La conquista de la actualidad. Steven JohnsonЧитать онлайн книгу.
y manipulamos en placas de circuitos hechas de fibra de vidrio; las transmitimos alrededor del mundo a través de cables de vidrio, y las disfrutamos en pantallas hechas de vidrio. El óxido de silicio está presente durante toda la cadena.
Es fácil burlarnos de nuestra afición por tomarnos selfis, pero lo cierto es que existe una larga y reconocida tradición detrás de esta forma de autoexpresión. Algunas de las obras de arte más famosas del Renacimiento y comienzos del modernismo son autorretratos: desde Durero hasta Leonardo, Rembrandt y Van Gogh con la oreja vendada, los pintores han estado obsesionados con capturar en el lienzo una gran variedad de imágenes detalladas de ellos mismos. Por ejemplo, Rembrandt pintó cerca de cuarenta autorretratos en el transcurso de su vida. Pero lo más interesante respecto de este arte es que no existía realmente como una convención artística en Europa antes del siglo xv. Hasta entonces, las personas pintaban paisajes, escenas de la realeza, arte religioso y miles de otros temas diferentes. Pero no se pintaban a sí mismas.
La explosión del interés por el autorretrato fue el resultado directo de otro avance tecnológico vinculado a nuestra capacidad de manipular el vidrio. En Murano, los vidrieros habían descubierto la forma de combinar los vidrios transparentes con una nueva innovación en el sector metalúrgico: cubrían el dorso del vidrio con una amalgama de estaño y mercurio para crear una superficie brillante y muy reflectante. Por primera vez, los espejos se volvieron parte de la vida cotidiana. Esta fue una revelación en los niveles más íntimos: antes del surgimiento de los espejos, el común de las personas vivía la vida sin ver jamás una representación exacta de su rostro y solo veían algunas ojeadas fragmentarias y distorsionadas en el agua o en metales pulidos.
Las Meninas por Diego Rodríguez de Silva y Velázquez.
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Los espejos parecían un invento tan mágico que rápidamente se incorporaron en algunos de los más extraños rituales sagrados. Durante los peregrinajes religiosos, era común que los peregrinos más adinerados llevaran un espejo. Al visitar reliquias sagradas, se ubicaban de forma tal que pudieran ver los huesos en el reflejo del espejo. Al volver a su hogar, les mostraban estos espejos a sus amigos y familiares, presumiendo que tenían una evidencia física de dicha reliquia, ya que habían capturado el reflejo de este escenario sagrado. De hecho, antes de dedicarse a la imprenta, Gutenberg había tenido la idea de fabricar y vender pequeños espejos para que los peregrinos llevaran en sus viajes. No obstante, el impacto más significativo del espejo no sería sagrado, sino secular. Filippo Brunelleschi utilizó un espejo para inventar la perspectiva lineal en la pintura, dibujando el reflejo del Baptisterio de San Juan en lugar de su percepción directa. El arte del Renacimiento tardío está repleto de espejos en los cuadros; el más famoso quizá sea la obra maestra invertida de Diego Velázquez, Las Meninas, que muestra al artista (y a la familia real extendida) durante la sesión de pintura del retrato del rey Felipe iv y la reina Mariana de España. Toda la imagen está capturada desde el punto de vista de dos personas de la realeza que esperan por su retrato; es literalmente una pintura sobre el acto de pintar. El rey y la reina solo pueden verse en un fragmento del lienzo, a la derecha de Velázquez: dos pequeñas imágenes borrosas reflejadas en un espejo ubicado al fondo.
Como herramienta, el espejo se convierte en un activo invaluable para los pintores que ahora podían capturar el mundo a su alrededor de una forma mucho más realista, incluso los intrincados detalles de sus propios rostros. En sus notas, Leonardo da Vinci observó lo siguiente (usando espejos, naturalmente, para escribir en su legendaria escritura especular):
Cuando queramos ver si el efecto general de nuestro cuadro se corresponde con el objeto representado por naturaleza, debemos colocar delante un espejo para que refleje el verdadero objeto y luego cotejar este reflejo con el cuadro, y considerar con atención si el objeto de las dos imágenes está en conformidad con ambas, analizando especialmente el espejo. El espejo debe tomarse como una guía.
El historiador Alan MacFarlane escribe acerca del papel del vidrio para moldear la visión artística: “Es como si todos los hombres tuvieran una suerte de miopía sistemática, que hiciera imposible ver y, especialmente, representar el mundo natural con precisión y claridad. Normalmente, los hombres ven la naturaleza de forma simbólica, como un conjunto de signos [...] Lo que el vidrio hizo, irónicamente, fue quitar o compensar el cristal oscuro de la visión humana y las distorsiones de la mente, y así dejar entrar más luz”.
En el preciso momento en que la lente de vidrio nos permitía extender nuestra visión hacia las estrellas o hacia las células microscópicas, los espejos nos permitían ver nuestro reflejo por primera vez. Esto impulsó una reorientación de la sociedad que fue más útil, pero no menos transformativa, que la reubicación de nuestro lugar en el universo suscitada a raíz del telescopio. “El príncipe más poderoso del mundo creó un amplio salón de espejos, y los espejos se difundieron de una sala a la otra en el hogar burgués”, escribe Lewis Mumford en Técnica y civilización. “La autoconciencia, la introspección, la conversación con el espejo se desarrollan con este nuevo objeto”. Las convenciones sociales, así como los derechos de propiedad y otros asuntos legales, comenzaron a girar en torno al individuo en lugar de en torno a las viejas unidades colectivas: la familia, la tribu, la ciudad, el reino. La gente comenzó a escribir acerca de su vida interior con mayor escrutinio. Mientras Hamlet reflexiona en el escenario, surge la novela como la forma de narración predominante, reflejando la vida interior de sus protagonistas con una profundidad sin precedentes. Adentrarse en una novela, en especial en una narración en primera persona, era una especie de truco de salón conceptual: nos permitía nadar a través de la consciencia, los pensamientos y las emociones de otras personas, de una forma más efectiva que cualquier otra expresión estética inventada hasta el momento. En cierto sentido, la novela psicológica es el tipo de historia que queremos escuchar una vez que hemos pasado horas y horas de nuestra vida mirándonos al espejo.
¿Qué tanto de esta trasformación le debemos al vidrio? Hay dos realidades que no pueden negarse: el espejo desempeñó un papel clave para permitir a los artistas pintarse a sí mismos e inventar la perspectiva como un dispositivo formal y, poco después, se produjo un cambio trascendental en la consciencia de los europeos que los orientó de una forma diferente, un cambio que se propagaría por todo el mundo (y que aún se está propagando). Sin duda, muchas fuerzas convergieron para que esta transición fuera posible: nuestra cosmovisión egocéntrica era acorde a las primeras etapas del capitalismo moderno que prosperaba en lugares como Venecia y Holanda (hogar de algunos maestros de la introspección artística, como Durero y Rembrandt). Asimismo, estas fuerzas se complementaron entre sí: los espejos fueron los primeros accesorios de alta tecnología para el hogar y, una vez que comenzamos a mirarnos al espejo, empezamos a vernos de manera diferente, en formas que impulsaban los sistemas de mercado que luego nos venderían aún más espejos. El espejo no impulsó el Renacimiento, pero quedó inmerso en un ciclo de retroalimentación positivo junto a otras fuerzas sociales, y su capacidad inusual de reflejar la luz permitió consolidar estas fuerzas. Esto es lo que nos permite ver la perspectiva del historiador robot: la tecnología no es la única causa de una transformación cultural como el Renacimiento, pero sí es tan importante para la historia como los hombres visionarios a los que solemos celebrar convencionalmente.
MacFarlane describe de forma muy ingeniosa este tipo de relación causal. El espejo no “fuerza” el desarrollo del Renacimiento, pero “permite” que se desarrolle. La elaborada estrategia reproductiva de los polinizadores no forzó al colibrí a evolucionar su espectacular aerodinámica, pero creó las condiciones que le permitieron al colibrí aprovechar los azúcares gratuitos de la flor evolucionando este rasgo tan distintivo. El hecho de que el colibrí sea una especie única en el reino aviario sugiere que, si las flores no hubieran evolucionado su baile simbiótico con los insectos, las habilidades de vuelo del colibrí nunca se hubieran desarrollado. Es fácil imaginar un mundo con flores, pero sin colibríes. Pero es mucho más difícil imaginar un mundo sin flores, pero con colibríes.
Lo mismo se aplica a los avances tecnológicos como el espejo. Sin la tecnología que permitió al hombre ver un claro reflejo de la realidad –incluso su propio rostro–,