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Nuestro grupo podría ser tu vida. Michael AzerradЧитать онлайн книгу.

Nuestro grupo podría ser tu vida - Michael  Azerrad


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muchas cosas en común con Boon y Watt.

      —Le gustaba mucho la exploración artística, ampliar sus límites, expresarse —explica Watt.

      Con Watt y Boon como amigos de infancia, Hurley se debía de sentir como el rarito y el excluido; como él había estado surfeando mientras Boon y Watt estudiaban a Bismarck y a Napoleón, no podía participar en su toma y daca político. Pero, además de ser un batería potente y muy innovador, tenía algunas intuiciones políticas muy valiosas, aunque no eran políticas en el sentido habitual del término.

      —Georgie sabía analizar las cosas —cuenta Watt—. Era un tipo al que querías tener al lado si las cosas se ponían feas. Para mí, eso es ser una persona muy política: saber ver dónde se concentra el poder. George es muy consciente de ello. Sabía cómo ocuparse de las cosas, vigilar tu mierda, salvarte el culo. Para mí, eso es, en cierto sentido, política. Lo puedes hacer a nivel nacional, pero también lo puedes hacer con tu furgoneta y con tu equipo.

      Pero el núcleo intelectual del grupo lo formaban Boon y Watt, y ambos se retaban constantemente. En una entrevista de 1985 con un fanzine desconocido de Mineápolis, ambos estuvieron discutiendo sin parar, no de forma hostil, pero como si estuvieran compitiendo, poniendo a prueba las convicciones del otro.

      WATT: Escuchas las canciones de Boon y suenan como si cantara lo mismo en cada puta canción.

      BOON: Será porque tengo algo que decir.

      WATT: Supongo. En realidad, no creo que tengas nada que decir. Algún otro tío lo habrá dicho antes.

      BOON: Pues bien, hay que seguir diciéndolo hasta que se consiga.

      Antes habían discutido —profusamente— sobre si había un solo de guitarra en «Boiling» de Punch Line (no lo había). Entonces Watt echó en cara a Boon que redujera los conflictos en El Salvador y Nicaragua a un eslogan simplista que entonces era popular entre los sectores de izquierda: «Estados Unidos. Salid de Centroamérica», que Boon a menudo escribía en un panel que colocaba sobre el escenario.

      WATT: No entiendo lo de «Sacad a Estados Unidos de Centroamérica», como si fuera tan sencillo. Eso es ser simplista con respecto a algo que es muy complejo, la gente que se muere, que intenta decidir su propio destino.

      BOON: ¿Es que no ves por qué se muere allí la gente?

      WATT: La gente utiliza ese eslogan con el único fin de impulsar su carrera en el mundo del rock.

      BOON: ¿Es que no ves por qué se muere allí la gente?

      WATT: Hay muchas, muchas razones.

      ENTREVISTADOR: ¿Porque nuestro gobierno envía ayuda?

      BOON: No, por culpa del imperialismo. Allí siempre ha existido.

      WATT: Ese es uno de los motivos. Pero no es el único, hay muchos motivos.

      BOON: ¿Como cuáles?

      WATT: Como el racismo.

      BOON: ¿Hay racismo contra los poderes imperialistas?

      WATT: No, pero hubo racismo. Cuando los españoles fueron allí.

      ENTREVISTADOR: Sí…

      WATT: Fueron racistas con los indios.

      BOON: ¡Pero eso no es cierto! No fueron demasiado racistas con los indios.

      WATT: Gilipolleces.

      BOON: Fueron los blancos quienes fueron muy…

      WATT: De hecho, las poblaciones indígenas de Guatemala están siendo asesinadas por gente con apellidos españoles.

      BOON: Por la gente en el poder.

      WATT: Racismo.

      BOON: Pero no fueron los españoles. Los españoles se casaron con las mujeres y tuvieron hijos. Mataron a los guerreros indios y se casaron con las mujeres.

      WATT: Eso no es racismo, ¿eh?

      BOON: Pues bien, los ingleses lo hicieron mucho mejor. Solo mataron a todo aquel que se les puso por delante.

      Este tipo de discusión se repetía una y otra vez.

      —The Minutemen competían continuamente, no se guardaban nada —explica Joe Carducci, riendo—. Tenían dos puntos de vista diferentes, pero generalmente discutían sobre la Guerra Civil.

      Las discusiones entre Boon y Watt a veces se encendían tanto que alarmaban a la gente que les rodeaba. La mayoría de veces no pasaban del nivel verbal, pero a veces era inevitable que estallaran tensiones, sobre todo en el espacio abarrotado y asfixiante que era la furgoneta de las giras.

      —¿Sabes cómo lo arreglábamos? —explica Watt—. Parábamos la furgoneta en medio de la carretera y empezábamos a pelearnos, a forcejear y a rodar por el suelo.

      A veces, las peleas alcanzaban a otros, como cuando Boon encargó unas pegatinas que decían «Salid de Centroamérica» y, mientras las repartía durante un concierto en el Tulane College, unos musculitos a los que no les gustó aquello empezaron a buscar pelea.

      —Les habían robado el partido de baloncesto y estaban todos cabreados y con ganas de pelearse con nosotros —explica Watt—. Pero estábamos preparados: «¡Venga, cabrones!».Y se armó la gorda.

      El álbum doble puso a The Minutemen en el mapa. Pero ¿y ahora qué? Joe Carducci se había percatado de que a la radio universitaria le había gustado Buzz or Howl, tanto por su accesibilidad como por su brevedad, pues permitía que los oyentes siguieran todo el disco muy fácilmente y acabaran conociendo cinco o seis canciones en lugar de cuarenta y cinco. De modo que sugirió hacer otro EP, pero con valores de producción más convencionales y canciones con una duración estándar que les permitieran conseguir más tiempo en antena y ventas.

      —Y entonces el instinto que tuvo Watt para salvar el culo fue ridiculizarlo con el título de «Project: Mersh30» —afirma Carducci.

      Carducci propuso que, como él sabía exactamente qué quería, él se encargaría de la producción con la ayuda de Mike Lardie y Ethan James dando ciertos «consejos técnicos». The Minutemen estuvieron de acuerdo y grabaron el álbum en febrero de 1985.

      La factura del estudio ascendió a dos mil cuatrocientos dólares, una fortuna teniendo en cuenta el historial de The Minutemen, sobre todo para un álbum de solo seis canciones. Las pistas incluyen floridos pasajes de trompeta en tres canciones, unos valores de producción relativamente logrados e incluso fundidos.

      A esas alturas, The Minutemen podían permitirse semejante iniciativa tanto económica como profesionalmente: habían acumulado tanto respeto e integridad que cualquiera que conociera mínimamente al grupo veía Project: Mersh como el experimento que era.

      —Queríamos ver si el disco dejaba flipada a la gente, a los críticos, a nuestros seguidores, a la gente de la radio, sí, porque te encasillan y ahí te quedas con la etiqueta para siempre —dijo Watt—. Pensamos que podíamos medirnos con cualquier grupo y no quedarnos relegados a una parecela, de modo que les demostramos que podíamos hacerlo. ¿Queréis estribillos y fundidos? Pues aquí los tenéis.

      Además, era su décimo disco. Había llegado el momento de generar un poco de confusión.

      También era parte del esfuerzo continuo del grupo por salvar la brecha entre artista y público. Al fin y al cabo, sus raíces estaban en el rock proletario, no en composiciones líricas inextricables.

      —Intentábamos demostrar a la gente que «no somos cosmonautas del Planeta Jazz, somos como vosotros» —dijo Watt.

      Pero no solo estaban decididos a desmitificarse, también querían desmitificar el negocio musical convencional. Imitando la forma «mersh» [comercial] a sabiendas de que, a pesar de ello, iban a vender pocos discos, estaban criticando abiertamente las argucias del negocio musical, demostrando que cualquier grupo podía sonar así si tenía suficiente dinero, pero que eso no significaba que fueran buenos. Y, lógicamente, hacer todo lo posible


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