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Democracia envenenada. Bernhard MohrЧитать онлайн книгу.

Democracia envenenada - Bernhard Mohr


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años representan entre el 61% y 70% de la población. Los niveles de aprobación de Putin superan muchísimo a los de otros jefes de estado. En febrero de 2015, por ejemplo, 46% de los estadounidenses opinaba que Barack Obama hacía un buen trabajo; 41% de los británicos opinaba lo mismo de David Cameron; solo el 24% de los franceses apoyaba a François Hollande; Angela Merkel, quien durante mucho tiempo se ha posicionado como la figura política más popular y respetada de Europa, tenía un apoyo de 64%. ¿Y cuál era el porcentaje de los rusos que apoyaba a Putin durante ese mismo periodo de tiempo?: 86%.

      Pero ¿son creíbles las mediciones que hace el centro sociológico ruso Levadatas? La historia de este centro se remonta a finales de los años ochenta, cuando la socióloga Tatiana Zaslávskaya (1927–2013) fundó el Centro Ruso de Estudios de Opinión Pública (VTsIOM). En 2003 el Gobierno intentó tomar el control de VTsIOM con la incorporación en la junta directiva de fichas de la administración presidencial. Como resultado, todos los empleados renunciaron y establecieron un nuevo centro de investigaciones, al que llamaron «Yuri Levada» (1930-2006), en honor a quien fue el director de VTsIOM durante muchos años. Después de que Zaslávskaya y Levada fallecieron, el Centro Levada ha sido dirigido por Lev Gudkov (1946–), quien, al igual que sus antecesores, ha tratado de mantener a raya las pretensiones del gobierno. Cuando en el otoño de 2016, justo antes de las elecciones de la Duma Estatal, el Centro publicó una investigación que mostraba una clara caída del apoyo a «Rusia Unida» (el partido que en ese momento detentaba el poder), el Ministerio de Justicia decidió incluir al Centro Levada en la lista de «agentes extranjeros». Todos estos intentos de censurar las actividades de Levada como lo hicieron con su antecesor, sugieren que los resultados en las encuestas de Putin, en todo caso, se han dado de manera objetiva y sin la presión del gobierno.

      Sin embargo, los niveles de aprobación de Putin pudieron haber sido algo elevados debido al método de medición, como lo indicó Kirill Rogov, miembro de la junta directiva de Levada, en una conferencia que llevó por nombre «La opinión de la gente en Rusia: hechos y malentendidos», dictada en diciembre de 2016 en el Instituto de Noruego de Política Exterior (nupi) en Oslo. Además, quienes son más críticos ante el gobierno generalmente suelen negarse a responder las encuestas, algo que sí hacen quienes apoyan a Putin. En consecuencia, los partidarios de Putin representan la mayoría de la muestra seleccionada. No obstante, la conclusión de Rogov fue clara: el pueblo ruso apoya a Vladimir Putin de forma real y masiva. Incluso cuando se corrigieron aspectos metodológicos, Putin siguió estando muy por delante en las encuestas de opinión con respecto a la mayoría de los líderes occidentales.

      Putin contaba en muchos sentidos con un buen punto de partida que lo hizo más popular que sus antecesores. Cuando fue nombrado en el cargo de primer ministro, la economía rusa había tocado fondo, y al mismo tiempo el caos político había alcanzado su punto más alto. Como se mencionó anteriormente, la clase media rusa experimentó una disminución de los ingresos y del poder adquisitivo durante la década de mil novecientos noventa, y un desempleo alto y persistente. La crisis del rublo y los muchos cambios de ministros demostraron a la mayoría de la gente que Yeltsin ya no estaba en capacidad de manejar el país. «La Rusia de Yeltsin en la primavera de 1999 era una nación traumatizada por la pobreza y el crimen», escribió el periodista estadounidense y experto en Rusia, David Satter. Cuando en el otoño de 1999 VTsIOM le preguntó a la gente qué era lo que caracterizaba la situación política en Rusia, el 63% respondió que había «un aumento de la anarquía», mientras que solo el 9% dijo que había «una consolidación democrática». Una mayoría quería que desapareciera la economía de mercado y se retornara a la de economía de planificación estatal.

      Uno de los primeros desafíos de Putin como primer ministro fue expulsar a los rebeldes chechenos que se habían adherido a la república vecina, Daguestán, en julio de 1999. La misión culminó a finales de agosto, pero Rusia fue objeto de algunos de los ataques terroristas más terribles de la época postsoviética. Entre el 4 y el 16 de septiembre de 1999, cuatro bloques de vivienda —dos en Moscú, uno en Buynaksk (Daguestán) y uno en Volgodonsk (en la región de Rostov) fueron destrozados—. Trecientas siete personas perdieron la vida, muchas de ellas mientras dormían. En tanto que el temor de la población se esparcía, las autoridades informan, según sus investigaciones, que detrás de los atentados había un supuesto «rastro checheno». Más adelante, Ibn Al-Khattab, un líder militar checheno originario de Arabia Saudita, fue señalado como el principal responsable de los atentados.

      Varios de quienes han investigado los ataques, entre ellos los periodistas Masha Gessen y David Satter, concluyeron que los responsables no eran chechenos, sino que todo apuntaba a que las propias autoridades rusas eran las culpables. Los investigadores consideraban que Yeltsin y su círculo («la familia») tenían tanto temor por su seguridad que se vieron obligados a generar la ilusión de que Rusia estaba bajo ataque, con el fin de propiciar una nueva guerra en Chechenia, lo que ayudaría a aumentar la popularidad del sucesor de Yeltsin, Vladimir Putin. Un singular suceso acaecido el 22 de septiembre al sur de Moscú, en el pueblo Riazán, seis días después de la cuarta bomba, corrobora aún más esta hipótesis. A altas horas de la noche, los habitantes del lugar vieron a dos hombres y una mujer que abandonaron unos bultos sospechosos en el sótano de un gran bloque de vivienda. Cuando la policía local fue alertada, revelaron que los sacos estaban llenos de hexógeno, explosivos militares que se habían utilizado en los otros atentados. También encontraron un detonador y un temporizador. La policía, la oficina local del fsb y el Ministerio del Interior de Rusia salieron rápidamente a felicitar a quienes alertaron a las fuerzas públicas, bajo el precepto de que estos ciudadanos habían evitado un ataque terrorista.

      Cuando los tres sospechosos fueron arrestados, resultó que pertenecían a la fsb de Moscú. Nikolái Pátrushev, el hombre que había reemplazado a Putin como jefe de la fsb, expresó que todo había sido un simulacro. El material que había en los sacos era simplemente azúcar. Fue algo que ni la policía local, ni la fsb de Riazán creyeron. Esta situación hizo que muchos medios de comunicación cuestionaran las explicaciones oficiales de las autoridades centrales.

      Otro hecho que respalda la hipótesis de que la fsb u otro órgano de seguridad estatal estaban detrás de los atentados, es que el vocero de la Duma Estatal, Gennadiy Seleznyov, anunció por error la explosión en Volgodonsk tres días antes de que ocurriera: «Este anuncio acaba de llegar. De acuerdo con un reporte de Rostov del Don, un edificio de apartamentos en la ciudad de Volgodonsk estalló anoche», dijo Seleznyov ante los representantes electos. Seleznyov dijo luego que se refería a un ajuste entre pandillas en el mismo sector. Los periodistas Gessen y Satter le dieron importancia al hecho de que el material presentado por las autoridades como prueba de que los chechenos eran culpables, no era suficiente. «Cada vez hay más pruebas que no apuntan contra los supuestos terroristas chechenos, sino más bien contra la dirección del Kremlin y de la fsb», concluyó Satter.

      Independientemente de quién estuvo detrás, la mayoría de la gente apoyó de todo corazón la segunda guerra chechena, que Putin impulsó un día después del hecho ocurrido en Riazán. A la mayoría de la población rusa no le interesaba que los periodistas hicieran preguntas críticas, sino que los responsables recibieran lo suyo. Aunque quizá Putin no haya planeado la guerra, sí era él quien encabezaba el honor de llevarlo a acabo. La operación chechena hizo que Putin pasara de ser «un cero a la izquierda, a un héroe nacional en el transcurso de cuatro meses», escribe la biógrafa de Putin, Katja Gloger. En septiembre, el 4% de los rusos apoyaba a Putin como presidente, en octubre subió a 21%, en noviembre era el 45%. Cuando Yeltsin dimitió en Año Nuevo, Putin estaba kilómetros adelante de los contendientes en las encuestas. El hombre que prácticamente nadie conocía hacía medio año, de un momento a otro se había convertido en el candidato presidencial que la mitad de los rusos preferían.

      Las autoridades, desde ese momento, decidieron controlar con más ahínco la información que salía de Chechenia, lo cual contrastaba con el modo en que se dio información en la primera guerra de 1994-1996, donde los informes de periodistas independientes acerca de oficiales rusos que desertaban y de los atropellos contra la población civil, hicieron que muchos dieran la espalda a Yeltsin. Ahora, con Putin y gracias a ese control de la información, la versión oficialista de los hechos era la que llegaba al hogar de las personas. En la elección de marzo de 2000, Putin obtuvo


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