Realidad: Novela en cinco Jornadas. Benito Perez GaldosЧитать онлайн книгу.
Villalonga.
Grandísimo adúltero, de quien está prendada es de ti.
Malibrán.
No, no.
Villalonga.
¿En quién te fijas, pues?
Malibrán.
Qué sé yo. En Calderón, la ostra de la casa, en el artillerito ese, en Federico Viera, en Manolo Infante.
Villalonga.
El más verosímil me parece Infante. Ese las mata callando.
Malibrán.
Pues no sé qué te diga. Déjame proseguir mis estudios y mis... diligencias. Ahora... (bajando la voz) la estoy acechando en sus salidas de casa, y créelo, le deshago el tapadijo; créelo como ésta es noche.
Villalonga.
Estás trastornado, Cornelio.
Malibrán.
Chico, cuestión de amor propio. Todas las pasiones son eso y nada más que eso. Llámalo el diablo. Tal como están hoy las sociedades, con las religiones abatidas y la moral llena de distingos, el amor propio nos gobierna. ¿Ves á Orozco, á quien todos llaman la mejor persona del mundo? Pues es que se ha impuesto ese papel, y lo sostiene por algo que se asemeja á la vanidad del artista. Si estuviéramos en época en que la santidad fuera moda, ese se haría canonizar por pintarla, y extremaría sus actos benéficos hasta el sacrificio y la mortificación, todo por orgullo, por el culto del arrastrado Yo. Ley primaria del mundo es el amor propio. Todos hacemos un altar donde nos ponemos á nosotros mismos, y nos adoramos con un dogma cualquiera. Mi dogma es vencer en empeños amorosos.
Villalonga.
Vencerás. Así tuviera yo tan seguros el cielo y mi canonjía del Senado. Por cierto que el empeño de meter á Orozco en la combinación me ha hecho bajar un puesto en la lista.
Malibrán.
Tontería. ¡Si Tomás no lo desea!
Villalonga.
No te fíes de apariencias. Ya sabes que tengo á nuestro amigo por un poquitín hipócrita. Esa modestia, esos ascos al bombo son afectados. Cada cual se busca su toque ó manera en la sociedad, y el toque de ese es decir «no quiero, no quiero», para que se lo den todo, y tres más.
Malibrán.
Puede que tengas razón... En fin, es muy tarde, y yo me voy.
Villalonga.
¿A casa de Leonor?
Malibrán.
Después. Sobre la una. Abur. (Entra en la sala japonesa, se despide y sale de la casa.)
ESCENA VII
Los mismos, menos Malibrán.
Orozco, pasando con Aguado al salón.
Apuesto á que todavía están apurando el tema del crimen.
Monte Cármenes, que sale de la sala japonesa.
¡Crimen y siempre crimen! Augusta quiso entrar en la orden del día; pero Teresa se rebeló contra la presidencia, y ahora está haciendo una excursión patibulario-comparativa al campo de la historia, analizando la vida y milagros de la Bernaola, Vicenta Sobrino y otras tales.
Orozco.
Mi mujer se pirra por los crímenes, y Teresa es capaz de traerse el verdugo en el bolsillo. Yo que el Gobierno, crearía con ellas y otras damas la policía judicial que tanta falta nos hace. ¿Verdad, Villalonga?... Venga usted para acá. Parece que está usted de puntas conmigo. Le prevengo que no he dado paso alguno para entrar en la combinación. Es cosa de los amigos de usted. Yo lo agradezco sin solicitarlo, y lo aceptaré si me lo dan, así como me quedaré tan fresco si me lo niegan.
Villalonga, para sí.
¡Valiente jesuitón estás tú! (Alto.) Para mí es cuestión de amor propio y, ¿á qué negarlo?, de conveniencia. Necesito el cargo para bandearme. Estoy cansado de luchar; tengo, como cada hijo de vecino, mi serie de lamentables equivocaciones. Llámelo usted mala cabeza, vértigo político; llámelo usted temperamento anárquico, si le parece mejor. Pero ya voy para viejo, y solicito esa posición para formalizarme y adquirir los hábitos de consecuencia que no tengo. ¿Soy sincero?
Orozco.
Sí. Sólo por su sinceridad merece usted la breva. Yo siento mucho que, sin comerlo ni beberlo, hayamos venido á ser rivales.
Villalonga.
Rivales no. En este caso, hay que hacer justicia al mérito y quitarle el sombrero. La posición, la riqueza de usted justificarían mi preterición, si no hubiera otros motivos.
El Exministro, que ha salido poco antes con ambos Trujillos de la sala de juego, y ha oído lo dicho últimamente por Villalonga, le coge por la solapa y con desentono le dice:
Pero ven acá, impertinente, ¿para qué quieres tú la senaduría vitalicia? ¿Crees que eso se puede cambiar por una Dirección? ¿Crees que eso se da á la gente insegura y á los veletas como tú?
Villalonga, reprimiendo su ira.
¿Y para qué querías tú la cartera, grande hombre pequeñísimo?
Exministro.
¡Yo! ¡Si yo no la quería...!
Villalonga.
Que no..., ¡angelito! Como que si no te la dan te mueres. Cuántas veces, en días de crisis, me dijiste: «Jacinto, por Dios, ¿le has hablado al Presidente? ¿Crees tú que iré yo ahora?» Y al fin fuiste. Y te ayudamos los amigos, jaleándote hasta tres meses después, y dándote un bombo fenomenal. Conque prudencia; que yo no me muerdo la lengua, y en historia contemporánea no me gana nadie.
Exministro.
Ni en hablar más de la cuenta tampoco. Siempre disolvente, adondequiera que vas. Parece mentira que teniendo tanto talento, te hayas empeñado en probar tu inutilidad.
Villalonga.
Pues te diré que... (Conteniéndose.) En fin, no quiero enfadarme.
Exministro.
Aunque te enfadaras...
Orozco.
Vaya, señores, envainen los aceros.
Aguado, apartando á Orozco del grupo.
Deje usted á los compadres que se peleen. Buen par de chanchulleros están los dos. Y Jacinto hace bien en tomarle el pelo al otro. Me ha contado que le tuvo hace quince años en la redacción del Fanal, trabajando de tijera. Explíqueme usted estas elevaciones. ¡Qué país! (Villalonga y el Exministro signen disputando con viveza, pero sin faltar á la cortesía.)
Orozco.
Jacinto es muy listo y vale mucho; pero su inconstancia le pierde. Habría sido ya ministro, si no tuviera la desgracia de encontrarse mal dondequiera que está.
Trujillo, padre, con displicencia.
Todos lo mismo. Unos por consecuentes, otros por inconsecuentes, ¡bueno tienen el país, bueno!
Villalonga, disputando con el Exministro.
No hay quien te baraje. Los hombres de talento, cuando dan en desbarrar...
Exministro.
¡Si quien desbarra eres tú! ¡Lo repito, parece