Nuestro grupo podría ser tu vida. Michael AzerradЧитать онлайн книгу.
que nos habíamos propuesto hacer —explica Watt—. Y en cierto sentido es porque teníamos ambiciones pequeñas. No íbamos a ser el mejor grupo, queríamos dar pequeños conciertos, sacar una pequeña revista, tener un sello pequeño. Lo hicimos todo lo bastante pequeño como para poder hacerlo. Y conservamos el trabajo, pagamos el alquiler y nos ganamos la vida. Solo espero que la gente lea sobre nosotros y se dé cuenta de que no éramos un producto prefabricado, que solo éramos tres tipos de San Pedro y que quizá ellos podrían hacer lo mismo.
CAPÍTULO 3 MISSION OF BURMA
MISSION OF BURMA TOCABAN UN TIPO DE POP GUITARRERO, RUIDOSO Y AGRESIVO QUE ESTABA JODIDAMENTE CERCA DE LA PERFECCIÓN, PERO LA MAYORÍA DE VECES PARECÍA QUE ESO NO LE INTERESABA A NADIE. ¿POR QUÉ? PUES BIEN, SUPONGO QUE LA GENTE ES GILIPOLLAS.
BYRON COLEY Y JIMMY JOHNSON,
FORCED EXPOSURE, 1985
El único pecado que cometieron Mission of Burma fue el de calcular mal su momento: por aquel entonces el sistema de apoyo que impulsaría en esa década a los grupos underground prácticamente no existía. Por muy brillantes que fueran Mission of Burma, a nivel nacional había relativamente pocos clubs en los que pudieran tocar, pocas emisoras de radio que pusieran su música, pocas revistas que hablaran de ellos y pocas tiendas donde vendieran sus discos. Y aun así, las pocas redes que existían pudieron sostener al grupo durante algunos años hasta su agridulce final.
La determinación de Mission of Burma a superar todas las dificultades no se perdió en las generaciones de grupos indie que vinieron después. Tampoco su música. Mission of Burma cogió elementos del free jazz, la psicodelia y la música experimental y los inyectó en un punk rock plagado de himnos. Era, en palabras de un crítico, «música de vanguardia con la que podías agitar el puño», un concepto que Sonic Youth llevó hasta mayores cotas comerciales unos pocos años más tarde. Y mientras tanto, grupos como Hüsker Dü y R.E.M. también escuchaban la vigorizante amalgama de fuerza, cerebro y misterio del grupo.
De hecho, el misterio era gran parte de la extraña fascinación de Burma.
—Leyendo entre líneas, hay algo realmente inquietante —dice el batería Peter Prescott—. A veces, no sabías por dónde cogernos. Creo que no hay nada que moleste más a la gente que cuando dicen: «Simplemente, diviérteme. No me lo pongas difícil». No creo que quisiéramos ponerles las cosas difíciles, pero así es cómo salió.
Adoptando el rock de vanguardia de grupos underground de Cleveland como Pere Ubu, la política de arrasa con todo de los post-punks ingleses, la repetición hipnótica de grupos alemanes como Can y Neu! y la propulsión agresiva de los Ramones, Mission of Burma «inventó una nueva forma de gruñir», en palabras del crítico Rob Sheffield, «el sonido con el que los grupos indie norteamericanos se han estado entreteniendo desde entonces».
Clint Conley creció en la próspera población de Darien, Connecticut. Ávido buscador de música, exploró todo, desde el jazz más moderno de Ornette Coleman al proto-punk de New York Dolls. En el otoño de 1977 se trasladó a Boston y allí descubrió un grupo extravagante y cerebral de art rock llamado Moving Parts.
Roger Miller nació y se crió en Ann Arbor, Michigan, justo a tiempo para ver a grupos locales como The Stooges y MC5. Empezó a tocar música rock poco después de que la Invasión Británica alcanzara su cénit —tenía catorce años— y con sus dos hermanos pronto fundó Sproton Layer, un grupo sorprendente que sonaba como Cream con Syd Barrett de cantante. (Más adelante, SST les editó un álbum.) Miller posteriormente exploró el free jazz, luego empezó una diplomatura de Música —estudió piano y composición—, aunque no la acabó.
Cuando vivía en Ann Arbor, Miller había empezado a padecer de tinnitus, un silbido persistente en sus oídos debido a una exposición excesiva al ruido. Se trasladó a Boston a principios de 1978 y, al percatarse de que se había dañado los oídos, decidió abandonar el rock y hacer música con piano preparado y loops de cinta. Pero cuando vio el anuncio de Moving Parts en el que buscaban a alguien que supiera tocar rock y leer música, no pudo resistir la tentación.
En ese momento, todo parecía posible; grupos punk potentes aunque simplistas como los Ramones, Dead Boys y Sex Pistols habían apartado todo aquello que en el rock resultaba inútil y abierto un camino para incontables grupos nuevos.
—Sabía que sería mi última oportunidad de formar parte de una revolución —explica Miller—. En los 70, no podías hacer nada porque no había ninguna revolución. Pero en la época inmediatamente posterior al punk, de repente todo estaba completamente abierto.
Miller se unió a Moving Parts ese marzo, pero el grupo no duró mucho. Eric Lindgren, el teclista, escribía música compleja, mientras que Miller y Conley, aunque eran músicos consumados, se dieron cuenta de que preferían el simple placer de aporrear un mi al máximo de volumen. También se llevaban bien en el plano personal. La buena sintonía empezó cuando Miller llegó a la prueba con Moving Parts y, al oír a los Ramones en el radiocasete, empezó a bailar al estilo punk.
—Y entonces Clint salió de la cocina y también estaba bailando —cuenta Miller—. En ese momento lo supe: «Esto mola, me voy a entender bien con este tipo».
Con ese pelo largo, la gorra, los cigarrillos de clavo y la típica chaqueta de terciopelo verde botella directamente sacada de los primeros Pink Floyd, Miller se aferraba a sus raíces de los 60, tanto que Conley le puso el mote de «abalorio».
—Era un tipo a quien todo le parecía alucinante, simplemente estaba abierto a todo tipo de ideas —dice Conley de Miller.
Miller y Conley dejaron Moving Parts ese mismo año y empezaron a hacer pruebas a baterías. A menudo, hacían una criba de los candidatos poniendo discos de música «del más allá» como Sun Ra, el recopilatorio no wave No New York y James Brown hasta que «finalmente el tipo se iba», cuenta Miller.
Un día, Peter Prescott pidió hacer una prueba. Se había fogueado con dinosaurios de los 70 como Black Sabbath, Led Zeppelin y Pink Floyd, aunque había visto la luz con Eno, Television y los Ramones. Prescott había tocado en un grupo llamado los Molls, que imitaban a refinados grupos ingleses de los 70 como King Crimson y Roxy Music; el cantante tocaba el fagot. Entonces, Prescott vio a Moving Parts.
—Me gustaron —explica Prescott—. Pero me encantaron Clint y Roger. Había algo en ellos que era… muy absorbente.
El sentimiento fue mutuo.
—Tocaba de forma extraordinaria —explica Conley de Prescott—. Tocaba ritmos invertidos.
Probaron tres veces al antiguo batería de los Molls antes de pedirle que se uniera a ellos en febrero de 1979.
El trío estuvo sin nombre hasta que un día Conley, mientras paseaba por el barrio diplomático de Nueva York, vio una placa en un edificio que decía: «Mission of Burma». A Conley le gustó:
—Era un poco turbio e inquietante —confiesa.
El primer concierto de Mission of Burma fue el 1 de abril de 1979 en el Modern Theatre de Boston, una vieja sala de cine decrépita y maloliente. En el concierto solo tocaron grupos debutantes: los hipsters de Boston respaldaban mucho a los grupos de la ciudad y la sala estaba razonablemente llena.
En algún momento de ese verano, Martin Swope empezó su relación con el grupo. Swope, un tipo que se autodescribía como «un tío retraído», era una persona muy cerebral, de complexión delgada y aspecto de empollón.
—Siempre resultaba complicado imaginárselo como un tipo muy físico con un instrumento encima del escenario —explica Prescott—. Pero le gustaba hacer ruido.
Swope había conocido a Miller en Ann Arbor; influenciados por compositores vanguardistas como John Cage y Karlheinz Stockhausen, habían coescrito algunas composiciones para piano y loops de cinta. Swope había salido de Boston y se había mudado con Miller y Conley aproximadamente en la época en la que se había formado Mission of Burma. Un día Miller se presentó