Ópera Nacional: Así la llamaron 1898 - 1950. Gonzalo CuadraЧитать онлайн книгу.
y artificioso como la ópera— solo existe la mediación a través de la palabra escrita, una opinión sobre la batalla vencida, una jerarquización sobre lo anotado y omitido. Además, que la finalidad misma de este libro es la siguiente: Soy un músico práctico, hago sonar partituras. Primero las leo, en silencio, luego las represento, finalmente quedan sonando en medio de las historias personales de quienes las oyen. Si yo empezara a escribir sobre las óperas chilenas y luego usted lo leyera, estaríamos hablando de un género sonoro sin que suene siquiera la mediación literaria de la que me he valido (salvo que usted tenga la costumbre de leer en voz alta), lo que no desconozco como opción válida, ya que una obra de arte puede existir y análizarse en diversas formas. Pero, ¿cómo le hago creer mi opinión de que la ópera compuesta por chilenos, primero que nada exhibe cierta calidad compositiva y segundo, es un género válido en sí, yendo más allá de la escritura y el análisis? Una antología en versión canto-piano (original en algunos, adaptación de la partitura orquestal en otros) posibilita la difusión y abre la opinión a otros ámbitos.
Buscando la simpleza e inmediatez he seleccionado solo arias, piezas a un canto solista. Por sobre las filiaciones estéticas de nuestros compositores, incluso a pesar de su mayor o menos pericia, fueron compuestas considerando un criterio vocal que estaba al día con las corrientes vocales europeas: es cosa de que el cantante, así como sabe hacerle visitas de cortesía al repertorio europeo que le era contemporáneo a un Acevedo o un Hügel, ahora busque el guante y sombrero que le calce y haga los honores de visitar nuestra lírica del novecientos. Si alguien extraña piezas a dúo, desea cantar un terceto o probar la arquitectura sonora de los concertantes, es cosa de que se acerque a las partituras originales y busque; siempre han estado allí.
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En el último tiempo la ópera chilena histórica ha generado mayor interés. Como caso específico citaría dos conciertos con selección de Lautaro, María, Velleda, Ghismonda, El Corvo, Sayeda y Ardid de amor que dirigí en 2015 y 2017 respectivamente, bajo el alero de la temporada oficial de conciertos del Instituto de Música de la Universidad Alberto Hurtado, que tuvieron entusiasta recepción de público y prensa. Luego mencionaría la microfilmación y digitalización por parte de la Biblioteca Nacional de varias partituras operísticas como cuidado y preservación, justamente luego de diversas conversaciones a lo largo de esta investigación y como despierte de consciencia de su valor. También hay un creciente interés por la lírica histórica nacional de parte de algunos compositores/musicólogos como Miguel Farías (compositor de Talca París y liendres y El Cristo del Elqui) que ha dado como resultado artículos en revistas musicales especializadas. Además se destaca la aventura de la composición y estreno en los últimos años de nuevos títulos músico-escénicos en cantidad como quizá nunca antes (Eduardo Cáceres, Guillermo Eisner, Gustavo Barrientos, Sebastián Errázuriz, Rafael Díaz, Andrés Alcalde, Sebastián de Larraechea y del mismo Miguel Farías, por mencionar a ocho). Finalmente, una obra teatral como “Opera” (2016), de la compañía Antimétodo, investigó y recreó conceptualmente lo que fue el suceso de Lautaro de Ortiz de Zárate.
Algo se está moviendo, nuevamente, luego de ciento tristes años.
Que el cantante intente, que el profesor de canto incluya, que la institución musical se perfile, que los programas de conciertos se reflexionen, que el musicógrafo complemente, que los escritos sobre la historia musical nacional se enfrenten, que el musicólogo corrija, que el periodista sepa, que un auditor enjuicie, que la escena cultural se diversifique; que, vueltas a la vida aunque parcial y momentáneamente, nuestra genealogía lírica suene y se explique.
Introducción |
Santiago de Chile, octubre de 2019
El 20 de mayo de 1900, en la edición octava del primer año de circulación del semanario cultural “Instantáneas”, hay un artículo a página completa referente al compositor Domenico Brescia. Nacido en 1866 en Italia, alumno destacado de compositores como Mercadante, Martucci y Ponchielli, había llegado a nuestro país en 1892, radicándose primero en Concepción y finalmente Santiago en 1898, como prestigioso docente y subdirector del Conservatorio Nacional de Música. El artículo habla de su particular fisonomía, del flamante cargo en el Conservatorio, de su aclimatación a nuestro mundo cultural, sobre todo en aquella faceta de amistades y enemistades, zalamerías y envidias que caracterizaría nuestro mundo musical docto. Enfrentado a todo esto, Brescia, como uno de los grandes en verdad, parecería transitar aquella enrarecida atmósfera sin siquiera ensuciarse los zapatos. El encomioso artículo está firmado por las siglas D.D.U., en las que me atrevería a descubrir a nuestro célebre Diego Dublé Urrutia, colaborador literario de “Instantáneas” desde su primer número y a quien Brescia pusiera en música algunos poemas, como por ejemplo la canción “Cuánto tarda!” Op. 5, N° 2. Este artículo señala que el compositor es el autor de la ópera La Salinara (comenzada en Italia, con libretto de J. Gasparini, y terminada en Concepción) y va acompañado de una caricatura que lo muestra enjuto, en un gesto de exagerado pero buen humorado ademán de director, con varias partituras regadas por el suelo. Conjuntamente con el artículo, la caricatura vendría a complementar la visión de un Brescia humano, algo extravagante, pero diverso, quizá con algún toque de aquella genialidad bien atesorada por el romanticismo1.
El 24 de junio, en la edición Nº 13 de “Instantáneas”, en un artículo de actualidad artística capitalina, se cuenta que el Teatro Municipal finalmente ha dado fecha para el estreno de La Salinara, noticia recibida “…con universal simpatía por todos los que conocen el talento del maestro Brescia y han oído hablar de las bellezas de su obra”2. Y sigue:
La Salinara es un poema lleno de sentimiento y ternura. La música es apasionada, poética, de una factura elegante y correcta á lo Puccini, no decae un instante en toda la obra, y tiene, por el contrario, partes arrebatadoras en que el arranque musical llega al más alto y conmovedor lirismo. Todos los que han oído partes de La Salinara ó han tenido ocasión de estudiar sus méritos, no dudan que la ópera de Brescia tendrá un éxito colosal3.
Días antes del estreno será el mismo Diego Dublé Urrutia quien preparará la traducción al castellano de la ópera, trabajo que será publicado en un diario local con el fin de hacer comprensible los detalles del argumento.
El 14 de octubre, en el Nº 30 de la misma revista (que ahora se llama “Instantáneas de Luz y Sombra”) una reseña firmada por Augusto G. Thomson sobre la actividad teatral de Santiago hace la crítica del esperado estreno de La Salinara. Allí dice:
El primer acto pasa y en buena hora, pesado y algo fúnebre, no obstante celebrarse una boda […] el acto último, por fin, deja en el ánimo del público el convencimiento que la obra no es mala, aunque puede considerarse justicieramente buena. Una ópera escrita en nuestro tristísimo ambiente artístico; tiene bellezas, genialidades, rarezas de mérito ó de defectos que en una primera audición no puede estimarse. Pero en verdad su libreto es desgraciadamente pobrísimo, su argumento ingrato y hasta antipático, deficiencias que gravitan sobre el mérito mismo de la música4.
Ilusiones ópticas: el comentario crítico es nuevamente acompañado de aquella caricatura de Brescia que, ante el talante del texto, parece algo más ridícula, si antes extravagante, ahora definitivamente estrambótica.
Para terminar, en la edición Nº 31 de “Instantáneas de Luz y Sombra” hay una página con seis caricaturas acerca de las óperas que se presentaron en la presente temporada. En cada una está dibujado el mismo espectador y su reacción frente a cada título: Se asombra con la aparición de Mefistófeles en Fausto, aguza el oído para disfrutar de una melodía de Fedora, se refocila con las piernas de las bailarinas en Gioconda, se aterroriza con el asesinato de Desdémona en Otello y, finalmente, se queda dormido con La Salinara sobre la siguiente frase: “Dicen que es sublime”5.
¿Dónde habrán quedado los convencidos augurios de “éxito colosal”, aquel argumento poético “lleno de sentimiento y ternura”? ¿Cómo es que ese entusiasta