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Los Obsidianos. Морган РайсЧитать онлайн книгу.

Los Obsidianos - Морган Райс


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para él? ¿Por qué David?

      Echó un vistazo, con el pelo volando delante de su cara, al chico que el Profesor Amatista había mandado con él a esta misión.

      —¿Por qué funcionó para ti? —preguntó Oliver por encima del rugido del viento.

      —Porque —respondió Davis gritando— imaginé que si el portal solo te lleva a donde tienes que ir con intenciones puras, quizá la puerta del portal solo se abre para alguien con la intención pura de abrirla. Tú estás completamente centrado en Ester, en el destino. Pero mi concentración está en ayudarte en cualquier cosa que deba. Así que mi intención pura era abrirte la puerta.

      Sus palabras impactaron profundamente a Oliver. ¿Así que la única intención de David en esta misión era ayudarle? Su habilidad para abrir la puerta había demostrado su lealtad. Por eso el Profesor Amatista lo había mandado.

      —Ahora te toca a ti, Oliver —dijo Hazel—. Te toca demostrar tus verdaderas intenciones.

      Oliver lo entendió. La motivación entró rápidamente en sus venas mientras cogía de nuevo el amuleto y se concentraba en Ester durmiendo dentro. El corazón le dio una sacudida.

      El viento daba vueltas.

      Miró de nuevo a sus amigos.

      —Allá vamos.

      Saltaron.

      CAPÍTULO CUATRO

      Chris estaba en el campo fangoso en la sombra de la Escuela Obsidiana de Videntes. Estaba cubierto de barro hasta la cintura. La lluvia caía sobre él de forma torrencial.

      —Otra vez —exigió el Coronel Caín. Sus inquietantes ojos azules destellaban.

      Chris apretó los dientes. Estaba agotado. Había estado dando vueltas corriendo durante lo que parecían horas. Pero entonces recordó su misión –matar a Oliver- y su motivación regresó.

      Su riguroso entrenamiento para el combate había empezado de inmediato. Y mientras, por una parte, estaba emocionado por ser el único vidente que existía en poseer el poder de la materia oscura, los entrenamientos de buena mañana le estaban destrozando el entusiasmo.

      Chris siempre había sido un chico fornido –prefería picotear que hacer deporte- y todas las horas corriendo en el barro y la lluvia mientras le vociferaban órdenes a la cara le estaban agotando. Y, aún así, a pesar de todas las dificultades, su motivación no hacía más que crecer. Mataría a Oliver. En la próxima misión, no lo dejaría escapar.

      Empezó a correr de nuevo, su pecho se movía agitadamente. Tenía un fuerte dolor en el costado, pero lo ignoró y continuó. Por el rabillo del ojo veía que el Coronel Caín lo estaba observando, sus ojos azules brillaban incluso a través de la lluvia torrencial.

      Justo entonces, avistó una silueta que estaba en una de las ventanas de los dormitorios de la Escuela de los Obsidianos. Supo de inmediato que era Malcolm Malice. Sonrió con satisfacción, lleno de orgullo de que Malcolm le estuviera observando. Sabía que Malcolm estaba celoso de sus poderes y de la atención especial que estaba recibiendo. A Malcolm le hubiera encantado que le entrenara el ejército oscuro. Todavía estaba resentido por su misión fallida y por caer en desgracia a ojos de la Señorita Obsidiana.

      Mientras corría, resbalando y patinando sobre la hierba embarrada, Chris recordó de nuevo aquel momento a orillas del Río Támesis en el que tuvo cogido el tobillo de Oliver con la mano durante un instante y, a continuación, lo había perdido de repente y Oliver había desaparecido a través del portal. Chris estaba decidido a no permitir que eso volviera a suceder. La próxima vez que se encontrara cara a cara con Oliver, acabaría con él. Entonces conseguiría todo el prestigio de todos los Obsidianos y Malcolm Malice se quedaría sin nada.

      Chris se percató de que el cielo estaba oscureciendo. Giró la esquina y volvió corriendo hacia el Coronel Caín. Había estado entrenando desde el amanecer, sin parar ni para comer. El coronel era como un sargento instructor. Pero no importaba lo duro que fuera el entrenamiento, Chris nunca se quejaba. Incluso ahora, que su respiración consistía en jadeos intensos y roncos, no dejaría que el hombre viera el dolor en su cara. El Coronel Caín era duro, sí, pero era admirable. Chris lo respetaba de un modo que nunca lo había hecho con su padre.

      Llegó hasta el Coronel Caín. A través de la túnica oscura del hombre, Chris veía que miraba hacia abajo detenidamente con los ojos sobrenaturales y brillantes de un vidente canalla.

      El Coronel Caín apretó el botón de arriba de su cronómetro.

      —¿Qué tal lo hice? —preguntó Chris.

      —Estás yendo más lento —fue la respuesta del coronel, con una voz imponente y estruendosa.

      —Tengo hambre —respondió Chris, colocando las manos sobre sus rollizas caderas—. ¿Cuándo vamos a parar para comer?

      El coronel entrecerró sus brillantes ojos azules. Parecía furioso.

      —Tienes el poder de la materia oscura en tu interior, Christopher —dijo bruscamente—. No deberías tener ninguna necesidad. El poder que la Señorita Obsidiana te otorgó es la envidia de todo soldado oscuro del universo.

      Entre las punzadas de hambre, Chris sintió una ola de orgullo.

      —Ven aquí —dijo el Coronel Caín, haciendo un gesto a Chris.

      Chris se acercó cauteloso, resbalando un poco sobre la tierra embarrada.

      —Levanta las manos —dijo el coronel.

      Chris hizo lo que le habían ordenado.

      —¿Sabes el poder que contienen? —preguntó el coronel.

      Chris asintió.

      —Puedo lanzar chorros de ácido con ellas —dijo con orgullo, recordando cómo había destrozado las valiosas obras de arte de Newton en Inglaterra en los años 1690.

      —Puedes hacer mucho más que eso —dijo el coronel.

      Cogió las manos de Chris por las muñecas. Su agarre era firme. Sus dedos eran como garras, protuberantes y largos, casi inhumanos.

      —Concentra tu mente —exigió el coronel—. Accede a tus poderes oscuros. Después usa ese poder para derretir el tejido de las dimensiones.

      —Debe de estar gastándome una broma —murmuró Chris.

      —Yo no gasto bromas —respondió el coronel.

      Chris había descubierto el tejido dimensional cuando la Señorita Obsidiana había llamado al ejército oscuro para que los ayudaran en la última misión. Había usado un sofisticado cuchillo para hacerlo. Pero ¿se esperaba que Chris lo hiciera solo con sus manos?

      El coronel lo estaba mirando con insistencia. Chris respiró profundamente y dejó que su mente encontrara aquel lugar meditativo en el que la realidad empezaba a difuminarse.

      Cada vez que accedía a sus poderes era emocionante para Chris, pues cada vez que los encontraba en su interior podía ver que habían crecido. Sus poderes estaban situados como una enorme roca volcánica ardiente, justo en el centro de su barriga. Incluso desde el poco tiempo que había estado entrenando con el coronel notaba lo mucho más grandes que eran, lo mucho más que deseaban ser utilizados. Era como si fueran algo extraño para él, un alienígena que residía dentro de su cuerpo, que le daba la clase de poder con el que la gente solo soñaba.

      Buscó en su interior y empezó a tirar de sus poderes hasta llevarlos a sus brazos. Sintió que el calor se deslizaba por sus antebrazos extendidos y hasta sus muñecas, que el Coronel Caín todavía agarraba con fuerza. Entonces notó que se filtraba hasta sus manos, calentando su piel hasta una temperatura abrasadora. Finalmente, lo expulsó, proyectando la imagen que había creado en su mente del tejido derritiéndose y convirtiéndolo a la fuerza en una realidad.

      Al hacerlo, se dio cuenta de que el ambiente


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