El imperativo estético. Peter SloterdijkЧитать онлайн книгу.
la posibilidad de un mediumnismo burgués. Obviamente, esto no habría sido posible sin los efectos conmocionantes de los descubrimientos de Mesmer; sólo como consecuencia del mesmerismo pudo producirse una desmitificación de lo que se consideraba humanamente posible en las condiciones del seno materno; desde entonces ha planeado sobre el mundo burgués una crítica hasta hoy no formulada de la razón religiosa. Tras el descubrimiento del trance magnético, el sonambulismo artificial y el fondo hipnótico, se introdujo en el mundo, al menos como posibilidad, un esoterismo democrático cual auténtica psicología profunda. Ya se podía discutir públicamente sobre la forma de existenciadel niño en el seno materno sin que hablar de tales cosas supusiera necesariamente expulsar el alma de tal sujeto. En Hegel se encuentran también afirmaciones inspiradas por Nicole Malebranche sobre la magia natural de las transfusiones puramente anímicas que pueden reducirse al modelo del habitar fetal. De hecho, se había probado, con el descubrimiento del hipnotismo, que esas formas de existir sugestionables no terminan para siempre con el nacimiento ni con la entrada del sujeto en la edad adulta. El uso del magnetismo en adultos demostraba con suficiente claridad que en ellos podía persistir de forma permanente el modo vibratorio fetal –por más que los contemporáneos de los primeros hipnotizadores se estremecieran pensando en el posible abuso del magnetismo[20]–. En lo que respecta a la pedagogía filosófica, esta no pensaba entonces, como hoy, en otra cosa que en la necesaria decadencia de la sugestionabilidad magnética; su meta era implantar el modelo del sujeto autónomo blindado contra la vibraciones. Ejemplo típico es el pasaje en el que Hegel dice que el alma puramente pasiva, es decir, fetal, «todavía no es impenetrable, sino un alma sin resistencia». En la palabra impenetrable se percibe un eco del inconcussum cartesiano, mientras que en la expresión todavía no deja claro el sentido de toda autoeducación, que es lograr la imperturbabilidad.
Después de Hegel y Mesmer, las posiciones de la subjetividad impenetrable no dejaron de sufrir sacudidas. Alboreaba una era de la música y la psicología que provocó un seísmo en los palacios de cristal de la racionalidad. Un principio de conmoción empezaba a competir con el principio de autoconservación. Los jóvenes filósofos hegelianos, Bauer, Kierkegaard y Marx principalmente, hicieron descender violentamente el tiple metafísico al bajo de la realidad. De pronto, el pensamiento buscó un camino de salida a lo real, ruidoso, escandaloso, como si hubiera obtenido de alguna parte el poder para poner fin al hábito de hacer abstracción de todo lo bajo. Si alguna vez hubo una «nueva audición», fue la que comenzó cuando Engels informó sobre las condiciones de la clase obrera en Inglaterra. La filosofía posidealista tuvo oídos para lo que clamaba al cielo y ojos para algo más que la contemplación. Lo que antes había sido el orgullo de la metafísica, de pronto aparecía tan sólo como una nota de vanidad sobre el tono fundamental de la vida humana real. Schopenhauer provocó una ruptura al presentar el fundamento del mundo, la voluntad, como un poder en sí mismo musical. Schopenhauer aún permanecía bajo el hechizo de una estética clásica, pues atribuía a la música una virtud sanadora; subestimaba su capacidad, probada en la modernidad, para provocar la emergencia del horror en el medio sonoro.
El nuevo concepto del pensar en Heidegger supone al mismo tiempo un avance en la línea de la irrupción epocal de tonos y estados anímicos en la concepción posidealista de la existencia. Lo que en la meditación de Descartes y su abstracción de todo lo abstraíble aún podía parecer un acto metódicamente controlado del sujeto, se transforma en Heidegger como pasión y horror: el sufrimiento involuntario de imaginarse privado de mundo. En su analítica de los estados anímicos existenciales, Heidegger se pregunta si hay entre ellos uno en el que se «manifiesta la nada según el sentido revelador», y responde afirmativamente, señalando cómo los rasgos de lo existente se desintegran en el «profundo aburrimiento» quedándose en nada. Lo que Heidegger expone en su descripción de la angustia es definitivo:
Es verdad que la angustia es siempre angustia de…, pero no de esto o lo otro. La angustia de... es siempre angustia por..., pero no por esto o lo otro. Sin embargo, esta indeterminación de aquello de qué y por qué nos angustiamos no es una mera ausencia de determinación, sino la imposibilidad esencial de ser determinado. Esto se ve patente en una conocida expresión. Solemos decir que en la angustia «uno está desazonado». ¿Qué quiere decir este «uno»? No podemos decir de qué le viene a uno esta desazón. Nos encontramos así, y nada más. Todas las cosas como nosotros mismos se sumergen en una indiferenciación. Pero no como si fuera un mero desaparecer, sino como un alejarse que es un volverse hacia nosotros. Este alejarse el ente en total, que nos acosa en la angustia, nos oprime. No queda asidero ninguno. Lo único que queda y nos sobrecoge al escapársenos el ente es este «ninguno». La angustia hace patente la nada. Estamos «suspensos» en angustia. Más claro, la angustia nos deja suspensos porque hace que se nos escape el ente en total. Por esto sucede que nosotros mismos –estos hombres que somos–, estando en medio del ente, nos escapemos de nosotros mismos. Por esto, en realidad, no somos «yo» ni «tú» los desazonados, sino «uno». Sólo resta el puro existir en la conmoción de ese estar suspenso en que no hay nada donde agarrarse[21].
Cierto es que la vibración de Heidegger no es un instante musical inmediato en el sentido de la música que se compone, ni tampoco lo es la vibración pasiva del niño en Hegel. Y, sin embargo, esta teoría de la angustia trata de una predisposición anímica del sujeto como medium percussum, a través de la cual el yo revela sus cualidades de instrumento sonoro. Además, el estar fuera de la existencia, en la «nada», tiene una directa consecuencia musicológica profunda: la angustia de Heidegger supone una catástrofe de la audición que es corresponsable del nacimiento de la música; el accidente auditivo original es el fondo sobre el que se asienta toda nueva audición posterior de música. Si durante las «raras» experiencias de gran angustia nos sorprende la presencia de la nada, su sonido ha desaparecido, sustraído junto con la totalidad de lo existente. El Dasein en el mundo significa siempre estar expuesto en una esfera donde, por primera vez, la no-música es posible. El que ha nacido queda fuera del continuum acústico profundo del instrumento materno. El penetrante estremecimiento de la angustia proviene de la pérdida de aquella música que ya no oímos más cuando estamos en el mundo. Una lectura atenta del oscuro discurso de Heidegger permite ver que la angustia de la que se habla no puede ser sino la angustia ante la muerte de la música congénita, la angustia ante el espantoso silencio del mundo tras la separación del medio materno. Todo lo que después será música creada proviene de una música resucitada y reencontrada que da también testimonio del continuum tras su destrucción[22]. Música reencontrada es reanudación del continuum tras su catástrofe. Cuando ya no son audibles los latidos del corazón y el susurro visceral del instrumento musical primario, aparece el pánico a la existencia. Sólo allí dentro, en ese flotar vacío «en el mundo», se abre una vastedad inquietantemente silenciosa donde se ha suprimido el continuum acústico de la musique maternelle; sólo gracias a un finalmente amenazado hilo de Ariadna acústico sigue el recién nacido conectado a la energía envolvente que era propia del mundo sonoro primero, interior y compartido. Se entiende que Heidegger pudiera tener la convicción de que, tras los bastidores ruidosos del vivir activo, «duerme» el viejo pánico: lo normalmente durmiente posee la autenticidad de lo terrible que, si resisto, conduce a mí como a un «existente». Por eso no puede Heidegger insistir lo bastante en que la vida inauténtica se reparte entre el ruido y la habladuría, mientras que la vida auténtica radica en la angustia ante un aterrador silencio.
Esa angustia radical está casi siempre reprimida en la existencia. La angustia está ahí: dormita. Su hálito palpita sin cesar a través de la existencia[23].
Notas esenciales suyas son una «particular quietud», una «fascinada quietud» y el impulso a acallar la «oquedad del silencio»[24]. A la audición del silencio, que implica un oírse del existir en la intimidad de lo inquietante, se la podría llamar un cogito pánico. Ya no oigo nada, luego existo. El existir en el silencio del mundo es una cuerda que vibra por su propia tensión. Puede ser que los meditadores