuando las abuelas levantan coches de encima de la gente.

      —¿Las abuelas pueden levantar coches de encima de la gente? —dijo Kevin.

      Luna encogió los hombros. Con la máscara antigás puesta, era imposible saber si se estaba riendo de él o no.

      —Lo vi en la tele. ¿Ya has recuperado la respiración?

      Kevin asintió aunque no fuera del todo cierto.

      —¿A dónde vamos? Si son listos, habrán dejado gente en la entrada.

      —Entonces vamos a la otra entrada –dijo Luna.

      La salida


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