Novelas completas. Jane AustenЧитать онлайн книгу.
el mal rato de rechazarle si se hubiera comportado de una manera más noble.
Elizabeth se dio cuenta de que estaba a punto de interrumpirla, pero pasó por alto y continuó:
—Usted no habría podido ofrecerme su mano de ninguna forma que me hubiese tentado a aceptarla.
De nuevo su sorpresa era lógica. La miró con una expresión de incredulidad y humillación a la vez, y ella continuó manifestando:
—Desde el principio, casi desde el primer instante en que le conocí, sus modales me convencieron de su soberbia, de su petulancia y de su egoísta desprecio hacia los sentimientos ajenos; me disgustaron de tal manera que hicieron nacer en mí el rechazo que los sucesos posteriores convirtieron en firme desagrado; y no hacía un mes todavía que le conocía cuando me di cuenta que usted sería el último hombre en la tierra con el que podría casarme.
—Ha dicho usted suficiente, señorita. Comprendo perfectamente sus sentimientos y solo me queda avergonzarme de los míos. Perdone por haberle hecho perder tanto tiempo, y acepte mis buenos propósitos de salud y felicidad.
Dicho esto salió rápidamente de la habitación, y Elizabeth le oyó enseguida abrir la puerta de la entrada y marchar de la casa con prisa.
La confusión de su mente le hacía sufrir intensamente. No podía aguantarse de pie y tuvo que sentarse porque las piernas la traicionaban. Lloró durante media hora. Su perplejidad al recordar lo ocurrido se agrandaba cada vez más. Haber recibido una proposición de matrimonio de Darcy que había estado enamorado de ella durante tantos meses, y tan enamorado que quería casarse a pesar de todas las objeciones que le habían llevado a impedir que su amigo se casara con Jane, y que debieron pasar con igual fuerza en su propio caso, resultaba increíble. Le era grato haber inspirado un afecto tan apasionado. Pero el orgullo, su horrible orgullo, su desvergonzada confesión de lo que había hecho con Jane, su injustificable descaro al reconocerlo sin ni tan solo tratar de disculparse, y la insensibilidad con que se había referido de Wickham a pesar de no haber negado su crueldad para con él, no tardaron en prevalecer sobre la compasión que había sentido al pensar en su amor.
Continuó inmersa en sus convulsos pensamientos, hasta que el ruido del carruaje de lady Catherine le hizo darse cuenta de que no estaba en condiciones de encontrarse con Charlotte, y subió rápidamente a su alcoba.
Capítulo XXXV
Elizabeth se despertó a la mañana siguiente con los mismos pensamientos y elucubraciones con que se había dormido. No conseguía reponerse de la sorpresa de lo sucedido; le era imposible pensar en otra cosa. Incapaz de obrar, en cuanto tomó el desayuno decidió salir a gozar del aire fresco y a hacer ejercicio. Se dirigía directamente hacia su paseo favorito, cuando recordó que Darcy iba alguna vez por allí; se detuvo y en lugar de entrar en la finca tomó otra senda en dirección opuesta a la calle donde estaba la barrera de portazgo22, y que estaba todavía limitada por la empalizada de Rosings, y pronto pasó por delante de una de las portillas que facilitaba el acceso a la finca.
Después de pasear dos o tres veces a lo largo de aquella parte del camino, le entró ganas, en vista de lo preciosa que estaba la mañana, de pararse en las portillas y contemplar la finca. Las cinco semanas que llevaba en Kent había cambiado mucho la campiña, y cada día brotaban más lozanos los árboles tempranos. Se disponía a seguir su paseo, cuando percibió a un caballero en la alameda que bordeaba la finca; el caballero caminaba en dirección a ella, y Elizabeth, temiendo que fuese Darcy, retrocedió súbitamente. Pero la persona, que se adelantaba, estaba ya lo suficientemente cerca para verla; siguió andando muy rápido y pronunció su nombre. Ella se había vuelto, pero al escuchar aquella voz en la que reconoció a Darcy, siguió en dirección a la puerta. El caballero la alcanzó y, dándole una carta que ella tomó instintivamente, le dijo con una mirada de orgullo:
—He estado paseando por la alameda durante un rato esperando encontrarla. ¿Me concederá el honor de leer esta carta?
Acto seguido, con una ligera inclinación, se encaminó de nuevo hacia los plantíos y se perdió de vista enseguida.
Sin aguardar nada placentero, pero con gran curiosidad, Elizabeth abrió la carta, y su asombro fue en aumento al ver que el sobre contenía dos pliegos completamente escritos con una letra muy menuda. Incluso el sobre estaba escrito. Prosiguiendo su paseo por el camino, la empezó a leer. Estaba fechada en Rosings a las ocho de la mañana y decía lo siguiente:
«No se asuste, señorita, al recibir esta carta, ni piense que voy a repetir en ella mis sentimientos o a renovar las proposiciones que tanto le agraviaron anoche. Escribo sin ninguna intención de herirla ni de humillarme yo insistiendo en unos deseos que, para la felicidad de ambos, no pueden olvidarse tan deprisa; el esfuerzo de redactar y de leer esta carta podía haber sido evitado si mi forma de ser no me conminase a escribirla y a que usted la lea. Por lo tanto, perdóneme que tome la osadía de solicitar su atención; aunque ya sé que habrá de concedérmela de mal talante, se lo ruego en justicia.
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