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Llorando Sobre La Luz Derramada. George SaoulidisЧитать онлайн книгу.

Llorando Sobre La Luz Derramada - George Saoulidis


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un par de caladas más y tecleó diferentes variables en Matlab.

      El rayo de luz azul simplemente parpadeó un poco, pero se mantuvo recto.

      Yanni gruñó y luego miró fijamente al punto azul del techo, pensando en las ecuaciones.

      Trabajó duro así durante siete horas seguidas.

      Thalia subió con un sándwich para él.

      ―¿Estuviste sentado en la oscuridad todo el día? ―preguntó.

      ―No puedo ver el láser con una fuente de luz de diez mil lúmenes inundando la habitación ―dijo.

      Ella, que claramente no había entendido el concepto, forzó una sonrisa y añadió:

      ―Necesito que cuides a los niños, tengo que comprar algunas cosas.

      ―Sí, ahora mismo ―contestó Yanni mientras cerraba la puerta.

      Ella lo dejó abajo, sentado en el sofá, con la bebé en brazos y Georgie tirando harina con su camión de juguete. Los dibujos animados de la televisión estaban a un nivel que casi podría provocar una explosión de tímpano, y la bebé lloraba por su madre. Le dio un chupete para intentar calmarla. Luego agarró la tableta para enviar un mensaje a sus amigos por Facebook. Dio algunos toques pero se dio cuenta de que la pantalla estaba sucia de chocolate, así que la limpió apresuradamente. Añadió a todos sus amigos a un chat grupal y les contó sobre la fiesta que Thalia estaba preparando.

      Después tenía que escribir a Nikos. Él era el único de sus amigos que no tenía Facebook, era un poco chapado a la antigua para esas cosas. Conocía la red, por supuesto, pero nunca quiso aceptar direcciones de Facebook de mujeres, solo sus números de teléfono (si es que no se subían a su coche de inmediato). Pensaba que mirar anónimamente las fotos de una chica era de pervertidos, aunque algunas de ellas le enviaban fotos desnudas igualmente, tan pronto como se enteraban de que era arquitecto.

      Nikos le devolvió la llamada:

      ―Yasou, ¿pensabas que me iba a olvidar? Hombre, el 2 de septiembre, la noche que quemamos la casa... ¡desde hace quince años!

      Yanni se sintió un poco avergonzado y dijo:

      ―Sí, me temo que la fiesta será un poco más tranquila este año.

      ―Como la del año pasado y el anterior. Es lo que tiene casarse. Sí, no hay problema, solo quiero pasar el rato con vosotros, ya nunca nos vemos ―dijo Nikos.

      ―Sobre eso, podría ser útil que trajeras una chica más adecuada. La última vez nuestras mujeres casi se arrancan los ojos. Alimentaste el fuego para décadas de reproches ―dijo Yanni.

      ―¡Ja, ja, sí, eso fue desternillante! ―dijo Nikos riendo―. No, no te preocupes, no tengo pareja. Iré solo.

      Yanni frunció el ceño ante la inusual afirmación y preguntó:

      ―¿Solo? ¿Tú? ¿Cómo es eso?

      ―Encontré a mi musa ―contestó Nikos―. Vamos a tomar una copa y te lo cuento todo sobre ella.

      ―Suena serio. Necesito saber más ―dijo Yanni.

      Acordaron una hora y un lugar, y Yanni volvió a mirar la tableta, ahora cubierta de harina y baba. Georgie estaba sentado en su camioneta fingiendo que dirigía un cargamento de preciada harina. El resto de sus amigos, todos casados, habían respondido al chat de grupo. Les había gustado la idea y enviaban caritas sonrientes y ya hablaban de traer ese buen vino que tanto les había gustado a todos la última vez.

      Yanni se sentó en el sofá con su bebé en brazos y esperó a que su esposa regresara. Todo lo que realmente quería era que su musa volviera.

      Capítulo i^2

      ―No eres tan viejo. Tenemos la misma edad. ¿Estás diciendo que yo también soy vieja? ―preguntó Thalia con una mirada de cuidado-con-lo-que-dices en su cara.

      Yanni abrió los brazos en un gesto de disculpa y respondió:

      ―No, por supuesto que no. Estoy hablando de la edad académica. Sobre ideas. Ya no me siento tan enérgico como antes.

      Thalia pensó seriamente en la situación mientras acunaba a la bebé dormida, la imagen misma de la hermosura.

      ―Yanni, simplemente llega lo más lejos que puedas. Tal vez necesitas un relevo. Alguien a quien tú enseñarías y conducirías a la meta. ¿Tan malo sería?

      ―Uh. Es mi idea, cariño. He trabajado tantos años en ella que odiaría verla en manos de otra persona ―dijo Yanni, hablando más para sí mismo que para los demás.

      Thalia caminó hacia él llamando su atención y dijo:

      ―Yanni, si pruebas una parte considerable de tu aportación, no tendrán otra opción que darte crédito. Piensa en tu familia, haz un buen trabajo, y después pásalo y deja que otro termine la carrera.

      Ella le pasó la bebé a él para hacer otras tareas.

      Él cogió a la bebé en brazos y luego la acostó. Encendió la música del móvil de la cuna y ella se rió hacia él, sin fijar sus ojos en ningún lado, sino mirando todo lo que la rodeaba.

      Pasó el día trabajando en el laboratorio de su casa. Al menos esta vez se acordó de encender el láser.

      Él lo miró. El láser lo miró de vuelta, impasible.

      Con las gafas protectoras puestas, aumentó la intensidad. «Todo lo que necesito es un momento eureka. Un poco de suerte», pensó. Sabía, por supuesto, que el momento eureka era un mito. La verdadera ciencia era lenta y estable, o quizá no tan estable sino más bien llena de callejones sin salida. A lo sumo, tendría un momento uy-qué-curioso que podría llevarle a alguna parte.

      Aunque no estaría de más probar suerte.

      Comenzó a introducir valores aleatorios en las variables con las que estaba trabajando, probando el láser con cada una de ellas. Lo apodíctico de su prueba dependía de las ecuaciones de Maxwell, que, en su simplicidad, tenían permutaciones infinitas. Tenía más posibilidades de ligarse a Kate Upton que de escribir aleatoriamente la variable que demostrara su hipótesis.

      Escribió algo. Entrar. No hubo cambios.

      Tecleó de nuevo. Entrar. Lo mismo.

      Luego intentó su aniversario, no servía de nada ya contenerse con la superstición.

      Nada.

      ¿El cumpleaños de Georgie?

      Entonces sonó el teléfono. Afortunadamente.

      El mensaje de Nikos decía: «Una persona que no ha hecho su gran contribución a la ciencia antes de los treinta años nunca lo hará. Albert Einstein».

      Yanni empezó a escribir una respuesta que decía: «Gracias por retorcer el cuchillo», pero un coche tocó el claxon desde la calle y obviamente era Nikos.

      Salió corriendo, deseoso de cambiar de aires, y cerró la puerta al comentario de Thalia de «no bebas». Sintiéndose mal, se asomó otra vez dentro de la casa y le dijo:

      ―Está bien, cariño, no beberé. Lo prometo.

      Nikos estaba esperando en su descapotable, recostado con las manos relajadas como si estuviera sentado en un sofá. Sonreía a unas chicas que cruzaban la calle y ellas le devolvían la sonrisa.

      ―Esa era tu maniobra de ligue, enviar el mensaje y tocar la bocina unos segundos después mientras yo respondo. No me vuelvas a hacer eso ―dijo Yanni con aversión, sin subir al coche.

      ―Oye, tú lo inventaste, hombre. Simplemente lo perfeccioné ―dijo Nikos y ambos se rieron a carcajadas.

      ―Sí, ese parece ser el patrón últimamente ―dijo Yanni con una expresión triste y consternada en su rostro.


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