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La fábrica mágica . Морган РайсЧитать онлайн книгу.

La fábrica mágica  - Морган Райс


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¿Eso no es imposible?

      Oliver se movía incómodamente en su asiento. En realidad, quería dejar de hablar, tener un pequeño descanso de los susurros. Pero era evidente que nadie más conocía la respuesta, y la Sra. Belfry lo estaba mirando con su mirada centelleante y alentadora.

      —Para nada —respondió Oliver, mordiendo el anzuelo—. Para crear sustentación lo único que tienes que hacer es cambiar la rapidez con la que el aire fluye alrededor de algo, que puedes hacerlo sencillamente cambiando la forma del objeto. Así que el palito de helado solo necesita una cuña en el lado superior. Eso significa que mientras el palito avanza el aire que fluye por encima y por debajo de él tiene trayectorias con diferentes formas. Por encima del lado abultado del ala la trayectoria es curva, mientras que por debajo del ala, la trayectoria es plana y continua.

      Oliver terminó de hablar e inmediatamente apretó los labios. No solo había contestado la pregunta, había ido más allá en la explicación. Se había dejado llevar y ahora se iban a burlar de él sin piedad. Se preparó.

      —¿Podrías dibujárnoslo? —preguntó la Sra. Belfry.

      Le tendió un rotulador de pizarra a Oliver. Él lo miró con los ojos abiertos como platos. Hablar era una cosa, ¡pero estar delante de todo el mundo como un blanco era otra muy distinta!

      —Preferiría no hacerlo —murmuró por un lado de la boca.

      Vio un destello de comprensión en la expresión de la Sra. Belfry. Debía haberse dado cuenta de que lo había presionado hasta el límite de su zona de confort, incluso más allá de la misma, y que lo que le estaba pidiendo ahora era algo imposible.

      —De hecho —dijo—, ¿quizás a alguien le gustaría intentar dibujar lo que Oliver explicó?

      Samantha, una de las chicas atrevidas que quería llamar la atención, se levantó de un salto y le quitó el rotulador a la Sra. Belfry. Fueron juntas hacia la pizarra y la Sra. Belfry ayudó a Samantha a dibujar un diagrama de lo que Oliver estaba describiendo.

      Pero en cuanto la Sra. Belfry se puso de espaldas, Oliver sintió que algo le golpeaba detrás de la cabeza. Se giró y vio una bola de papel arrugado en sus pies. Se agachó y lo cogió, pero no quería abrirlo porque sabía que dentro habría una nota cruel.

      —Eh… —dijo Paul entre dientes—. No me ignores. ¡Lee la nota!

      Con tensión, Oliver abrió la bola de papel que tenía en las manos. La aplanó sobre la mesa que tenía delante. Las palabras «¿Sabes qué más puede volar?» estaban escritas con una horrible letra ininteligible.

      Justo entonces, notó otra cosa que le golpeaba la cabeza. Otra bola de papel. Seguida de otra, y otra y otra.

      —¡EH! —gritó Oliver, levantándose de golpe y girándose enfadado.

      La Sra. Belfry también se giró. Frunció el ceño al ver la escena que tenía delante.

      —¿Qué está pasando? —preguntó.

      —Solo intentábamos encontrar cosas que volaran —dijo Paul inocentemente—. Una debe haber chocado contra Oliver por accidente.

      La Sra. Belfry parecía escéptica.

      —¿Oliver? —preguntó, dirigiendo la mirada hacia él.

      Oliver volvió a sentarse en su silla y se agachó.

      —Es verdad —murmuró.

      Para entonces, la escandalosa Samantha ya había terminado su diagrama y la Sra. Belfry pudo dirigir de nuevo su atención a la clase. Señaló hacia la pizarra, donde ahora había el diagrama de un ala, no recta sino curva como una lágrima alargada hacia un lado. Dos líneas de puntos indicaban las trayectorias del aire pasando por encima y por debajo del ala. El flujo de aire que pasaba por encima del ala abultada parecía diferente en comparación con el flujo que iba directamente por debajo.

      —¿Así? —dijo la Sra. Belfry—. Pero todavía no entiendo cómo esto produce la sustentación.

      Oliver sabía de sobra que la Sra. Belfry lo sabía todo, pero al haber sido bombardeado por bolas de papel se sentía reticente a hablar de nuevo.

      Entonces se dio cuenta de algo. Nada de lo que hiciera iba a parar la burla. O se quedaba allí callado en silencio y se metían con él por no hacer nada, o hablaba y se metían con él por su inteligencia. Entonces se dio cuenta de cuál de las dos prefería.

      —Como el aire, de esta forma, sigue diferentes trayectorias, crea una fuerza hacia abajo —explicó—. Y si tomamos la tercera ley del movimiento de Isaac Newton –para cada reacción existe una reacción igual y opuesta- veréis que la reacción que resulta de esa fuerza, de la fuerza hacia abajo, es que el aire que viaja debajo del ala crea sustentación.

      Cruzó los brazos y volvió a sentarse en la silla.

      La Sra. Belfry parecía victoriosa.

      —eso está muy bien, Oliver.

      Fue hasta el dibujo y añadió unas flechas. Oliver sintió que una bola de papel chocaba contra su cabeza, pero esta vez ni tan solo reaccionó. Ya no le preocupaba lo que sus compañeros de clase pensaran de él. De hecho, sencillamente estaban celosos de que él fuera tan inteligente y supiera cosas tan chulas como las leyes de la física de Isaac Newton, cuando ellos lo único que sabían hacer era arrugar una bola de papel y tirarla a la cabeza de alguien.

      Cruzó los brazos con más fuerza y, ignorando las bolas de papel que le golpeaban la cabeza, se concentró en la imagen de la Sra. Belfry. Estaba dibujando una flecha que señalaba hacia abajo. A su lado escribió «fuerza hacia abajo». La otra flecha que había dibujado señalaba hacia arriba con la palabra «sustentación».

      —¿Y qué pasa con los globos aerostáticos? —le retó una voz desde atrás—. No funcionan así, pero aun así vuelan.

      Oliver se giró en su silla y buscó al propietario de la voz. Era un chico de aspecto gruñón –cejas oscuras y pobladas, hoyuelo en la barbilla- que se había unido a Paul en el lanzamiento de bolas de papel.

      —Bueno, aquí entra una ley completamente diferente —explicó Oliver—. Funciona porque el aire caliente sube. Los hermanos Montgolfier, que inventaron el globo aerostático, se dieron cuenta de que si atrapas el aire dentro de una envoltura, como un globo, se vuelve flotante debido a la baja densidad del aire caliente de dentro comparado con el aire frío de fuera.

      El chico parecía más furioso con la explicación de Oliver.

      —Vale, ¿y qué pasa con los cohetes? —le retó—. No son flotantes o lo que sea lo que acabas de decir. Pero suben. Y vuelan. ¿Cómo funciona eso, sabelotodo?

      Oliver sencillamente sonrió.

      —Volvemos a la tercera ley del movimiento de Isaac Newton. Solo que esta vez la fuerza involucrada es la propulsión, no la sustentación. La propulsión es lo mismo que mueve un tren de vapor. Una gran explosión en un extremo produce una reacción contraria a la propulsión. Solo que con un cohete tiene que llegar hasta el espacio, así que la explosión tiene que ser realmente inmensa.

      Oliver sentía que se emocionaba cuando hablaba de esas cosas. Aunque todos los chicos le estaban mirando como si fuera un bicho raro, a él no le importaba.

      Se giró en su silla para mirar hacia delante. Allí, sonriendo con orgullo, estaba la Sra. Belfry.

      —¿Y sabéis qué tenían en común todos estos inventores? —dijo—. ¿Los Montgolfiers y los Wrights y Robert Goddard, que lanzó el primer cohete de combustible líquido? Yo os lo diré. ¡Hicieron cosas que les habían dicho que eran imposibles! Sus inventos eran de locos. ¡Imaginad que alguien dijera que podríamos usar los mismos principios que las antiguas hondas chinas para lanzar a un hombre al espacio! ¡Y aún así han sido inventores revolucionarios, cuyos inventos han cambiado el mundo, y toda la trayectoria de la humanidad!

      Oliver sabía que le estaba hablando a él, diciéndole que


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