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Donde Habitan Los Ángeles. Emmanuelle RainЧитать онлайн книгу.

Donde Habitan Los Ángeles - Emmanuelle Rain


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daño, debes creerme. Preferiría morir antes que hacerte sufrir.

      —Déjalo, por favor. Te he dicho que estoy bien, basta, y no me mires así, no necesito tu compasión.

      —No te compadezco, al contrario, admiro tu fortaleza y te respeto.

      —Basta de esta historia, te lo pido. No me conoces, no sabes nada de mí. ¿Cómo puedes decir que me respetas sabiendo cómo dejé que aquellos hombres me usaran? —Las lágrimas comenzaron a correr por sus sonrojadas mejillas—. ¡Joder! ¡Me avergüenzo tanto!

      —Los que tienen de qué avergonzarse son ellos, no tú. Son escoria y no valen nada.

      —Es culpa mía... toda la culpa es mía.

      Ahora, Magda lloraba descontroladamente y se avergonzaba de su debilidad.

      —¿Cómo puedes decir algo así? Tú no tienes culpa alguna.

      Le habría gustado echarle las manos al cuello a todas las personas, si es que se podía llamarles así, que habían herido a su amada Magda.

      —¿Sabes? Al principio me resistía. Forcejeaba intentando huir, luchaba con todas mis fuerzas, pero eso solo acarreaba más dolor y humillaciones —¡Cómo se odiaba en aquel momento! No entendía por qué desnudaba sus sentimientos ante él—. Sin embargo, tras unas cuantas semanas, dejé de luchar, permanecía quieta esperando a que todo acabara lo más rápido posible. Estaba muerta por dentro y ya no intentaba defenderme. Yo... ¡me doy tanta pena!

      Jess se acercó y la estrechó fuerte contra él, con inseguridad por sus intentos de alejarlo, y la abrazó hasta que se calmó entre sus brazos y confió en él, llorando a lágrima viva como una niña pequeña.

      Él esperó a que se desahogara, y cuando la vio más relajada, la cogió en brazos y la llevó a la habitación.

      La acomodó en la cama y la tapó con una manta roja que encontró en una silla.

      Se quedó allí viéndola dormir. Su rostro, ahora relajado, era tan dulce que le desgarraba el corazón.

      ¡Dios! Cuánto la quería... El tiempo no había estriado sus sentimientos lo más mínimo.

      Capítulo 5

      El enfrentamiento

      Magda se despertó a la mañana siguiente con el aroma de un delicioso café recién hecho y de tortitas calientes. Adormecida, fue a la cocina y se encontró a Jess concentrado en la preparación del desayuno.

      —¡Eh! Buenos días —la saludó el chico mirándola desde detrás de la mesa—. He pensado que tendrías hambre. Ayer por la noche no tuvimos la oportunidad de cenar.

      Magda bajó la mirada.

      —Disculpa. Siento mucho lo de ayer por la noche. No sé qué me pasó... No tenías por qué quedarte.

      —No pasa nada, no te preocupes. Tu sillón es cómodo. —Jess vio cómo dudaba en la puerta de la cocina, vacilante sobre qué hacer—. Venga, vamos a desayunar —la animó el ángel.

      —¿Qué hora es? —le preguntó la muchacha, sospechosa.

      —Las nueve...

      —¿Qué? Ya tendría que estar trabajando.

      —Todo está arreglado. Tienes el día libre.

      —¿El día libre? ¿Y por qué?

      —He llamado a Mark. He encontrado su número en tu móvil, perdona por fisgonear, le he dicho que has estado enferma toda la noche y que por eso te dormiste tardísimo.

      —No puedo faltar al trabajo.

      —Él ha sido quien me ha dicho que te dejara dormir y que cuidara de ti. También me ha invitado a ir a su casa este fin de semana, si quieres, por supuesto...

      A Jess le encantaba esta situación tan íntima, aunque se preguntaba cómo la estaría viviendo ella.

      —Nunca me he pedido un día libre y, además, no es cierto que esté enferma. —Suspiró fuerte y lo pensó un poco—. De acuerdo, por una vez...

      Él sonrió de modo tan abierto y natural que le entraron ganas de abrazarle.

      Hacía mucho tiempo que no se sentía tan cómoda con alguien, ni siquiera con Mark y Nathan se soltaba tanto. Jess era completamente distinto a las personas a las que conocía: era guapo, amable e, inexplicablemente, parecía verdaderamente preocupado por ella.

      —¿Qué tal si desayunamos antes de que se enfríe todo? —propuso la joven.

      —Sí, todo está listo. Te estaba esperando.

      Magda se acercó y le puso una mano sobre la mejilla. El ángel se quedó atónito.

      —Gracias, Jess.

      —Solo es un desayuno. Es cierto que mis tortitas son las mejores de todo Chicago, pero no tienes por qué darme las gracias —el ángel trató de restarle importancia.

      El contacto con su piel, aquel gesto voluntario e íntimo le dio esperanzas en algo que, hasta ese momento, no había osado pensar.

      Quizás, con el tiempo, ella también se acercaría a él...

      —No me refería al desayuno, me refiero a... Gracias por todo, por ayer, por el desayuno, por haberme salvado, por todo.

      Jess no sabía qué decir, él no la veía exactamente del mismo modo... Si hubiese actuado antes... Se limitó a echar el café y a servir las tortitas, a las que Magda echó una cantidad exagerada de sirope de arce.

      Comieron en silencio. Después, Jess se levantó para recoger la mesa.

      —Déjalo, yo lo hago.

      —Ni hablar. Órdenes de Mark. —Cogió los platos y las tazas antes de que pudiera responderle de nuevo—. Yo debo irme ya, mis compañeros se estarán preocupando.

      —¡Es verdad, qué estúpida! Te he tenido aquí todo este tiempo, vete ya. Yo me daré una ducha e iré al refugio.

      —Si quieres, puedo quedarme, solo tendría que hacer una llamada.

      —No, estoy bien, vete.

      Magda sintió el pecho encogido, le habría gustado pasar más tiempo con él.

      —Vale, entonces nos vemos el sábado. Mark me dijo que fuera a su casa sobre las ocho, siempre y cuando te parezca bien.

      —No estás obligado. Lo sabes, ¿no? Mark puede ser muy insistente cuando quiere.

      Aunque decía eso, esperaba ansiosamente que ese muchacho tan agradable regresara lo antes posible.

      —No es ninguna obligación, me gustaría. Mark parece un buen tipo. Me voy, hasta pronto, Magda.

      Se dirigió hacia la puerta esperando que ella lo detuviese y le diese algo... como un beso para despedirlo o algo así...

      Le parecía haber vuelto a la adolescencia.

      —Hasta el sábado —susurró Magda, que se quedó mirando cómo Jess salía de su apartamento.

      «Mori, ¿estás ahí? —No recibió respuesta alguna—. ¿Mori? —lo volvió a llamar con tono alarmado».

      «Estoy aquí».

      Magda se relajó, Mori se había convertido en una presencia constante para ella, en un amigo.

      «Pensaba que te habías ido, no tienes por qué, ¿verdad?».

      «No, al menos no todavía, pero tarde o temprano deberé dejarte».

      «¿Algo va mal? Te noto preocupado».

      «No sabía nada acerca de tu pasado. Suponía que era algo malo por cómo tiendes a esconder tus emociones y recuerdos, pero no imaginaba hasta qué punto...».

      «Mori, no pasa


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