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Teoría del conocimiento. Juan Fernando Sellés DauderЧитать онлайн книгу.

Teoría del conocimiento - Juan Fernando Sellés Dauder


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aludida diferencia es el llamado sensible por accidente, es decir, lo que no capta como propio ningún sentido externo. Esa diferencia no es ningún objeto (color, sonido, movimiento, etc.), pues lo que capta directamente el sensorio común no son objetos, sino la distinción de los actos de los sentidos externos. Un acto no es un objeto y no se conoce a modo de objeto. Si la diferencia entre actos no es realidad alguna que inmute o afecte a esta facultad, tampoco es objeto como tal. Si el ‘objeto propio’ de la percepción sensible no es ningún objeto, sino que son los actos de la sensibilidad externa ¿cuál es la especie impresa que afecta a su órgano? La respuesta no puede ser más que esta: ninguna: el sensorio común carece de especie impresa.

      Reparar en esto es conveniente, aunque solo sea para sostener dos afirmaciones y abrir una pregunta:

      a) La realidad sensible no inmuta a la inteligencia, porque ni siquiera inmuta el sensorio común. Por tanto, la inteligencia no se activa por mucho que se intente estimularla con la realidad externa.

      b) Si el sensorio común carece de ‘especie impresa’, ¿por qué extrañarse de que carezcan de ella los sentidos internos superiores (imaginación, memoria y cogitativa)? ¿No se ve que sería enteramente contraproducente que el cerebro tuviese inmutaciones físicas, porque lo lesionarían? Lo que tales sentidos reciben, no lo reciben en el órgano, sino en el sobrante formal de sus facultades.

      c) ¿Acaso la inteligencia carece de ‘especie impresa’? Si la inteligencia no es orgánica, no puede ser inmutada y no puede hablarse en ella, en sentido estricto, de ‘especie impresa’. Con todo, los autores clásicos hablan de ‘especie impresa’ y de ‘especie expresa’ al tratar de la inteligencia. Pero lo hacen por comparación con los sentidos externos.

      Por otra parte, conviene indicar que los actos de conocer no son físicos ni biofísicos ni afecciones orgánicas, sino inmateriales. Por tanto, no pueden inmutar orgánicamente al órgano del sensorio común. El sensorio común no es antecedido por especie impresa. Funciona, al revés que los sentidos externos, de dentro hacia fuera, no a la inversa.

      Sentir, percibir, que se ve, oye, etc., no es sentir ni la facultad (de ver, oír, etc.) ni tampoco sentir directamente los objetos (colores, sonidos, etc.) sino los actos. Los actos de los sentidos externos no son nada físico, pero son más reales que lo que se capta de la realidad física por medio de los objetos de los sentidos externos, sencillamente porque son ‘actos’, pues lo más real es lo más activo. Por eso, el sensorio común es superior a los sentidos externos, porque conoce lo más real. Además, es una única potencia, que pese ello, conoce los actos de todos los sentidos externos, lo cual es otro síntoma de jerarquía. Por lo demás, no guarda memoria, es decir, solo conoce los actos cuando estos se ejercen, ni antes ni después.

      Los actos de conocer de los sentidos humanos son actos que poseen sus objetos conocidos como tales, pero no los poseen como la razón posee los suyos propios, pues esta los posee según presencia, es decir, sin tiempo. El sensorio común, al conocer los actos de los sentidos externos, los conoce instantáneamente, pero no según presencia, es decir, no los conoce al margen del tiempo. Esto es difícil de entender, porque si de dice, por ejemplo, que ‘lo mismo es ver que haber visto’, ¿cómo es que la operación inmanente sensible del ver no posee en presencia lo visto? Tal vez la solución pase por distinguir entre ‘instante’ y ‘presencia’ como articulación del tiempo, lo cual quiere decir que las operaciones inmanentes sensibles pueden vencer el espacio pero no enteramente el tiempo.

      Lo que precede da lugar a una prueba clásica de la inmaterialidad de la inteligencia, y derivadamente, de la inmortalidad del alma humana, pues si solo la inteligencia conoce según presencia y, por tanto, al margen del tiempo, la inteligencia no es tiempo, y si no lo es, no muere, y como es una potencia del alma humana, esta es inmortal.

      El sensorio común, al conocer el acto de los sentidos externos, conoce por primera vez cómo es la vida sensitiva, cosa que no conocen los sentidos externos. Estos conocen cómo son los accidentes de la realidad física. Esto indica que la sensibilidad externa no es fin en sí, sino que ella conoce para que el sensorio común conozca más. El sensorio común es, pues, fin gnoseológico de los sentidos externos. Además, no vemos que vemos, no oímos que oímos, etc., sino que sentimos que vemos, oímos, etc. Esto indica que el sensorio común es como la raíz o principio de los sentidos externos. En efecto, unas potencias nacen de otras (no los actos), y los sentidos externos nacen de este.

      El sensorio común se puede comparar con los sentidos externos como el punto a los diversos radios de una circunferencia que en él confluyen como en su centro. Es el término de ellas, es decir su fin cognoscitivo. Y también es su origen, no solo noético sino biológico, pues los diversos sentidos externos nacen de, y están siendo controlados por, el sensorio común que tiene su base orgánica en el sistema nervioso central.

      A la par, al sensorio común sigue el conocimiento de los sentidos internos superiores (imaginación, memoria y cogitativa); no hay conocimiento en ellos si no hay conocimiento en el sensorio común. Aquellas facultades son superiores, más cognoscitivas que este. Ahora bien, si tales sentidos internos son superiores al sensorio común, no tenemos conciencia sensible de ellas, es decir, no las sentimos.

      En efecto, no ‘sentimos’ que imaginamos, recordamos o trazamos proyectos concretos de futuro. Somos conscientes de ejercer esos actos, pero no se trata de una ‘conciencia sensible’, de un ‘sentir’, sino de un conocer superior, racional.

      Lo que precede indica que la conciencia no es el conocer superior, ni siquiera a nivel sensible. También es un indicio de que a nivel intelectual la conciencia no tiene porqué ser el nivel cognoscitivo superior. ¿Quiere esto decir que se puede conocer un tema muy sublime sin ser consciente de que cómo se conoce? Sí, y también quiere decir que tal tema que se puede conocer puede desbordar a lo que nos hacemos cargo según nuestra conciencia. En suma, no todo conocer es consciente y la conciencia no es el conocer superior a ningún nivel.

      Con un ejemplo: uno puede ser muy humilde sin darse cuenta de que lo es; más aún, es mejor que no se dé cuenta, pues así evita posibles soberbias.

      En lo biofísico, la transmisión nerviosa desde los sentidos externos al sensorio común se llama ‘aferente’; y desde este a los sentidos externos, ‘eferente’. Además, la ‘aferencia’ es selectiva, y mucho más la ‘eferencia’. Pero el conocer no es biofísico sino inmaterial. ¿Deberíamos ocuparnos más de las transmisiones nerviosas y del modo de estar constituidas las facultades orgánicas para explicar su modo de conocer? No vendría mal, pero téngase en cuenta que lo biológico no da cuenta del conocer, porque el conocer es superior a lo biológico (recuérdese: es verdad que vemos porque tenemos ojos, pues sin ojos no se ve, pero es más verdad que tenemos ojos para ver y que el ver no se ve). Por eso caben biologicismos (fisiologismos, neurologismos, materialismos al fin y al cabo) que no pueden dar cuenta del conocer sensible.

      b) Los sentidos internos superiores

      Son por orden de inferior o menos cognoscitivo a superior o más cognoscitivo los siguientes: imaginación, memoria sensible y cogitativa (estimativa en los animales).

      A este orden jerárquico se puede objetar, por ejemplo, que tanto Aristóteles en el libro De sensu et sensato, como Tomás de Aquino en su comentario a ese libro, terminan con la reminiscencia, la memoria sensible. Sin embargo, en muchos otros lugares es neto que la cogitativa es, para estos pensadores, superior a la memoria. Cfr. por ejemplo, este texto tomista: “la potencia cogitativa es aquello que es lo más alto en la parte sensitiva, de ahí que toque en cierto modo a la parte intelectiva, de modo que participe de aquello que es lo ínfimo de la parte intelectiva, a saber, el discurso de la razón”. Tomás de Aquino, Q. D. De Veritate, q. 14, a. 1, ad 9. Por eso la cogitativa valora lo imaginado y lo recordado y lo aprovecha para trazar proyectos concretos de futuro. De aquí deriva el que en la tradición aristotélico-tomista se la llame ‘razón particular’.

      b.1. La imaginación. También se llama fantasía. Es la facultad sensible que tiene como propio retener los objetos conocidos por los sentidos externos y formar otros con ellos. Por eso se la llama también ‘tesoro’ (thesaurus). Es superior a la conciencia sensible (sensorio común) porque el conocer superior a ‘sentir


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