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El lado perdido . Sally GreenЧитать онлайн книгу.

El lado perdido  - Sally  Green


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una niña pequeña.

      —Pronto llegaremos al campamento de la Alianza.

      —¿De verdad? —se reanima, pero luego me mira con suspicacia—. ¿Pronto, una hora, o pronto, un día?

      —A mi paso, una hora. Al tuyo, podrían ser tres días.

      Deja caer sus hombros un poco, y dice:

      —Gracias, Freddie. Por traerme hasta aquí, quiero decir. Sé que podrías haberme dejado atrás.

      Tomo un poco de agua y se la paso, mientras digo:

      —Calla y bebe.

      —Freddie, yo… —dice, y da unos sorbos.

      —¿Puedes dejar de llamar Freddie, joder?

      Sonríe brevemente.

      —Claro. En realidad no te va bien ese nombre. Definitivamente no pareces ser para nada un Freddie —vuelve a beber, y luego agrega callada y cautelosamente—: aunque eligieras un mejor nombre, creo que sabría quién eres. Eres muy famoso, sabes. Estaba siendo honesta. Me alegra haberte conocido y de verdad estoy agradecida… Nathan.

      —Sí, sí.

      Niega con la cabeza.

      —Eres famoso por ser el hijo de Marcus. Por ser un Código Medio. Por ser malvado… maligno. Completamente despreciable.

      —¿Estás tratando de sacarme de mis casillas?

      —Estoy tratando de hablar contigo —y muestra una leve sonrisa.

      —Pues no me agrada hablar. Pero sí, sobre todo soy despreciable. A veces soy maligno. Y a veces hago cosas malas. Tu trabajo es asegurarte de que no desee hacerlas en ti. Así que sugiero que te calles y empieces a moverte.

      —Prefieres ser despreciable, ¿no? Es más fácil para ti.

      —Mi padre te habría degollado en el campamento. Los Cazadores te habrían llevado de regreso con los Brujos Blancos quienes te torturarían hasta la muerte.

      —¿Así que ahora me estás diciendo que tú eres el bueno?

      —Y no lo olvides.

      —No lo haré. Estoy de acuerdo; me rescataste y te lo agradezco. Pero ser despreciable te queda bien.

      —Todavía guardo la mordaza, no lo olvides. Creo que te quedaba bien.

      Sorprendentemente se ríe con eso y dice:

      —Ya ves, me refiero justo a eso. Te encanta ser despreciable.

      —Ahórrate el aliento para tus bufidos. Vámonos.

      Tiro de ella para que se ponga de pie y partimos.

      DE VUELTA EN EL CAMPAMENTO

      Está oscuro y lluvioso cuando nos acercamos al Campamento Tres. Hay una guardia más adelante y mientras me acerco grito:

      —Soy yo, Nathan. La contraseña es “Cinturón de Orión”.

      Sale un disparo y repica contra un árbol cercano a mi costado izquierdo.

      Empujo a Donna al suelo y ruedo a mi derecha. Me vuelvo invisible y corro contra la guardia, la desarmo y luego la derribo. Trata de levantarse y golpeo su cara con la culata de la pistola, de modo que cae para atrás, la sangre le brota de la nariz.

      Jadeo con fuerza y ya no estoy invisible. La chica levanta la mirada. Es una de las aprendices.

      Greatorex se acerca corriendo, me apunta con una pistola, mientras les grita a sus guardias:

      —¡Repórtense!

      Aparece otra aprendiz a mi derecha, una tercera a mi izquierda. Todas me encañonan. Mantengo mi pistola enfilada a la chica que está en el suelo, quien ahora, a pesar de la nariz rota, grita:

      —¡Contraseña equivocada! ¡Contraseña equivocada!

      Greatorex avanza hacia mí con la pistola aún dirigida a mi cabeza.

      —¿Cuál es la contraseña? —pregunta.

      —No lo sé. La habéis cambiado y nadie me ha avisado.

      —¿Y entonces por qué has atacado a mi guardia?

      —¡Me disparó!

      —A menos que puedas demostrar realmente que eres Nathan, tendré que dispararte.

      —¿Quieres que me vuelva invisible, que lance rayos, exhale llamas y aniquile a todos? ¿Sería suficiente prueba para ti?

      Gabriel llega corriendo, contempla la situación y pregunta:

      —¿Qué sucede?

      Greatorex se lo explica.

      —Esta persona dice que es Nathan. Pero podría ser un impostor.

      —Vete a la mierda, Greatorex.

      No puedo creer que hable en serio, pero aún tiene la pistola sobre mí.

      —Maldice como Nathan, pero cualquier iletrado imbécil puede hacerlo —dice Gabriel.

      Ahora lo insulto, sin estar seguro de si bromea o no.

      —Dile que soy yo, Gabriel.

      Se acerca a mí, pone la mano en mi pecho y me mira a los ojos, mientras dice:

      —Pero ¿eres tú?

      Luego se acerca aún más, pega su cuerpo contra el mío y aproxima su boca a mi oreja; siento su aliento mientras susurra:

      —Has estado fuera mucho tiempo. ¿Acaso estabas perdido?

      Me vuelvo hacia él, mis labios rozan su cabello mientras mascullo:

      —Me dejaron jodidamente herido, me perdí por el puto bosque y escalé el Eiger de mierda.

      —Algo así, pero no es del todo exacto…

      —Trato de atenerme a la intención original, más que a la literalidad de las palabras.

      Gabriel se gira hacia Greatorex, mientras dice:

      —Es él. Pero siéntete con libertad de dispararle de todos modos.

      —Tentador —contesta Greatorex, sin embargo baja la pistola.

      La chica que está a mis pies intenta levantarse pero la empujo con mi bota.

      —Puedes quedarte quieta, me podrías haber matado.

      —Tú eres el que se ha equivocado de contraseña, Nathan. Ella estaba haciendo su trabajo —dice Greatorex acercándose.

      Empujo la pistola en dirección a las manos de Greatorex y digo:

      —Pues ordénale que apunte contra la que está allá —me vuelvo para señalar a Donna, quien camina hacia nosotros con una sonrisa nerviosa en el rostro y las manos atadas detrás de la espalda—. La encontré en un campamento de Cazadores, atada, y dice que quiere unirse a la Alianza. Podría ser una infiltrada o una espía. De todos modos, lidia con ella. Yo quiero comer y dormir un poco.

      —¡Espera! ¿Estuviste en un campamento de Cazadores? ¿Dónde?

      —A dos días de distancia.

      —Te rastrearán.

      —Todos están muertos pero sí, vendrán más.

      Greatorex no maldice, aunque estoy seguro de que quiere hacerlo. Ordena a gritos a sus aprendices que revisen mi rastro y luego se dirige hacia Donna, mientras camino con Gabriel al campamento.

      Necesito relajarme pero mientras entramos en el campamento me vuelvo a poner tenso. El refugio está organizado en filas de tiendas de campaña, a cada lado hay aprendices en pie, pistola en mano, que me observan fijamente. Camino despacio, Gabriel se acerca y dice:

      —Escucharon disparos. Por eso están


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