Antropología de la integración. Antonio Malo PéЧитать онлайн книгу.
(de los principios a los fenómenos). En uno y otro, las relaciones ocupan un lugar principal, tanto en el plano ontológico (ser-esencia, libertad-naturaleza), como en el fenomenológico (apariencia/ocultamiento, apertura/clausura, donación-recepción).
Por lo que se refiere a las tendencias, afectividad y relaciones, el método sistémico se complementa con el hermenéutico, ya que toda la comprensión de los principios y fenómenos antropológicos contiene en sí una pre-comprensión basada en la experiencia. La razón de esto se debe a las características propias del objeto de la antropología: la persona humana no es un objeto científico sin más, pues es también un sujeto, en tanto que posee un conocimiento de sí mismo basado en la experiencia personal y ajena. Por eso, la reflexión antropológica en este ensayo se entrelaza con la comprensión que cada uno tiene de sí mismo y de los demás; y ambas, a su vez, con la posibilidad de lograr un grado mayor de conocimiento en vista de una mejor integración personal. De este modo, al observar las acciones de otros, no solo conozco mejor a esas personas sino también a mí mismo, ya que soy capaz de descubrir una serie de posibilidades que están latentes en mí. En esta perspectiva, las modas, aun cuando no siempre favorezcan la integración personal, adquieren un destacado valor hermenéutico, como muestran abundantes ejemplos históricos. Por citar sólo uno, el suicidio del protagonista de la novela Las penas del joven Werther de Johann Wolfgang Goethe (1749-1832), al desvelar el llamado mal del siglo, desató una ola de suicidios entre sus jóvenes lectores, pues les hizo descubrir una insatisfacción de la que hasta entonces no eran conscientes. Por eso, para evitar la influencia negativa de las modas, es preciso ser conscientes de los modelos seguidos, así como del motivo o los motivos por los que deseamos identificarnos con ellos. Solo después de responder a estas preguntas, estaremos en condiciones de servirnos de las modas, inteligentemente.
4. RELACIÓN ENTRE ANTROPOLOGÍA Y OTRAS DISCIPLINAS
Para comprender mejor la antropología filosófica y su campo de investigación es necesario considerar otras disciplinas filosóficas y teológicas con las que esta mantiene lazos estrechos, como la metafísica, la ética, la gnoseología y la antropología teológica.
En efecto, la metafísica clásica, puesto que estudia el ente en toda su amplitud y estructura fundante, es decir, en sus primeros principios y causas últimas, se ocupa también del ser humano. Sin embargo, el estudio metafísico del hombre, a pesar de que en algunas cuestiones es válido, no permite captar, si no de forma implícita, la distinción entre el ser personal y su esencia, lo que constituye un límite importante. Pues, como ya hemos visto, la persona no es un ente más, sino un ente especial, dotado de racionalidad, o mejor aún, de relacionalidad, pues la racionalidad consiste fundamentalmente en la apertura total al ser: al mundo y a los demás entes, especialmente a las personas[8]. De ahí que la relación, cuando es entendida como una categoría accidental, no consienta pensar adecuadamente la racionalidad humana. Pues, aunque el ser humano no es relación, esta es indispensable para que las personas puedan desarrollarse y perfeccionarse tanto en el ámbito natural como sobrenatural. Por otro lado, la libertad, que desde el punto de vista de la metafísica clásica es un accidente (concretamente, una cualidad de la voluntad), aparece antropológicamente como el constitutivo esencial de la persona. De hecho, como veremos al estudiar las tendencias, la libertad empieza a manifestarse ya en ellas a un nivel básico[9]. En la relación entre metafísica y antropología surgen, pues, una serie de preguntas: ¿la antropología debe basarse en una ontología de corte clásico o debe tener su propia ontología? ¿las categorías de los otros entes del universo pueden aplicarse directamente a la persona o han de ser de algún modo modificadas?
La ética, por su parte, tiene en común con la antropología el estudio de la libertad, pero no en cuanto tal, sino sólo en tanto que origen de las acciones humanas (libres y responsables), de las virtudes y de las relaciones perfectivas, como son las que corresponden a las virtudes sociales y la amistad virtuosa. Las diferentes escuelas se preguntan acerca del fin de las acciones y la vida humana. Así, la ética eudaimónica señala la felicidad como fin; la estoica, las virtudes; la hedonista, la variedad de placeres, que van desde la esfera sensible a la espiritual; y la deontológica, el deber. En todas estas escuelas se halla, pues, implícita una precomprensión del hombre y de su bien, que en ellas puede ser más o menos teorizada, y que, sin embargo, es el objeto propio de la antropología. A partir de esta relación entre ética y antropología surgen nuevas preguntas: ¿la ética debe basarse en la metafísica o en la antropología? ¿De qué manera la ética ayuda a la antropología a captar mejor la esencia de la libertad humana?
La antropología se relaciona también bilateralmente con otras disciplinas filosóficas, como la filosofía política, la filosofía de la cultura, del arte, de la religión, etc., pues, por un lado, proporciona a estas disciplinas el sentido que tiene la existencia humana y, por consiguiente, también el de sus obras y objetivaciones; por otro, son estas mismas disciplinas las que ofrecen a la antropología un conjunto de perspectivas, datos e interpretaciones sobre el hombre, que mejoran la comprensión que ella tiene.
En una relación semejante se halla la antropología respecto de la teología. Por una parte, la teología estimula y fomenta la comprensión filosófica del hombre a través de una serie de preguntas esenciales: ¿el individuo es totalmente reductible al universo material? ¿Puede ser vano su deseo de felicidad? ¿La muerte del cuerpo pone punto final a la existencia humana?
Por otra, la antropología brinda a la teología una forma de acceso a Dios, ya que —como afirma Clemente de Alejandría (150-215 aprox.)— el conocimiento de Dios está estrechamente unido al de uno mismo[10]. El intercambio más fructífero entre teología y antropología filosófica se realiza, sobre todo, en el ámbito de la antropología teológica, en la medida en que el ser humano —en virtud de su ser personal— ocupa un lugar especial en el cosmos, ya que es al mismo tiempo horizonte y confín del universo material y espiritual[11]: su alma espiritual es directamente creada por Dios como forma del cuerpo, por eso la persona tiene valor por sí misma.
[1] El término psicología ha sido puesto en circulación por dos discípulos de Melanton: Rodolfo Goclenio, autor de un tratado cuyo título es Psychologia, hoc est de hominis perfectione (1590), y Otón Cassmann, autor de otro tratado en dos volúmenes con el título de Psychologia anthropologica, sive animae humanae doctrina (1594-6) (cfr. W. ZIEGENFUSS–G. JUNG, Philosophen-Lexicon, Handwörterbuch der Philosophie nach Personen, De Gruyter, Berlin 1949, I, p. 394).
[2] M. Heidegger, Kant y el problema de la Metafísica, tr. esp. G. Ibscher Roth, Fondo de Cultura Económica, México-Buenos Aires 1954, § 37.
[3] G. Marcel, Journal Métaphysique 1913-1923, Gallimard, Paris 1927, p. 181.
[4] He defendido esta tesis en el ensayo Yo y los otros. De la identidad a la relación, Rialp, Madrid 2016, pp. 176-187.
[5] «Una ciencia del conocimiento del ser humano, compuesta sistemáticamente (antropología), puede ser [compuesta] tanto en sentido fisiológico como [en sentido] pragmático. –El conocimiento fisiológico del ser humano se dirige a la indagación de lo que la naturaleza hace del ser humano; el pragmático, a lo que él, como ente que actúa libremente, hace, o puede y debe hacer, de sí mismo» (I. KANT, Anthropologie in pragmatischer Hinsicht, Akademie-Ausgabe, VII; trad. es. Antropología en sentido pragmático, Siglo XXI, Madrid 2010, p. 119).
[6] Se cuenta de un rey que, para divertirse, hizo que todos los ciegos de la ciudad fueran convocados en la plaza con el fin de que describieran a un elefante real después de haberlo tocado. El ciego que le tocó las orejas dijo: «Su Majestad, el elefante es como un abanico». Mientras que el que acariciaba sus colmillos dijo: «No, Majestad, el animal es como un arado». La escena volvió a repetirse cuando los otros ciegos tocaron la trompa, el vientre, las patas: continuaron acusándose