Donde Habitan Los Ángeles. Emmanuelle RainЧитать онлайн книгу.
así, debía verla, no podía perder más tiempo. Ahora que la había encontrado, no la dejaría marchar.
Capítulo 4
Para no pensar
«Ya está. La tarta de queso está lista. Ahora prepararé también las magdalenas que tanto le gustan a Nathan».
Magda estaba inmersa en la preparación de una marea de dulces, únicamente para perder el tiempo y tener la mente ocupada para no pensar...
—Después de hornear las magdalenas, empezaré a preparar la cena —dijo dirigiéndose a nadie en particular. Mientras sacaba los ingredientes del frigorífico, el sonido del timbre le hizo sobresaltarse. Se limpió las manos en el delantal rojo y fue a contestar—. ¿Quién es?
—Magda, soy Jess.
—¿Jess? —su corazón empezó a latir con fuerza por la sorpresa.
—Nos vimos esta mañana. Quería saber cómo estabas.
Jess no sabía muy bien qué decir, solo esperaba que Magda le dejara entrar.
Pasaron unos segundos que a él le parecieron una eternidad, y, finalmente, oyó el portal abrirse.
—Tercer piso —le informó la muchacha.
Con el corazón en un puño, el ángel subió las escaleras y llamó a su puerta.
—Ya voy. Un segundo.
«¿Y ahora qué hago? Soy un desastre, voy perdida de harina».
«Ya está, pequeña. No te da tiempo a cambiarte. Además, así estás muy mona y femenina», le dijo Mori entre risas.
«Muchas gracias por el apoyo, Mori...».
—¿Magda, me dejas entrar?
—Sí, ahora mismo voy. —Abrió la puerta y se encontró, por segunda vez, delante de aquel hombre altísimo de boca sensual y ojos oscuros—. Menudas cosas pienso justo ahora —dijo en voz baja.
—Disculpa, ¿qué dices? —le preguntó Jess.
—Nada. Cuidado de que no salgan los animales mientras pasas.
Se dirigió a la cocina un poco agitada.
—Acabo de hacer tarta de queso, ¿quieres?
Jess siguió a Magda hasta la pequeña cocina roja que tenía una minúscula mesa cuadrada de madera clara justo en el centro.
—Sí, gracias. A decir verdad, tengo un poco de hambre. Apenas he comido desde ayer por la noche.
—Más o menos como yo. ¿Te apetece té o café?
—No te preocupes por mí. Con la tarta basta.
—Pues hago té. —Magda sonreía al hombre sentado en su cocina, el cual parecía todavía más inquieto que ella—. Disculpa por esta mañana, no pretendía tratarte mal, solo que no me esperaba verte. Ha sido como viajar al pasado.
Se dirigió a los fogones sobre los que colocó la tetera.
Jess permanecía impresionado mientras observaba su dulce sonrisa. La joven le pedía perdón a pesar de que no tenía por qué... Pero ella siempre había sido así: amable y comprensiva. Evidentemente, los horrores del pasado la habían cambiado, y eso la volvía aún más apreciada en su corazón. Se dijo que la protegería a toda costa, que no habría razón en el mundo por la que Magda sufriría de nuevo.
—No tienes que disculparte. Estabas en tu derecho a sentirte molesta, y yo no he hecho nada por facilitar las cosas.
—La verdad es que no me apetece hablar del tema. El pasado, pasado está. No importa. —Fue al fregadero y se puso a lavar los platos que había usado para los dulces—. ¿Quieres quedarte a cenar? Había pensado en preparar risotto cantonés.
—No lo sé... Lo cierto es que no quiero molestar.
—No es ninguna molestia. De hecho, me gustaría comer con alguien, para variar. —Las orejas se le pusieron coloradas de repente—. Naturalmente, si no puedes, no pasa nada. Supongo que ya tendrás otros planes —se apresuró a añadir para no parecer una chiflada desesperada por encontrar compañía.
—De acuerdo. —«Mírala. Se ha ruborizado», pensó el ángel. Era tan bella, tenía el cabello rojizo recogido de modo descuidado y el delantal lleno de harina—. Me encantaría quedarme a cenar.
—Vale, entonces ponte cómodo. —Le pasó la tarta de queso y sirvió el té en una taza—. Si quieres puedes ir al salón y recostarte en el sofá mientras que yo termino de preparar.
Le resultaba extraño tener a una hombre en casa y, aun así, no se sentía amenazada, todo lo contrario, se sentía curiosamente reconfortada por su presencia. Un cuarto de hora después, fue al salón y se encontró a Jess en el sofá, con los dos gatos en el regazo y el perro a sus pies.
—Disculpa. Lo lamento, si te molestan puedo...
Jess no le dejó terminar la frase.
—No me incordian, son encantadores y él es muy bonito —dijo señalando al gato gris de pelo largo.
—Está bien, es hora de presentaros —Magda señaló a sus animales—. Este peludo es Diego, la pequeña pantera negra es Isabel, y el perro a tus pies se llama Tristán. Jess, te presento a mi familia. Tesoros, os presento a Jess.
—Encantado de conoceros, tesoros —dijo Jess entre risas.
—Te gustan los animales, ¿verdad?
—Así es. Son agradables, suaves, te dan mucha alegría y, sobre todo, no tienen segundas intenciones. —Magda cogió a Diego entre sus brazos y le pasó la mano sobre el denso pelaje—. A él lo encontré en el arcén de la carretera. Lo había atropellado un coche que lo había dejado morir allí. Lo llevé al veterinario más que nada para que pusiera fin a su sufrimiento, y, sin embargo, milagrosamente este testarudo minino se recuperó de maravilla. A Isabel la encontré en un contenedor, todavía tenía los ojos cerrados, y Tristán es un perro callejero... Los animales son puros, son tal y como los vemos, y yo los respeto por su valentía y lealtad.
—Tú también eres como ellos. Has permanecido fiel a ti misma a pesar de todo. Tú también eres pura y valiente.
—No soy ni pura ni valiente. No me conoces lo suficiente como para decir eso —y diciendo eso se dirigió a la cocina—. Voy a terminar de preparar la cena.
Magda temblaba tantísimo que no conseguía sujetar nada con las manos. Se apoyó en el balcón de espaldas al salón para esconderse de Jess. Respiró profundamente intentando recobrar un poco de calma, y cuando le pareció haber recuperado, al menos, una pizca de control, volvió a los fogones.
Trataba de llegar al mueble que estaba en alto para coger el arroz, cuando notó una mano que le rozaba el brazo y un cuerpo masculino detrás sí.
—¿Necesitas ayuda? —le preguntó el muchacho. Magda dio un salto de repente y se alejó para poner tanta distancia entre sus dos cuerpos como aquella pequeña cocina permitía. Observaba, asustada, con el corazón desbocado y la respiración pesada, al magnífico hombre que ahora estaba en frente de ella, con el paquete de arroz en la mano y una mirada profundamente afligida en aquellos ojos oscuros—. Magda, disculpa. No pretendía asustarte, solo quería ayudarte. —Se acercó, pero ella extendió un brazo tembloroso para mantenerlo a raya—. Magda, te lo ruego, debes creerme, por favor. No quería asustarte, puedes fiarte de mí.
—Estoy bien —le dijo con voz tenue—. Tú también te has asustado, ¿no es así? ¡Dios! Tengo los nervios a flor de piel desde esta mañana.
—Lo lamento, no pretendía...
—Olvídalo, Jess, no pasa nada. Me has pillado distraída, ya está. —Señaló la cocina con un gesto con la cabeza—. ¿Puedes echar el arroz en la olla, por favor?
—Sí,