Ciudad Carbón Destartalada. Foraine Amukoyo GiftЧитать онлайн книгу.
este negocio antes de que se convierta en una adolescente. Esa mujer no está nada bien, debe estar loca. Incluso, podría llevar a esa niña a ejercer este negocio al vestirla como una prostituta”. Fassa suspiró ante esta posibilidad y limpió el tablero de ludo de las fichas que había ganado.
“Crees que lo estás haciendo bien hablando y ganando al mismo tiempo. ¿No es verdad?”
“Suenas como si alguna vez me hubieses ganado en este juego”. Fassa lanzó los dados sobre el tablero, “si esa mujer tiene una hija como se dice, entonces le doy kudos por darle a su hija una buena vida. Puedo apostar mis juegos a que ella usó la prostitución para hacer de su hija lo que es hoy”.
“Hum, tienes razón. Es muy bueno si eso es así. Ahora que lo pienso, la Grace en verdad es estúpida. Ruego porque hagamos suficiente dinero para comenzar nuestro negocio de fotografía y maquillaje. Tenemos que salir de este burdel para que podamos casarnos y tener nuestros niños en una buena urbanización. De verdad que quiero ser una fotógrafa a tiempo completo”, dijo Gwen.
“Mi sueño es hacer decoraciones para bodas y celebridades. Le pido a dios que nos ayude a lograr nuestros sueños”. Dijo Fassa. Ambas dijeron Amen en coro y se enseriaron con el juego.
En este sitio, la prostitución era un negocio diurno. Las alas de la asociación regional las protegían. Las mujeres ya no tenían que esconder su negocio. Sólo las que no tenían permiso huían cuando las fuerzas de la asociación hacían redadas en busca de prostitutas ilegales. Las leyes protegían los derechos de las trabajadoras sexuales contra los clientes que se rehusaba a pagar por sus servicios o las molestaban.
CAPÍTULO TRES
Algunos trabajadores cargaban equipo pesado sobre sus cabezas y sus hombros. Caminaban de manera fuerte y torcida sobre un terreno desigual. Un joven corpulento con músculos visibles y bien definidos le quitó un tubo de los hundidos hombros de un viejo y lo llevó hasta uno de los almacenes.
La compañía Borrows Steel era la primera en la ciudad en funcionar durante más de dos años. Ubicada en un área densamente poblada con mano de obra barata que trabajaba de día y de noche iba por la vía rápida para ganarse el reconocimiento como la tercera compañía más grande de la colonia. Se burlaba del nivel de vida de las comunidades locales a través de sus oscuros paquetes de pago y su tasa de empleo inestable.
El sitio era un medio de riesgo probado para sus trabajadores. Diariamente, los trabajadores rogaban que pudieran protegerse de los peligros ya que trabajaban sin precauciones de seguridad. Los trabajadores oyeron el fuerte sonido del reloj central. Marcaba el final de un día de trabajo. Después de limpiarse los sudados cuerpos con camisas sucias, se alineaban y llenaban sus datos personales en un papel para recibir sus pagos.
El contratista vino para aplaudirles su esfuerzo por el día de hoy con un comentario repugnante sobre que ellos eran ‘los ejemplos que otros trabajadores debían emular’. Revisó los nombres en la lista y le entregó el efectivo al supervisor para que les pagara. Satisfecho con la forma en que el supervisor repartía los sobres, el contratista se subió a su Land Rover que estaba estacionada fuera de los podridos portones de entrada. El camino estaba lleno de trabajadores que caminaban lentamente. Le gritó al chofer para hiciera sonar la corneta.
Sacó un pañuelo del bolsillo de su camisa y se secó el sudor de la frente. “No puedo perder mi cita. Por favor, suena la corneta del carro para que estos tontos lentos se aparten del camino”.
“Sí señor”. El chofer encendió el estéreo. Tarareó cuando su canción favorita comenzó a sonar. Cantó la letra, “Oh, babi chévere…menea tu cintura. Mi babi estás buenísima… estás bien… haz girar esa cosa. Oh, gastaré todo mi dinero en ti”. “Oga, yo sé que a ti también te gusta esta canción”. Le subió el volumen al radio y sonrió. Se movió al ritmo de la canción.
“No me gusta la canción. Cállate y conduce”. Se quitó el casco de su cabeza calva sudada. “Enciende el aire acondicionado. Me pregunto cómo esta gente trabaja en medio de este calor. Deben estar adaptados al infierno”, se quitó las pesadas botas de trabajo, “y apaga el radio”.
Aunque el chofer estaba acostumbrado a los impredecibles cambios de humor de su jefe, su explosión lo confundió porque lo había visto bailar al ritmo de esa canción en los clubes. El contratista podía pagarle a un DJ ambulante para que tocara esa canción sin parar.
El camino no tenía un buen sistema de drenaje. Las reparaciones defectuosas en ambos lados constituían un estanque que hacía que el camino estuviese muy congestionado. A medida que la gente se apartaba para que pasara el carro, el chofer se movía lentamente para evitar salpicarlos con el barro.
Este era su primer día en el trabajo. Ezekiel contaba el dinero pagado por el nuevo día de un trabajo que duraría seis meses. Estaba decepcionado. La cantidad de efectivo en su sobre resultó ser dos mil, distribuidos en billetes de denominación de doscientos Nairas. Cuando él y otros más tomaron el trabajo no tenían idea de la escala salarial. El abultado sobre que les había sido entregado a él y sus colegas, les había dado esperanza que la paga los ayudaría a resolver algunas necesidades perentorias.
Ezekiel estaba aturdido. No había manera que pudiera ahorrar con esta mísera paga. Pensó en dejar el trabajo. El agente laboral al que le pagaría el diez por ciento de su salario le había dicho que la paga en ese trabajo era buena. Hizo un cálculo mental sobre la cantidad de deudas que tenía que pagar antes de llegar a su casa. Tendría que irse por la canal para evitar a sus acreedores. Ezekiel sonrió con sorna y continuó su camino.
CAPÍTULO CUATRO
Unas horas después, el jefeDaggers sonrió cuando el contratista entró en su habitación privada con un gran bolso de cuero, lo abrió para mostrarle unos billetes de dólares bien arreglados. El jefeDaggerss se frotó las palmas de las manos y bailó enérgicamente a costa de los pobres trabajadores.
“El propio Don, te dije que funcionaría, esta es tu vía a hacerte rico”, dijo el jefeDaggers.
“Sí, jefeDaggers, lo creo. Esa gente es tonta, especialmente los jóvenes. Ni siquiera preguntaron cómo funcionaría. Simplemente firmaron por sus estómagos flaco”. Rieron de manera siniestra.
“Te lo dije, así es cómo funcionan las cosas en el ministerio, si alguien se queja, arréglalo con un bono y verás cómo se afanan horadando la tierra para ahorrar algo de vez en cuando, una paliza y un quiebre”.
“Sí, así lo dijiste. Seguramente se gritarán y se atacarán a la garganta entre ellos como bulldogs hipnotizados”.
La criada les sirvió bebidas. Chocaron sus copas de vino sin darse cuenta de su mirada repulsiva hacia ellos. Ella detestaba sus comentarios, pero ocultó su desdén hacia sus jefes. “Gente despreciable, ojalá que hubiese escupido en esas copas de vino”, murmuró.
“Elizabeth, ¿por qué sigues aquí? ¿Quieres que te despida? Le preguntó el jefe Daggers.
“No señor, no señor, le pido disculpas”, dijo Elizabeth. Se apretó la bandeja dorada vacía contra su pecho y se escurrió hacia la cocina.
Los hombres procedieron a un estudio exclusivo en una profunda discusión. Luego el contratista se dejó caer en una silla sin brazos y estiró las piernas.
“Ahora tendrás que llenar otro formulario. En vez de las dos mil Nairas que les pagas a ellos, pondrás de manera personalizada diez mil Nairas por contrato con el gobierno. Haz un listado y envíale la parte del ministro del trabajo a su cuenta”, dijo el jefe Daggers
“Bien hecho jefe Daggers”. Dijo el contratista. “La forma en que inflaste el proyecto en cinco millones de Nairas en realidad me sorprendió. Creí que los pocos millones adicionales de los que habías hablado eran algo moderados, sin lugar a dudas, eres un hombre inteligente”. Sorbió vino.
“Mi hermano, así es como logramos este estilo de vida lujoso y debemos mantenerlo a cualquier costo”. Rieron y chocaron sus copas.
Jerry entró sin tocar. “Papá, adivina qué, mi amigo Dan va a tener su fiesta de cumpleaños en